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domingo,
05 de
junio de
2005 |
Esquel, la intimidad de Los Alerces
Los colores del bosque y las visitas disipadas brindan un recorrido más íntimo en el Parque Nacional Los Alerces. El cerro Cocinero ofrece en la hoya su tranquila pista de esquí
María Inés del Arbol
Si en verano sus aguas se pueblan de turistas y pescadores, los colores únicos del otoño se ofrecen como el fondo perfecto para descubrir lugares poco transitados, pero también para conocer cómo es la vida de quienes viven en el Parque Nacional Los Alerces cuando la tranquilidad se apodera de este paraíso sureño.
Son las 8 de la mañana de un sábado otoñal y el Parque Nacional Los Alerces está en paz. Apenas un par de casas cercanas a la intendencia exhiben la luz encendida de alguna habitación. El estacionamiento frente al centro de informes de Villa Futalaufquen era el punto de encuentro con Agustín Guaymas, jefe de los 22 guardaparques que viven y se desviven en las 263.000 hectáreas de una de las áreas protegidas más bellas de la Argentina.
En enero, este mismo lugar hierve de turistas, montañistas, mochileros y pescadores que van y vienen desde Esquel, recorriendo los muchos lagos y ríos que se encadenan a lo largo de casi 90 kilómetros desde la portada norte hasta la portada sur de Los Alerces.
Sin embargo, en pleno otoño, los tonos ocres, rojos y amarillos que tiñen las hojas de los árboles constituyen un espectáculo con menos espectadores. Es el tiempo en que la naturaleza se repliega sobre sí misma para recuperar la energía gastada en el verano. Por eso, por ejemplo, se ven en la ruta más animales que en los meses previos.
Siguiendo el ritmo que impone la madre natura, los trabajadores del parque hacen lo mismo: usan el tiempo en reacomodar el entorno, incluso, como en este día de otoño, para mudarse de una seccional a otra. "En verano no hay mucho tiempo para hacer algunas de las tareas propias del guardaparque, como son mantener picadas, hacer relevamientos de fauna y flora o cuidar el estado general del entorno. Por aquí pasa mucha gente y hay que atenderla, contestar consultas y a veces responder problemas" dice Mauricio Berardi, guardaparque de la seccional Rivadavia, puerta de entrada al parque desde el norte.
"Esta época del año, entre el fin de la temporada y el comienzo del invierno, también es de mucha actividad, aunque el parque está más tranquilo y se disfruta de otra manera" señala Agustín Guaymas, intendente del parque. Y así es, sentarse en el muelle de Punta Matos a contemplar como el sol ilumina los arrayanes, mientras algunas nubes oscurecen el fondo, es un lujo propio del otoño. Desde aquí partirá una pequeña lancha con cajas y canastos de Clara Leoni, la guardaparque que vivía aguas arriba en la seccional Río Arrayanes y que se estaba mudando a la seccional Lago Kruger, luego de dos años de que ésta estuviera deshabitada.
Partiendo desde el embarcadero de Punta Matos, la en apariencia pequeña lancha dio cuenta de todos los bártulos de Clara, así como también de cuatro personas que iban a llegar a una de las zonas más bellas de Los Alerces: el lago Krugger, al oeste del lago Futalaufquen.
El Krugger es un destino adorado por los pescadores, ya que en su boca, llamada el Estrecho de los Monstruos, se pueden pescar truchas de tamaños impresionantes. Casi todos los visitantes llegan en lancha, aunque hay un sendero que requiere más de doce horas de caminata desde la intendencia que, a pesar de la distancia, siempre tiene quien la recorra.
Al final del camino se encuentran tres elementos principales. La primera es la casa del guardaparque, deshabitada durante dos años. La segunda, el Refugio Lago Krugger, un pequeño lodge de pesca creado por la familia Cantón, tan acogedor como cualquier hostería de lujo. El tercero, es el río Frey, que desciende en dirección al sur y que se disfruta más cuando se recorre la senda hasta las Palanganas del Frey, una excursión sencilla, de apenas dos horas de ida, que se interna en un bosque fantástico. Esa iba a ser la actividad de una tarde que alternaba sol y nubes con los colores de un bosque tupido y silencioso.
La caminata también sirvió como entrenamiento para la excursión del día siguiente: una trepada exigente que permite acercarse al punto más alto de todo el parque nacional. Las vistas, por supuesto, se adivinan inmejorables.
Un refugio en la montaña
En el parque hay más de una docena de posibilidades. Una de las menos transitadas por los visitantes es la que lleva al cerro Cocinero, que mide 2.340 metros sobre el nivel del mar. Está ubicado en el cordón Situación, al sur de Villa Futalaufquen. Alcanzar su cumbre no es para cualquiera, ya que según la ruta que se elija es necesario no sólo equipo, sino experiencia. Pero para llegar hasta el refugio del cerro sólo es necesario transpirar durante unas tres o cuatro horas de subida por entre bosques de lengas, maitenes y cipreses.
Antes de partir hay que avisar en el centro de informes del parque, donde además habrá que reservar el lugar, porque (y esto es lo mejor) el refugio no se comparte con otros grupos, sino que lo usa una persona (con sus acompañantes) cada noche. Lunas de miel, festejos de aniversarios, noches de año nuevo, cumpleaños, la lista de momentos en los que algunas personas deciden pasar su noche en el Cocinero es variada. Incluso en el invierno, algunos suben para poder esquiar en soledad en las laderas de su hoya.
Tras recorrer ocho kilómetros desde la villa en dirección sur (o 1500 metros desde la portada centro hacia el norte), se llega al cruce sobre el arroyo Rañito.
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Fotos
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El embarcadero de Punta Matos es el punto de partida para llegar por agua al lago Krugger.
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