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 martes, 31 de mayo de 2005  
Traspié de la Constitución europea

La nueva Constitución europea, una de las más grandes iniciativas implementadas para amalgamar bajo una misma ley a 25 países del viejo continente, sufrió anteayer un duro traspié, al ser rechazada por más del 55 por ciento de los ciudadanos a través de un referéndum. En una primera lectura, resulta difícil entender por qué Francia, uno de los países fundantes y promotores de la Unión Europea, dijo "no" a la Constitución. Habida cuenta también de los innumerables beneficios que le prodigó, sean del orden económico, político interno o de estrategia internacional.

Sin embargo, la conjunción de varios factores largamente debatidos por la ciudadanía -como la posibilidad de que la Constitución ponga en riesgo ciertos beneficios sociales, el descontento de amplias franjas por la gestión de gobierno de Jacques Chirac y las dudas sobre la ampliación del número de países integrantes- terminó por inclinar la balanza hacia el "no".

En lo inmediato, el plebiscito origina una crisis política de magnitud en la administración de Chirac, que quizás no logre apaciguar el ánimo de los franceses con la dimisión de algunos miembros del gabinete. No se debe soslayar que votó el 70 por ciento del padrón, una participación sin precedentes en elecciones de la Unión Europea. En lo mediato, surgen varios interrogantes que van desde la incidencia que puede tener este plebiscito en sucesivos referéndum de otros países miembro -o en votaciones parlamentarias, para aquellas naciones que ratificarán la Constitución por esa vía-, hasta la posibilidad de que se marche hacia un proceso de desintegración. Aunque asimismo esta experiencia puede servir para demostrar la imperfección del sistema y la necesidad de crear otros instrumentos o instancias institucionales que impidan una crisis en cadena en la organización comunitaria.

La Unión Europea es la más valiosa práctica de unidad continental en democracia que haya implementado la civilización. Ningún país puede sentirse ajeno frente a lo que allí suceda. Mucho menos los argentinos, quienes sabemos que la posibilidad de desarrollo y bienestar está ligada a las perspectivas de integración regional y continental entre los países. El fracaso de la experiencia europea puede acarrear graves consecuencias económicas y sociales, a menos que se configure una organización superadora. El gobierno nacional, los partidos políticos y los principales actores sociales deben seguir con atención cada paso eurocomunitario. Tanto para evaluar su estrategia de intercambio con el viejo continente, como para aprender de aciertos y errores en función de nuestra perspectiva de unidad latinoamericana.
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