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 domingo, 22 de mayo de 2005  
Una ciudad, un motivo: Barcelona de Gaudí
La magia del antiguo barrio Gótico junto al modernismo arquitectónico en la ciudad capital del diseño

Daniel Molini

Si fuesen pesados todos los textos escritos sobre esta ciudad del Mediterráneo, glosada por maestros de todas las épocas y en todos los idiomas, las balanzas repletas de kilos se asustarían. Libros y libros para intentar encerrar la luz y las formas que sorprenden al entusiasta y también a quienes no se dejan conmover fácilmente.

Decir Barcelona es decir Miró, Dalí, Gaudí, y mil nombres propios más acentuados por el talento. Mencionar a Barcelona es pensar en el Liceo, en la Sagrada Familia, en las Ramblas; eso resumiendo, porque si nos dejamos doblegar por la amplitud evocadora podríamos terminar mareados de mar, artes, mística, símbolos y el orgullo de un pueblo con hambre de nación.

Barcelona tiene tantas cosas conseguidas a través del tiempo que parece una exageración de ciudad que ha sabido conjugar lo ancestral con lo moderno, las antenas que apuntan al cielo para comunicar satélites con otras que señalan, como si fuesen dedos religiosos, el lugar donde se aloja Dios.

Si la historia había sido generosa con ella, plantando a lo largo de siglos barrios, catedrales, mercados, teatros y mucha cultura repartida en centros de danza, gastronomía y jardines, hechos recientes terminaron conformándola como una ciudad con todas las letras, a la que muchas metrópolis quisieran parecerse.

Mar por este lado, con barcos grandes y veleros, a la vera de una estatua de Cristóbal Colón que vigila el horizonte, como oteando el lugar por el que alguna vez se encaramó a la grandeza. Montaña y funiculares por el otro, el metro por debajo y a ras de tierra, vida y movimiento.

Pero nos tenemos que olvidar del Museo Picasso y de la Sagrada Familia, del Parc Güell, de la catedral y de la plaza de Sant Jaume, donde se enfrentan la política local con la autonómica: el Ayuntamiento y la Generalidad. Nos tenemos que olvidar de las ruinas romanas que se entreveran con obras contemporáneas, de las fuentes de Montjuic, del Tibidabo, de la Gran Vía, y de todas las exclamaciones, porque debemos elegir un motivo, uno solo, que justifique el haber llegado y nos reclame volver: el Paseo de Gracia y las casas emblemáticas que en él se alzan.

En una misma época dos arquitectos virtuosos lograron que un estilo, el modernista, se vistiera de gala: Doménech i Montaner por un lado y Antonio Gaudí por el otro, que llegaron a un emplazamiento pequeño con ánimo de mezclar rectas y curvas de ladrillo y cerámica, con otras curvas y rectas de arquitectos precedentes, configurando una mixtura de caracteres modernos, neogóticos y estilo Luis XV que la gente terminó denominando la manzana de la discordia.

La casa Batlló, de Antoni Gaudí, situada en el 43 del Paseo de Gracia, podría ser considerada como la casa mágica por antonomasia, de esas que sólo parece existir en la imaginación de un creador de películas de dibujos animados.

La casa Batlló nos permite tocarla y pellizcarnos para saber si es verdad que estamos en una casa y no dentro de un sueño, que ya ha cumplido 100 años desde que el gran arquitecto renovara un inmueble siguiendo el encargo de un industrial catalán: don Josep Batlló i Casanovas, que no pasó a la historia por su dinero, sino por lo que hizo con él: permitir crear a un creador, a pesar de las trabas y cuestionamientos, de los gustos y los disgustos. Un siglo después, perfectamente restaurada y apta para recibir la visita, podemos seguir los trazados del artista por balcones y galerías, por la planta noble y los desvanes.

Cristales, maderas y cerámicas que adoptan formas caprichosas, regalan color y plasticidad a los hierros forjados y retorcidos para pintar entre todos signos que a veces recuerdan animales, otras antifaces, o lo que cada uno quiere ver o recordar: huesos, dragones o escamas que culminan en el tejado con cruces de cuatro brazos.

Imagine por un momento -comprendo que esta es una propuesta inusual- que sólo va a poder estar en Barcelona unas pocas horas y tiene que elegir algo para ver. Desde donde esté: aeropuerto, estación de trenes o autobuses, se tarda media hora en llegar a la casa de los sueños, dos en ella y otra media para regresar al punto de partida. Eso si no tiene más que tres horas, pero si acepta un consejo, ¡quédese más tiempo!, porque el fantástico Gaudí trabajó mucho en Barcelona.
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