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 domingo, 22 de mayo de 2005  
Editorial
La resurrección de la historia

La tendencia se ha afirmado: cada vez hay más argentinos que sienten curiosidad por el pasado de su patria. Tras una década -los noventa- en la cual se entronizaron valores frívolos debe saludarse como valioso el resurgimiento del interés por las circunstancias que construyeron la Nación, primer paso para la regeneración de paradigmas exitosos.

La exitosa realización de ese fenómeno tan particular que es la Feria del Libro arrojó como saldo final para el análisis, entre otros puntos, el auge que en la Argentina actual está experimentando la historia. Al compás, en efecto, de un renovado interés por las circunstancias nacionales se produce un valioso acontecimiento: la venta masiva de textos históricos, sobre todo de aquellos considerados “de divulgación”, y la notable concurrencia de público a las conferencias, charlas y debates donde intervienen historiadores.

  La Argentina, se sabe, viene de atravesar momentos difíciles, casi terribles: tan sólo la experiencia de una guerra podría acaso superar en dolor lo que el país vivió a partir de fines de 2001, cuando el estallido de la crisis económica puso en grave riesgo la estabilidad institucional —ese inapreciable bien que tanto trabajo costó lograr— y dejó a más de la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza.

  En este momento la recuperación ya es un hecho, aunque como adecuadamente lo remarcara poco tiempo atrás el presidente Kirchner, “todavía seguimos en el infierno”. Sin embargo, lo que justificadamente dispara la intriga de muchos son las razones por las cuales una Nación de disponibilidades materiales enormes y recursos humanos que se destacan en todo el mundo no sólo no consigue despegar sino que aparenta tener una extraña vocación por el naufragio.

  Ante tan acuciante pregunta, surge con naturalidad la curiosidad por el pasado. ¿Es acaso el país víctima de sus propios errores, y están tales errores ocultos en los pliegues de su historia? Resulta difícil contestar a tal interrogante con una negativa. Suele decirse que los pueblos que carecen de memoria están condenados a la repetición eterna de pautas problemáticas: de allí que se erija como altamente elogiable la actitud de quienes giran su mirada hacia atrás en busca de respuestas certeras.

  A pocos días del aniversario de la Revolución de Mayo, los medios de comunicación se colman de reportajes a historiadores y en los escaparates de las librerías las pilas de libros de historia descienden velozmente. Tanto interés, se insiste, describe una saludable tendencia, que merece ser profundizada en cantidad y calidad. La tan necesaria y reclamada renovación de las dirigencias políticas va de la mano con el incremento de la participación ciudadana, que a su vez es hija del triunfo sobre la indiferencia. El país necesita mirarse a sí mismo en el espejo para poder encontrar, definitivamente, la imagen que sus mejores hijos —Belgrano, San Martín— soñaron hace ya casi dos siglos.


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