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 domingo, 22 de mayo de 2005  
Interiores: el sentido común

Jorge Besso

Este particular sentido que no forma parte de los cinco sentidos, es muy invocado a la hora de recuperar la sensatez perdida, ya sea por la pasión, los prejuicios, los variados fundamentalismos, por cualquiera de las intoxicaciones contemporáneas o de toda la vida, muy especialmente las producidas por la enfermedad del poder que seduce y sobre todo fascina con poder realizar la omnipotencia y con ella desterrar toda la vulnerabilidad humana.

De pequeño cuando mi madre me encomendaba alguna operación de riesgo como ir a buscar el frasco de dulce de leche de los Aleu, tradicional casa de San Jorge (al mismo tiempo sastrería y fábrica de un dulce de leche jamás igualado en la historia), momentos antes de salir lanzaba la recomendación última, poco antes de traspasar la puerta verde que implicaba atravesar la frontera con el exterior: "Andá con los cinco sentidos".

Con toda evidencia la frase tenía un sentido global, ya que alguno de los sentidos tal vez fuera más bien secundario para el cumplimiento de la misión "dulce de leche", o aún contraproducente ya que el olfato monopolizaba mi conciencia cuando entraba en el altar de la cocina de la señora Aleu, y al instante quedaba envuelto para siempre en ese olor y en esos aromas. En esa envoltura se producía la supremacía de un sentido sobre cualquier de los otros cuatro, o acaso sobre todos con el consabido riesgo de accidente al que apelaba la sentencia materna para evitarlo.

Un buen día, en rigor un mal día, el accidente ocurrió y el tesoro con forma y consistencia de dulce de leche se deslizó de la bolsa de red en que lo portaba, y el frasco estalló contra la dura realidad del piso. Precisamente, para que no se produjera la supremacía de un sentido sobre el otro, o acaso un caos de la sensibilidad ante los infinitos estímulos que nos entran por los sentidos, Aristóteles formula la idea del sentido común. Sentido que el filósofo griego (uno de los mayores de la historia occidental) no identificaba con la sensatez, pero que tal vez pudiera ser una condición de la misma. A diferencia de Platón que desconfiaba de la percepción, ya que la percepción es engañosa pues se lleva más por la apariencia de las cosas que por su esencia.

Aristóteles partía del proceso del conocimiento de las percepciones, es decir en el primer escalón de dicho proceso del conocimiento colocaba a las sensaciones (en suma, las múltiples que nos "entran" por los sentidos). Para organizar semejante multiplicidad, Aristóteles postula un "sentido común" capaz de ordenar las sensaciones relacionándolas con los objetos percibidos, conservando las imágenes de dichos objetos aun en su ausencia, asegurando en definitiva la unidad de lo que se llama la conciencia.

La misión del sentido común aristotélico era en última instancia asegurar dicha unidad de la conciencia de forma tal que el humano conservara la coherencia mínima de saber que es el mismo ser el que olfatea, saborea, escucha, y el mismo que ve y toca algo del mundo exterior, a pesar de la diversidad de sensaciones diferentes que nos penetran por lo sentidos. Con el tiempo, no sin recordar que son alrededor de 2400 años, el sentido común devino una expresión portadora del sentido de la sensatez, entendiendo por tal a un ser:

u Prudente.

u Cuerdo.

u De buen juicio.


Por lo que parece, no hay estadísticas impulsadas por algún organismo de las Naciones Unidas, ni de ninguna otra magna institución que nos pudiera informar sobre la cantidad de humanos, agrupados dentro de un porcentaje que posean las tres cualidades, virtudes o facultades de la sensatez. Dejando de lado a los humanos en estado de sueño, es decir que pueden dormir y eventualmente soñar que con toda evidencia no se les puede reclamar ni prudencia, ni cordura, ni mucho menos buen juicio porque en los sueños se pueden perder las tres cosas, y sin embargo recuperarlas al despertar. Aun y a pesar de haber hecho alguna monstruosidad, o de haberla padecido, y todo sin que la pesadilla o la orgía jamás calculada impida recordar una vez despiertos, quién es uno y quiénes son los que lo rodean.
También habría que dejar de lado, por razones obvias (pero tal vez no verdaderas) a los humanos internados (en especial en todos los psiquiátricos del mundo) a los que no es el caso exigirles las tres virtudes de la sensatez, en su momentánea o definitiva reclusión, como así tampoco a los infantes. Nos quedan los denominados adultos, es decir todos aquellos seres responsables del estado de la humanidad en cualquier época que se evalúe o mida. Por ejemplo en los últimos 100 años.

La sucesión de guerras, las más atroces de la historia, generalmente después de inútiles llamados a la paz, arrasaría con cualquier pretensión de sensatez como calificación principal por parte de la humanidad, ya que en ella habitan los mayores progresos con las mayores atrocidades. Con lo que la hermosa frase de Pascal que dice: "La humanidad es como un hombre que vive siempre y aprende siempre" queda más que cuestionada en tanto y en cuanto no es tan seguro de que viva siempre, pero mucho menos que siempre aprenda.

Sin duda que hay ejemplos de sentido común y muchos, pero más que nada son individuales y rara vez son colectivos sobre todo si se piensa en el desinterés y en la ineficacia de las sociedades en la distribución del progreso a consecuencia de la obscena distribución de la riqueza. Un ejemplo: en los comienzos de este año una noticia proveniente de Londres anunciaba cuáles eran los ingresos del director ejecutivo de la empresa BP, una petrolera británica, a la sazón mister John Browne: 22.500 euros por día(más de 80.000 pesos diarios). Eso sí, por todo concepto. Una desmesura que dinamita cualquier sentido común al respecto, al punto que no es sensato hablar de distribución de la riqueza en un mundo inmerso en el delirio opuesto: el de distribuir la miseria.

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