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 domingo, 22 de mayo de 2005  
El cazador oculto: "La segunda intención inconfesable"

Ricardo Luque / Escenario

Luz tenue, música suave, buen vino. Un hombre y una mujer. ¿Una cita romántica? Nada que ver. Hay tensión en el aire, un cierto misterio que se alimenta de miradas cómplices, mohines y risitas nerviosas. La noche invita a la confesión. También a asumir riesgos, aunque eso haya que dejarlo para más tarde, cuando las cámaras se apaguen. Sí, la escena transcurre en la pantalla, que a esas horas está más caliente que nunca, y, vaya sorpresa, sin necesidad de escándalos, sexo, ni baños de sangre. Basta un ambiente cálido, una charla íntima y la voluntad de ir más allá de lo debido. Y es Valeria Schapira la que, sin perder la enorme sonrisa que le dibujó en los labios el generoso Malbec que bebe de a sorbitos desde que llegó al estudio, la que primero cruza la línea. "Sí, es verdad, yo hice una nota para levantarme un tipo", dispara sin ruborizarse. Habla con la ligereza de una comadre con la cabeza en el secador de pelo y la atención en las revistas del corazón. Sin embargo, en su mirada, que apenas se adivina detrás de sus gruesas gafas con marco de carey, transmite una franqueza enigmática. "¿Podés decir a quién?", pregunta con curiosidad de peluquera de barrio Roberto Caferra. Pero ella, discreta al fin, declina responder. Y replica: "¿Vos no lo hiciste nunca?". Hábil, el conductor de "NFC" lleva la conversación a otros puertos. Pero es inútil. La sospecha ya está instalada. ¿Los periodistas aprovechan su trabajo para cumplir sus deseos? A veces pasa. Lo admitió el propio José Saramago en su visita a Rosario. El escritor portugués confesó que conoció a su esposa, la periodista Pilar del Río, durante una entrevista que le concedió años atrás en Lisboa. Fue amor a primera vista. Pero no siempre las historias terminan bien.

"Le hice la nota y nada más,

no me dio oportunidad", admitió con expresión triste Valeria Schapira. Pero lo intentó, cómo deben haber hecho muchos otros que no lo dirían por nada del mundo.

Por pudor, o peor, porque saben que las segundas intenciones nunca son bien vistas. Por eso, una confesión arrebatada a veces vale más que una respuesta esquiva. ¿Se entiende?
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