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 domingo, 22 de mayo de 2005  
Forjador. Historia de un club donde el deporte es una parte de la contención
Juan XXIII, un semillero que resiste
Nació en 1969 y fue trasladado varias veces. Es un referente del fútbol infantil y hoy resiste un nuevo desalojo

Pablo R. Procopio / La Capital

En aquellos años se jugaba en las canchas de Paulo VI, un predio del Arzobispado donde competían los clubes de fútbol infantil. Por eso, para no ser menos y siguiendo una tónica de fuerte presencia eclesiástica, eligieron el nombre del pontífice anterior: Juan XXIII, el Papa bueno. Desde ese momento, octubre de 1969, el club comenzó a recorrer un camino donde la pelota no siempre fue derecho al arco. Tuvo que sortear todo tipo de obstáculos, como el que se interpone nuevamente hoy; la lucha para que la institución no sea trasladada de donde actualmente reside, Pellegrini y Lima. Una historia de cracks, triunfos y, obviamente, derrotas.

Por estos días, la Asociación Deportiva Juan XXIII pelea para resistir el proyecto de la Municipalidad y la Empresa Provincial de la Energía (EPE) de montar en el lugar una subestación transformadora, donde se ubican sus dos canchas. "Vamos a seguir la contienda porque con el club apostamos todos los días por la vida", afirma Ricardo Castello, papá de uno de los chicos que asisten allí; uno de los primeros jugadores del club que hasta hizo las veces de director técnico.

Ante esta situación, el intendente Miguel Lifschitz aclaró que el Ejecutivo sigue buscando alternativas para reubicar la institución. En la totalidad de esos terrenos "practican unos 600 chicos y jóvenes de 4 a 22 años (aparte de los que no compiten); cambiar esto por una central energética afecta los derechos del niño. Encima, a menos de 90 metros de acá hay una estación de GNC, lo cual genera también un riesgo ecológico", se queja Castello.

Un grupo de socios y padres presentó un recurso de amparo para resistir la medida, pero aún no existe una definición. La Intendencia había ofrecido los terrenos de Sánchez de Loria y Alberti, pero la opción fue rechazada por Juan XXIII.

Es que, desde 1981, el club echó raíces donde funciona hoy. En el lugar, donde todos los días desde las 18 y hasta casi la medianoche las camisetas rojas y blancas forman parte del paisaje; un sector de Rosario donde las carencias no son escasas.

La entidad se originó por la fusión de los clubes Agrupación y Villalobos y, como en todas, sus pequeños jugadores empezaron a patear en Paulo VI (Pellegrini y Crespo) donde ahora hay un hipermercado. Casi ninguna institución tenía cancha propia. Así, "aquellos torneos eran los más apasionantes y competitivos", recuerda Castello. En ese emplazamiento también nacieron Inter, Deportivo Rosario y Nuestra Señora de la Roca, entre otros.

Pero tiempo más tarde la Municipalidad concedió a Juan XXIII los terrenos ubicados enfrente (lugar donde hoy se construye el nuevo Hospital de Emergencias Clemente Alvarez) y la entidad aprovechó para organizarse de manera concreta; se redactaron los estatutos y hubo una comisión directiva. "Creo que en ese momento comenzó la gloria grande", dice Castello.

A pesar de que tenía la autorización oficial, en 1981 el municipio solicitó los terrenos para levantar un hospital de niños. Las autoridades (Mario Giammaría y Roberto Gastaldi) se opusieron a un traslado, pero no era fácil en pleno proceso militar. Cuentan que una tanqueta instalada frente a la casa de Giammaría lo dijo todo. Repentinamente, además, comenzó el desmantelamiento del terreno.

El gobierno local ofreció entonces el actual espacio físico: una cesión por 30 años. Sin embargo, en 1996, durante la gestión del ex intendente Héctor Cavallero se determinó la entrega de parte del lugar a la mutual de los empleados municipales para la construcción de viviendas.

Se trata del sitio donde está la cancha grande, la de once jugadores. Algunos integrantes del club creen que en esa oportunidad hubo cierta desidia por parte de los directivos de la institución.

Así y todo, aún no hubo reclamos en torno a esta cuestión. No obstante, surgieron otros que se originan en el traspaso municipal del área de las canchas de baby a la EPE. En rigor, la problemática latente.

En diciembre de 2004, durante la última sesión del Concejo, se aprobó la autorización para que la compañía provincial instale allí una subestación transformadora, algo que la comunidad de Juan XXIII no está dispuesta a aceptar. Incluso el barrio comenzó a involucrarse en el tema.

"Peleamos para que se respete la historia del club", dice otro papá. Hasta los chicos lo hacen participando de cada marcha y cada protesta que se organiza asiduamente.

Cuando hoy Gerardo Tata Martino visite el Gigante de Arroyito durante el enfrentamiento entre Central y Colón, el ex futbolista de Newell's y de Juan XXIII mostrará la bandera de la institución donde jugó siendo un pibe; semillero de figuras como Oscar Acosta, el Kily González, Petete Rodríguez, Luciano Figueroa, Mauro Cetto, Tito Bonano, Lucas Bernardi, Gonzalo Belloso, Germán Real y el Torpedo Arias, en una lista mucho más extensa.

Estos jugadores tenían el mismo perfil que los actuales, iban caminando o en bicicleta y no se perdían una práctica. Los chicos de hoy son igual de perseverantes a pesar de que no les alcance la plata para tomarse un colectivo y de que sus padres no puedan colaborar ni siquiera con el peso con cincuenta que se les pide semanalmente para que la entidad pueda subsistir. El abono es efectivizado sólo por 200 familias, aunque afortunadamente una treintena aporta más de diez cada siete días.

La zona de Juan XXIII no se enmarca en un ambiente privilegiado, ni mucho menos. En algunas áreas, como Villa Banana, reina el peligro y los asentamientos precarios son espacios omnipresentes.

Sin embargo, el club les hace frente a las circunstancias. "Es un lugar de contención", repiten algunas madres preocupadas que se juntan en la puerta cuando, al hacerse tarde, van a buscar a sus hijos.

Eso es, por sobre todas las cosas, la entidad de Pellegrini al fondo; mucho más que tres canchas de fútbol, muchos más que los partidos del domingo, sus cracks internacionales y la satisfacción de que la 1ªde la Rosarina esté segunda en el campeonato. Juan XXIII es el quincho (al que ambiciosamente llaman gimnasio), el asado en la parrilla y la satisfacción de competir. Es el orgullo de poder contener a cientos de chicos, todos los días.


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Bonano empezó en Juan XXIII y llegó a ser estrella del Barcelona.

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