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 miércoles, 18 de mayo de 2005  
Educar en la solidaridad

Raúl Antonio Pedemonte

A 325 años de la creación del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas puede afirmarse que Juan Bautista de La Salle fue un pedagogo de vanguardia, un visionario. Su obra -notablemente productiva en el ámbito educativo- se extiende hoy en todo el mundo a través de escuelas, institutos, academias, universidades, centros de formación religiosa, de capacitación profesional y complejos culturales, pedagógicos y científicos de las más diversas características.

En la historia de la cultura universal corresponde al canónigo Juan Bautista de La Salle el mérito de haber sido precursor de la pedagogía moderna, inspirada en la verdad, la justicia y la solidaridad. Puntualizada en fecundas iniciativas que abarcaron todos los campos de las ciencias, las artes y las letras, con acento en el apostolado catequístico, misión primordial del Instituto.

La obra de La Salle a partir de 1680, en Francia, puede sintetizarse así:

la sustitución en la enseñanza del sistema individual por el simultáneo; la sustitución del latín por la lengua nacional en la enseñanza de la lectura; la introducción de lenguas vivas en las escuelas de comercio; la enseñanza intuitiva conocida con el nombre de "lecciones de cosas"; la vulgarización de los procedimientos intuitivos en todos los grados de la enseñanza primaria; la democratización de la enseñanza popular; la creación de las casas de corrección y las escuelas de comercio; la catequización metodizada en la enseñanza; la abolición en las escuelas de los castigos corporales y su reemplazo por la emulación y el estímulo; el proceso rigurosamente científico en la enseñanza popular (grados); la creación de textos apropiados para la enseñanza; la actual organización de la enseñanza especial; la creación de las escuelas normales; la creación de las escuelas profesionales; la creación de los establecimientos pos-escolares y de protección; la creación de un cuerpo profesoral para llevar a cabo estas reformas; la introducción de la enseñanza técnica, industrial y agrícola en las escuelas, y la creación de secciones superiores y profesionales, una especie de universidad popular.

La Salle testimonió con su propia vida la entrega sin reserva a los más necesitados, rompiendo un mundo demasiado estratificado, y promovió el acceso de la cultura y educación a los hijos de los artesanos y de los pobres. Así descubrió, a la luz de la fe, la misión de su instituto como respuesta concreta a las desigualdades sociales de su tiempo.

Hoy, igual que en aquella época, la sociedad está frente a un mundo cargado de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural y tecnológico que ofrece a pocos afortunados grandes posibilidades, dejando a millones de personas no sólo al margen del progreso, sino que las obliga a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la dignidad humana. ¿Cómo es posible que en nuestro tiempo haya todavía quien se muere de hambre, quien está condenado al analfabetismo, quien carece de la asistencia médica más elemental, quien no tiene techo donde cobijarse? Es la hora de una nueva "imaginación de la escuela", pareciera decir La Salle, que promueva no tanto y no sólo los contenidos y la eficacia de los métodos de enseñanza, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna, sino como un compartir fraterno.

La escuela es para La Salle hoy tener un programa de educación en la justicia y la solidaridad, orientado a la innovación y a la transformación social, tornando en consideración las necesidades de los más desfavorecidos y del contexto para ayudar y asegurar su acceso a la educación. La educación para la justicia no debe ser únicamente una asignatura específica sino un eje transversal que recorre todo el currículum. Este eje transversal debe verse reforzado por la praxis diaria dentro de la escuela. Es importante crear un microclima, ofrecer un modelo alternativo en pequeño que no reproduzca los antivalores que la sociedad muchas veces nos presenta... Es importante vivir en el interior de la escuela una experiencia de justicia en la que los valores como la solidaridad, la comunicación y la participación sean prioritarios. De lo contrario la escuela corre el peligro de reproducir el sistema y preparar a los alumnos para una sociedad de privilegios, adiestrándoles en la lucha competitiva e insolidaria.

Estamos en una sociedad de cambios rápidos. Estamos asistiendo a la planetarización de la cultura, que genera uniformidad y amenaza nuestra cultura local. Como contrapartida surgen la intolerancia, el miedo, la inseguridad. Estamos en una sociedad vulnerable y llena de peligros.

Somos 6.000 millones de habitantes y un 20% de la población disfruta de más del 807% de los bienes, De los 6.000 millones, 3.000 millones subsisten con menos de dos dólares diarios y 1.300 millones, con menos de un dólar al día. Los ricos se hacen cada vez más ricos a costa de que los pobres sean cada vez más pobres.

Los niños y los jóvenes son las principales víctimas de los problemas socioeconómicos y pocos gobiernos realizan políticas que afronten la situación. Hay más de 150 millones de chicos de la calle en el mundo, en edades comprendidas entre los tres y los dieciocho años. El 40% carece de vivienda. El 60% restante trabaja en las calles para mantener a sus familias. No pueden asistir a la escuela. Millones de niños y niñas son víctimas de abusos sexuales, de explotación. Doce millones de niños con menos de cinco años de edad mueren cada año en países en desarrollo debido a problemas de salud: hambre, malnutrición, sida, malaria, infecciones comunes, carencia de inmunizaciones, agua insalubre y pobreza generalizada.

Hay un problema creciente de violencia juvenil.

Cuando nos preguntamos por qué ocurre esto o cuáles han sido los motivos que han generado esta situación, la respuesta es sencilla: la injusticia. ¿Qué hacer desde la escuela? Citamos aquí las palabras de Federico Mayor Zaragoza, antiguo director de la Unesco: "En estos tiempos se necesitan más que nunca valores, puntos de referencia, y es necesario y urgente un plan de acción educativo basado en tres grandes pilares: la no violencia, la igualdad y la libertad. Estas deberán ser las bases de la educación en todos los países, cualesquiera sean sus creencias, sus principios religiosos o sus sensibilidades culturales". El reto, pues, es crear un humanismo nuevo.

La Salle afirma que el plan educativo tiene que girar en torno a la justicia y la solidaridad. La escuela debe plantearse claramente la apuesta por este tipo de educación. Despertar la ilusión por vivir y por luchar por la justicia, una justicia en continua revisión y actualización, que forme a los alumnos/as en actitudes favorables al mejoramiento de la persona y logre el renacer de unas relaciones sociales mucho más humanas, libres, solidarias.

La nueva lectura educativa de la realidad tiene estos objetivos: descubrir las riquezas interiores de cada persona de la comunidad para reforzar las relaciones fraternales de convivencia y solidaridad, con distintos sectores de nuestra sociedad; ayudar a la formación de una conciencia crítica que con responsabilidad y sentido de construcción permita abordar los diferentes problemas, buscar la información necesaria, analizarla y formular posibles alternativas de solución participando activamente en la toma de decisiones; formar un ciudadano que promueva una vivencia de lo social en términos más participativos, democráticos y colectivos, demostrando los valores humanistas, orientados a pensar en una sociedad para todos; y promover la interdisciplinariedad y la integración como recursos pedagógicos que integren los procesos de enseñanza aprendizaje, partiendo de la realidad social como eje transversal del proyecto educativo institucional.

En síntesis, la escuela hoy -como lo propuso La Salle hace más de tres siglos- tiene que ser un proceso de crecimiento en humanidad, en una incesante búsqueda de la verdad, la justicia y la solidaridad. Al servicio de la construcción de una sociedad receptiva de la dimensión espiritual de la persona y de la historia.
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