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domingo,
15 de
mayo de
2005 |
La extrañeza de lo habitual
Narrativa. "Camilo asciende y otros relatos", de Hebe Uhart. Ed. Interzona, Buenos Aires, 2004, 208 páginas, $ 25.
Leonel Giacometto
Lo que se denomina "mundo" es sólo una manera (vulgar, dice el diccionario) de nombrar al planeta Tierra. En realidad, no existe un mundo, sino varios. Uno dentro del otro, otro paralelo a uno, otro encima de uno y así interminablemente hasta conformar sí el global, lo que vulgarmente es "el" mundo. Pero el tema no es la cantidad de mundos (cada uno tiene el suyo; cada uno "tiene lo suyo"), sino la manera, la forma, el sentido de su percepción, de su visión. Es decir, sea viviendo, sea actuando o sea escribiendo, cada uno tiene su forma de abordar su mundo y el de los demás. De esta manera, las cosas y las vivencias que suceden o no suceden tienen su importancia según quien las mire. Con esta premisa, pareciera, escribe Hebe Uhart (Moreno, provincia de Buenos Aires, 1937).
Si bien siempre ocupó un lado (costado) off en los cánones nacionales, Hebe Uhart está firmemente instalada en la literatura nacional y, como sucede con algunos pocos escritores, es constantemente redescubierta por las nuevas generaciones de escritores y lectores. La editorial porteña Interzona publicó, con un cuidado diseño de arte de tapa y un prólogo de Elvio E. Gandolfo, "Camilo asciende y otros relatos", colección de escritos que reúne once relatos publicados por la escritora entre 1977 y 1997, más la novela corta "Camilo asciende", publicada por primera vez por en 1987 y un bonus track: "Cartas de un colono", relato que se edita por primera vez.
"La importancia la da el que escribe", dice Hebe Uhart refiriéndose a los supuestos "grandes temas" de la literatura universal. Por eso, cuando uno se interna en la narrativa de Uhart, se sumerge en relatos y situaciones tan conocidos o habituales (y hasta impensados por su nimiedad) que resultan extraños. Toda una galería de personajes y situaciones que recogen "esa" particular voz que tiene la escritora al narrar los acontecimientos que surgen, por ejemplo, de alguien que observa el crecimiento de las plantas en el balcón de su departamento; de una niña que aprende a jugar a la escoba de quince; o de la forma de ser de los italianos venidos a la Argentina. Hay algo tierno, algo simple, algo "raro" y algo profundo sin la máscara de la profundidad.
Haroldo Conti, refiriéndose a la escritura de Uhart, dijo: "Su escritura es tan simple que por momentos parece infantil. Pero de simpleza es simpleza uno penetra en honduras y laberintos donde sólo puede avanzar si se participa de la magia de ese mundo (...) Ni aclara ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta". La idiosincrasia, el modo, el lenguaje, los mínimos detalles de la vida de sus personajes atraviesan la mirada "singular" de la escritora; una mirada femenina donde la narración fluye, salta (atrás, debajo y sobre), se enreda con la escritora misma, con su vida. Hebe Uhart transforma, a su modo, su mundo y el otro que lo encierra volviendo significante lo insignificante, resignificando el desconcierto de la rutina cotidiana y mancomunando esa inexorable comunión entre literatura y vida.
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