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 domingo, 15 de mayo de 2005  
[Memoria]
La vida es mil veces bendita
Diez sobrevivientes del genocidio nazi que emigraron a Argentina brindan su testimonio en "Y elegirás la vida", una investigación de la periodista Adriana Schettini

Rubén A. Chababo / La Capital

Sesenta años después de que los portales de ingreso a Auschwitz se cerraron definitivamente, la historia de Auschwitz sigue escribiéndose. Es que la experiencia concentracionaria, como toda experiencia límite, no brinda nunca la posibilidad de ser concluida del todo y los sobrevivientes de los campos están condenados a cargar en su memoria la dimensión atroz de esa experiencia vayan donde vayan. Es ese acaso uno de los poderes más destructivos que caracteriza a la experiencia concentracionaria: su imposibilidad de olvido para quienes la padecieron.

Puede decirse que después de que los genocidios tienen lugar, una cuota piadosa de olvido se hace necesaria. De otro modo, ¿cómo convivir diariamente el resto de la vida con las imágenes de lo atroz habitando los espacios cotidianos? ¿Cómo hacer para seguir pensando que la vida es algo que merece ser vivido cuando se ha perdido absolutamente todo y sólo queda delante de uno el cuerpo desnudo y la sombra que él proyecta sobre el suelo? Es acaso esta una de las preguntas centrales que estructura "Y elegirás la vida" (Aguilar) el libro de entrevistas de Adriana Schettini en el que diez sobrevivientes de la Shoá cuentan, narran, explican de qué modo, una vez abiertas las puertas de los campos, lograron reconstruir sus vidas diezmadas con lo poco o nada que aún les quedaba en el alma y las manos.

"Este libro nació de una sospecha -explica la autora-: la vida, aun en sus días más negros y en sus noches más despiadadas, es mil veces bendita. Cuando empujé la hipótesis hasta el abismo último, también allí se sostenía: incluso en Auschwitz la gente quería vivir. De hecho, en los campos de exterminio nazi y en los guetos, casi no hubo suicidios. Quien se suicidó en los tiempos de Hitler fue el Humanismo".

Comenzar su libro de entrevistas hablando de ese afán por aferrarse a la vida de los condenados a muerte, de esa tenacidad que los hacía apegarse a lo ínfimo y lo diminuto con tal de ganarle un día más al dictamen final, es una forma de ordenar el sentido de las entrevistas reunidas, porque cada una de ellas está orientada a demostrar al lector cómo fue que hicieron para seguir confiando en la vida aquellos salvados milagrosamente de los hornos crematorios.

Para escribir este libro Schettini se paró, como ella dice "junto a la alambrada del Lager" tratando de que su oído pudiera atrapar en su máxima posibilidad la dimensión de los relatos de aquellos que, como dijera el italiano Primo Levi, le vieron el rostro a la Gorgona: "quería oír algo más que sus voces: necesitaba percibir sus susurros, sus silencios, sus respiraciones entrecortadas por el aleteo de la muerte. Intenté pararme allí donde mis dedos estuvieran a punto de tocar sus dolores. No sé si lo logré, pero hice todo lo posible para situarme en el punto más próximo al territorio impenetrable".

A lo largo de las entrevistas Schettini narra el modo en que entró en contacto con cada uno de los testimoniantes, el trabajo que significó volverse una escucha confiable y la invalorable dimensión humana conquistada como consecuencia de cada uno de los encuentros.

Los diez sobrevivientes elegidos tienen en común no sólo el hecho de ser judíos y haber sobrevivido al exterminio, sino además el haber elegido a la Argentina como país de refugio. De allí que a través de sus relatos se vaya descubriendo la singularidad que tuvo la recepción de estos sherit hapleitá (remanentes salvados), como se los llamó en lengua hebrea en nuestro país. Un país que los acogió no sin oponer cierta dificultad (las fronteras estaban oficialmente cerradas para esta clase de inmigrantes y buena parte de ellos debió ingresar con pasaportes falsos o burlando fronteras a través de países limítrofes) y cuyo suelo debieron compartir, paradójicamente, con otros refugiados, muchos menos nobles que ellos llamados Adolf Eichmann, Erich Priebke o Joseph Mengüele, a quienes el primer gobierno de Perón dio refugio sin importarle que hubieran sido los hacedores de uno de los genocidios más brutales de la historia del siglo XX.

Las entrevistas revelan no solo la experiencia casi inenarrable de haber vivido la Hecatombe europea sino también el desafío que para cada uno de ellos significó reconstruirse desde la nada apenas llegar al río de la Plata. Sin conocer el idioma, sin recursos económicos, en algunos casos sin familiares o conocidos que los esperaran en ningún puerto, sin un espacio de contención donde pudieran explicar el horror del que venían y obligados por el mandato de vivir a seguir viviendo sin importarles los obstáculos y las adversidades, cada uno fue diseñando un pequeño territorio para construir su nueva labor de sobrevivencia.

Al fin y al cabo, como muchos lo confiesan, cualquier dificultad que la Argentina u otro país les ofreciera se les presentaba como algo mínimo e insustancial, frente al recuerdo atroz de ese huracán que se había llevado consigo sus casas, sus familias y sus patrias de origen. Pensar que sobrevivir es una gloria en sí misma y que una vez terminada la situación adversa toda inclemencia es puro pasado es una falsa creencia. Imaginar que los liberados de los campos fueron recibidos con los brazos abiertos por los países donde recalaron es otro error. Tanto los Estados Unidos, Israel como América latina (principales destinos de asilo) se tomaron su tiempo para quitar de ellos el manto de sospecha y desprecio que los rodeaba, algo que hoy muy pocos recuerdan.

Schettini cita, para graficar esta idea, una reflexión de Elie Wiesel recordando el desamparo al que fueron arrojados estos miles de hombres y mujeres en los años inmediatos al fin de la Segunda Guerra: "La gente aprovechaba a los sobrevivientes con fines políticos, expresando indignación en su nombre, usándolos para influir en alguna votación. Hacían discursos sobre ellos, pero sin ellos. Eran reclusos, parias, así los veía la gente. Todos incompetentes, todos inadaptados. Causantes de problemas, aguafiestas, portadores de enfermedades. Estaba muy bien ser simpáticos con ellos, pero desde lejos. Al principio ellos intentaban alzar sus voces pero fue en vano.

Así hubo quienes prefirieron guardar para sí el testimonio de lo vivido hasta que llegara el tiempo en que hubiera oídos dispuestos a escuchar. Y ese tiempo se prolongó más de lo imaginable y hubo quienes murieron sin haber tenido la opción de que les fuera concedida la posibilidad de la escucha, llevándose consigo y para siempre, un fragmento esencial de la historia humana del siglo XX.

"Y elegirás la vida" puede ser visto más que como un libro de memorias de valor histórico y documental como un resarcimiento simbólico al menos para diez de los miles de sobrevivientes del Holocausto. Una forma de brindarles el derecho a contar sus versiones acerca de un acontecimiento cuya dimensión catastrófica está siempre en disputa con lo descriptible.

El libro de Schettini lejos de sumarse a la voluminosa bibliografía ya existente sobre la Shoá y de revelar el costado argentino de este fenómeno (un costado que aún resta por contar, descifrar, analizar), merece ser ubicado en el lugar de aquellas obras cuyo valor esencial es el de ser tributos.

Siempre es necesario que haya quien salde la dimensión de un silencio y un vacío injustificable, alguien que vaya detrás del paso delicado de las víctimas para escuchar su versión del dolor y el sufrimiento. En este caso es Schettini quien se ha tomado el trabajo de hacerlo y el resultado obtenido -estas diez inmejorables entrevistas- merece el mayor de nuestros elogios.
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Prisioneros de Auschwitz luego de ser liberados.

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