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domingo,
15 de
mayo de
2005 |
Editorial
Banco Mundial: visión polémica
Nuevamente los organismos financieros internacionales lanzaron un severo diagnóstico sobre el presente argentino. Si bien los elementos objetivos no están ausentes en el informe, la flagrante omisión de la corresponsabilidad en el estallido de la crisis deslegitima moralmente la descalificación.
Un reciente informe emitido por una de las principales instituciones financieras internacionales se convirtió en materia necesaria de análisis debido a que toca directamente problemas clave para el definitivo despegue de la Argentina.
De acuerdo con un reciente "dossier" del Banco Mundial (BM), la gobernabilidad continúa siendo un fuerte déficit en el país. Es que a pesar de que la entidad crediticia admitió un progreso en rubros decisivos como los derechos políticos, civiles y humanos, realizó en cambio fuertes cuestionamientos en aspectos tan cruciales como la estabilidad política, la eficacia gubernamental, el imperio de la ley y el control de la corrupción, en los cuales se afirma que la Nación todavía no ha alcanzado los niveles que poseía con anterioridad a la crisis de 2001.
La visión tiene dos caras, una de ellas teñida de objetividad y la otra merecedora de una réplica. Sin dudas, por un lado resulta inobjetable que el país ha sufrido un deterioro en determinados ámbitos como consecuencia del estallido del sistema de convertibilidad, modelo que signó de manera positiva inicialmente y destructora después el devenir económico durante la década del noventa. El abismo en el cual se precipitó la Argentina llevó a muchos expertos a definir lo ocurrido como el peor desastre en toda su historia. Como consecuencia, la normalidad modificó sus parámetros y al brusco cambio debió adaptarse -por cierto que dolorosamente- la ciudadanía. El espacio impide desarrollar en detalle el nivel de alteración que sufrió la vida cotidiana durante aquella época del país, que en las grandes ciudades se caracterizó por la multiplicación de la protesta callejera a niveles impensados; claro que media población sumergida bajo la línea de pobreza se erige como contundente justificación de lo que sucedía.
Al compás de la reactivación, y aunque aún quede largo trecho por recorrer, la normalidad ha comenzado a ser restablecida. La visión en extremo crítica que sobre el presente nacional se entrega desde el BM desconoce, entonces, que el desastre acontecido dejó huellas demasiado profundas y omite mencionar, por otra parte, la innegable corresponsabilidad de los organismos financieros trasnacionales en la prolongación del modelo que derivó inevitablemente en estallido. Resulta demasiado liviano afirmar que "ningún país es prisionero de su historia o cultura" -como lo hizo un funcionario del BM- a la hora de realizar los cambios que necesita.
El problema argentino no es sólo cultural, sino bien concreto. El despojo no tiene rasgos subjetivos: luce la dura cara de la realidad.
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