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domingo,
08 de
mayo de
2005 |
Panorama político
La Argentina ensobrada
Mauricio Maronna / La Capital
Están pasando demasiadas cosas raras para que todo siga siendo tan normal. Desde las revelaciones sobre valijas cargadas de dólares para sobornar a senadores, pasando por maletas repletas de cocaína atravesando los controles de Ezeiza como si se transportara jabón en polvo, hasta llegar a las pesadas mochilas rebosantes de sobres con abultados fajos de billetes para engrosar los sueldos de funcionarios, el tiempo demostró ser muy veloz.
Y dejó a la intemperie nuevamente a esa Argentina de doble faz que, ingenuamente, muchos creyeron haber desterrado en diciembre de 2001. La sucesión de los escándalos genera que lo que ayer fue noticia hoy esté en el neblinoso sendero de la impunidad.
Las denunciadas coimas a los legisladores para que voten la ley de flexibilización laboral se amontonan en una causa que (según dijo a La Capital una fuente directamente vinculada a la investigación) "se cae a pedazos", el proceso por el tráfico de cocaína rápidamente cambió de juez y los sobresueldos pagados durante el menemismo tomarán senderos que, más temprano que tarde, harán que las pesquisas concluyan en un laberinto.
La ingeniera María Julia Alsogaray, despechada por el abandono a la que la dejaron librada los arquitectos del poder construido bajo los efectos de la pizza y el champán (del que ella también fue parte), despertó de la resaca y dejó escrito en una carta de lectores lo que la inmensa mayoría de los políticos ya sabía.
Inmediatamente brotaron los arrepentidos, que, como en los demás casos, parecen actores de pésimas películas clase B.
Enrique N'Haux, asesor cavallista del directorio del Banco Nación entre 1991 y 1995, eligió escribir una novela basada en hechos reales en vez de presentarse a la Justicia, la que ahora sí lo requiere. Desde el 95 hasta hoy pasaron diez años, justo el tiempo procesal en que empieza a asomar la prescripción.
Otros personajes, con rasgos también novelescos, contaron que los directores del Nación recibían los sobres la primera semana de cada mes, de manos del pagador del Ministerio de Economía. El hombre cargaba los dólares en su mochila, miraba las palomas en la Plaza de Mayo, saludaba a los policías que cumplían guardia en las afueras de la Casa Rosada y se perdía en la misteriosa Buenos Aires.
Cuenta también la historia que repiquetea por estos días que, a la par de los sobresueldos, se entregaba la declaración de ganancias y el folleto aclaratorio de la ley secreta 18.302. Como la birome y el dulce de leche, otra invención nativa: dinero sucio, pero con aportes al fisco. A la luz de semejantes relatos, el novelista americano Don DeLillo parece un autor costumbrista.
"La Justicia tiene que investigar hasta las últimas consecuencias", sueltan desde el gobierno nacional mientras la oposición recuerda que Martín Redrado, Alberto Fernández, Felipe Solá y Alberto Iribarne, entre otros, tuvieron puestos clave en el menemismo. Claro, otro de los denunciantes (secretario de Raúl Granillo Ocampo y locutor del acto de cierre de la campaña "Menem presidente", en el estadio de River), Roberto Martínez Maidana, dijo que el servicio de mensajería también llegaba a la Corte de los milagros.
La aparente intención del presidente de la Cámara de Diputados, Roberto Camaño, de hacer públicas todas las leyes secretas provoca cosquilleos en muchos de sus pares. ¿O acaso no fueron los miembros del hoy disuelto Grupo Talcahuano los que denunciaron hace pocos meses (también ante la Justicia) que compañeros de bancada les ofrecieron varios miles de dólares de sobresueldo?
Pero que nadie crea que los políticos, los jueces o los empresarios (Elisa Carrió le dijo al fiscal Paulo Starc que Roque Maccarone, ex titular del Banco Central, le reveló que Menem obligaba a hacer aportes mensuales para el cobro de sueldos extraordinarios) son los únicos que, alguna vez, tendrían que dar explicaciones concretas.
No debería sorprender que muchos periodistas autodenominados "de investigación" hayan cerrado sus bocas. Tal vez también las tengan tapadas por sobres repletos de fondos reservados. Durante 2004, el controvertido Guillermo Cherasny admitió en un programa radial (FM La Isla, conducido por Viviana Gorbato) haber recibido sobres de la Secretaría de Inteligencia del Estado (Side). Y dijo no haber sido el único.
El Señor 5 en el gobierno de la Alianza, Fernando de Santibañes, señaló algo parecido y, recientemente, en el juicio por la Amia se dieron otros nombres y apellidos. Crápulas y decentes hay en todas las vertientes ideológicas.
Tal vez Natalio Botana haya pecado de minimalista en el título de una editorial publicada la semana pasada en el matutino La Nación: Argentina no es la "República del secreto"; representa el país del secreto a voces.
Lo más preocupante de la saga escandalosa de hechos de corrupción es la actitud de indiferencia que adoptó la sociedad. Aunque pueden existir los porqués: las recurrentes cataratas de denuncias (que se tapan unas a las otras) terminan aniquilando la capacidad de asombro.
Aunque parezca de cumplimiento imposible en un momento en que desde el presidente de la Nación hasta el último concejal del pueblo más pequeño están más preocupados por la campaña electoral que por la resolución de los grandes problemas, la debacle ética del poder solamente se soluciona con más y mejor política.
Los asesores de funcionarios devenidos en carteros y/o valijeros han llamado más de dos veces. Las instituciones son las que parecen estar ensobradas.
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