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domingo,
08 de
mayo de
2005 |
Pareja: cuando faltan las palabras
Cuando el bebé llora, los padres tratan de conocer las causas de su llanto. Generalmente piensan en las más frecuentes de su malestar: siente hambre, está incómodo porque está sucio, le dolerá la pancita, tiene sueño? Es decir, que especialmente la madre, trata de adivinar que le pasa a su bebé dado que no puede expresar su malestar a través del lenguaje.
Si lo miramos desde el punto de vista del bebé, verifica que como respuesta a la expresión de desasosiego a través del llanto, la madre acude solícitamente y descubre las causas de su malestar e inmediatamente tiene una solución para restaurar el estado de bienestar. De allí nace la certeza de que el amor materno tiene la facultad de adivinar sus necesidades y sus deseos.
Esta convicción de que el amor posibilita el conocimiento del ser amado se va a prolongar en el tiempo y en la vida adulta, dando origen a la expectativa de que aquellas personas que nos aman, sean amigos o familiares van a saber de nuestras alegrías, de nuestras tristezas, de nuestras deseos, sin que tengamos necesidad de expresarlos verbalmente.
Esta ilusión va a cobrar una intensidad mucho mayor en la relación amorosa de pareja. Si bien podemos comprobar que hay personas cercanas a nosotros que parecen incapaces de penetrar en nuestros pensamientos más íntimos, esto no ocurrirá en ese vínculo amoroso privilegiado, pues el amor todo lo puede.
Quién mejor que aquel que nos ama puede conocer nuestras necesidades, deseos, gustos. Esta esperanza de adjudicar al otro poderes de vidente que es mutua en la pareja, es fuente de muchos malentendidos que originan conflictos que no se explicitan. Pongamos por caso que para el día de su cumpleaños ella esperaba un hermoso ramo de flores y él le regala un perfume, pensando que la está complaciendo. Por tanto, no comprende el gesto desilusionado y no sabe a qué circunstancia atribuirlo. Cuando le pregunta qué es lo que le pasa, ella contesta: nada. Como el malhumor continúa sin saber la causa, el malestar se instala en la pareja.
Suponiendo que ella no quede tan resentida, podrá tolerar esta falla de su amado y la fiesta continuará. Puede suceder también que verbalice el motivo de su desilusión. Entonces, él, sorprendido, le dirá ¿por qué no me dijiste que querías flores para tu cumpleaños? Ella va a responder que así no tiene gracia, el regalo carecería de valor. Si él la quiere tanto como dice, sabría cómo complacerla (de esta forma es como si viviera con un desconocido).
Es posible que ocurra algo similar con él que expresó que no quería ninguna fiesta ni festejo en el día de su cumpleaños, y que cuando llega a su casa y comprueba que su pedido ha sido cumplido al pie de la letra, en lugar de estar conforme aparece su fastidio pensando que si ella estuviera realmente tan interesada algo hubiera programado para alegrarle ese día tan especial.
Distinto es el caso de aquella muchacha del tango de Manuel Romero que deseaba intensamente un tapado de armiño que dice: "Cuántas veces tiritando, los dos junto a la vidriera, me decías suspirando ¿ay, amor, si vos pudieras? Y yo con mil sacrificios te lo pude al fin comprar, mangué a amigos y usureros y estuve un mes sin fumar". Es decir, que si el otro expresa verbalmente su deseo puede ser conocido y considerar si es factible su satisfacción.
Es posible que todos los adultos guarden un resabio, una añoranza de aquel vínculo tan especial que se tiene con la madre sobre todo en los albores de la vida. La repetición de esa relación ideal e idealizada es un deseo infantil que subyace en el adulto. Como en esas muñequitas rusas que al abrirlas nos permite descubrir una de menor tamaño, y así sucesivamente, nuestro psiquismo conserva todas las experiencias acumuladas a lo largo de nuestro desarrollo. Por ello no nos debe extrañar que en muchas ocasiones aparezcan estas facetas que se generaron allá lejos y hace tiempo.
Son nuestros aspectos adultos los que deben jugar para tolerar y contener estas demandas infantiles que amenazan a nuestros vínculos más cercanos. No se trata de renegar de aquello que nos constituye, sino más bien comprenderlo como perteneciente a un pretérito irrepetible y poder utilizar nuestros recursos adultos, en este caso el lenguaje, para darnos a conocer al otro y expresar nuestras demandas.
Domingo Caratozzolo
Psicoanalista
www.domingocaratozzolo.com.ar
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