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sábado,
30 de
abril de
2005 |
[Revisiones] Malvinas en una reconstrucción reveladora
Una guerra no contada
Fernando Cittadini y Graciela Speranza construyen un extraordinario relato en base a testimonios de ex combatientes
Osvaldo Aguirre / La Capital
La guerra de Malvinas no ha sido contada por sus protagonistas. Esa idea fue uno de los puntos de partida de "Partes de guerra", un libro que acaba de ser reeditado por Edhasa. En base a los testimonios de oficiales, suboficiales y soldados que combatieron en las islas, Graciela Speranza y Fernando Cittadini armaron un relato extraordinario, que apunta a reabrir una historia menos conocida y más desgarradora de lo que todavía se supone.
Según cuenta Fernando Cittadini, las entrevistas con los ex combatientes fueron, en su origen, parte de una investigación para el guión de una película, proyecto que no se concretó. "Pero cuando comenzamos a escuchar los testimonios de los ex soldados -dice- entendimos pronto dos cosas: que sabíamos muy poco de la guerra de Malvinas -al igual que la mayor parte de los argentinos-, y que por lo tanto esos relatos debían ser públicos, y por eso decidimos seguir adelante con la investigación, ya pensando en el libro".
-¿Cómo se desarrolló la investigación y la escritura del libro?
-El proyecto tuvo dos etapas, una primera de recopilación de material, de investigación, lectura y entrevistas, y una segunda que consistió en convertir ese material en un texto. Cada etapa tuvo sus dificultades. Las entrevistas fueron siempre individuales, muy intensas y muy dramáticas. Después de escuchar las historias que cada uno nos contaba a Graciela y a mí nos costaba mucho recuperarnos, "volver a la realidad", como pasa con algunas películas o con la lectura de ciertos libros que permanecen en la memoria cuando ya terminaron. Algunas entrevistas se hicieron hasta en dos o tres sesiones de varias horas cada una. En muchas ocasiones tuvimos que interrumpirlas porque en algún momento casi todos se quebraban por la impotencia, el dolor, la indignación o por todo junto, incluso varias entrevistas tuvieron que postergarse o no llegamos a hacerlas porque aunque ya estaba concertada la cita algunos veteranos no se presentaron. Como no venían los llamábamos por teléfono para saber qué había pasado y entonces nos pedían disculpas, nos decían que no iban a venir porque no iban a poder hablar, que no estaban en condiciones de hablar. Aunque las entrevistas terminaron siendo muy extensas, primero tuvimos que superar cierta predisposición al silencio. Un oficial cuenta en el libro que la característica que mejor define a un militar es la paranoia. Un militar debe desconfiar de todo, un oficial que no es paranoico, en el frente de combate, dice, se muere. Así que la desconfianza era casi natural. También es cierto que nosotros tuvimos que superar nuestros propios prejuicios.
-¿Por qué eligieron sólo a soldados y oficiales del Ejército y dentro de éstos a algunos de los que pelearon en Darwin-Goose Green?
-Tuvimos que tomar algunas decisiones de índole formal, y otras que tenían que ver con los contenidos. No podíamos contar toda la guerra porque toda la guerra no podía ser contada. La zona de Puerto Argentino y sus alrededores nos resultó narrativamente menos interesante en la medida que allí había demasiados regimientos, demasiados generales, mucha gente en tránsito. Hasta que nos centramos en la zona de Darwin-Goose Green -dos poblaciones vecinas ubicadas a 80 kilómetros de Puerto Argentino cerca del estrecho de San Carlos-, porque presentaba varias ventajas relativas: allí se asentó desde el 3 de abril de 1982 una compañía del Regimiento 25 de General Sarmiento, de Chubut, a la que se agregó parte del Regimiento 12 de Corrientes el 30 de ese mes. Era un contingente estable de soldados relativamente aislado de Puerto Argentino, con cierta autonomía. La compañía del 25 había participado además del desembarco el 2 de abril, y fueron también quienes enfrentaron por primera vez a la expedición británica, que desembarcó precisamente en esa zona el 21 de mayo, desde el estrecho de San Carlos. Así que la historia de esa compañía, más los soldados del 12, nos permitió contar la guerra desde el desembarco hasta el último día. El relato minucioso de una parte de la guerra. Nos permitió reconstruir además ciertos pormenores de esos más de setenta días, por caso, la difícil convivencia de tropas argentinas con la población kelper, el extrañamiento inicial de encontrarse en un lugar muy hermoso, según cuentan, pero que les parecía parte del paisaje británico más que territorio argentino; o el entusiasmo de los primeros días que se fue transformando en decadencia física, desazón, angustia a medida que llegaban noticias de la proximidad de la flota inglesa y los suministros comenzaban a escasear.
-¿Cómo fue el trabajo de armado y montaje de los testimonios?
-Como te decía recién, otra de las decisiones que tuvimos que tomar fue de orden formal, es decir, cómo íbamos a contar esa historia. Sin embargo se trata de uno de esos casos en que la forma fue dada casi naturalmente por los contenidos. No fue demasiado complicado darnos cuenta de que no había manera de que un narrador unificara, con la eficacia necesaria, la riqueza de los testimonios. Había que ceder la palabra para lograr un relato coral que le diera espacio a cada relato con su propio tono, su propio registro, su propio tiempo narrativo. El libro se lee como una novela. Está armado exclusivamente con el entramado de las voces de los soldados, específicamente se trata de un montaje de fragmentos documentales procesados con técnicas propias de la ficción. Cada fragmento tiene autonomía, narra un episodio completo, una anécdota o encierra una reflexión, pero al mismo tiempo cada fragmento debía entramarse con el siguiente para lograr que el relato avanzara como un todo, como una novela.
-¿Cuáles fueron los modelos narrativos que tuvieron en cuenta?
-Trabajamos con ciertos presupuestos teóricos más que con modelos concretos. Seguimos sin embargo algunas experiencias como las de Puig, que en ocasiones hacía uso del grabador, diálogos que luego trabaja en sus novelas casi sin cambios, como en "Maldición eterna a quien lea estas páginas". Es inocultable también la marca de los textos de Walsh, extremando en este caso su propósito expreso de quitarse de encima el "estilo", de ser todo lo fiel posible al testimonio. Saer también dice por allí que el narrador es nada, que el narrador no sabe más que otros, que no puede ni debe arrogarse ninguna facultad que lo privilegie. Todo eso explica la ausencia de narrador y por supuesto, en el montaje, está la marca del cine.
-Pese a que ustedes, como autores, no toman la palabra, la forma de armar la narración también dice cosas.
-El montaje, efectivamente, representa nuestra forma de intervenir en el texto, no para manipularlo sino al contrario, para "abrir" el relato. Si sobre determinada circunstancia había puntos de vista contradictorios por ejemplo, nos preocupamos especialmente por señalar la divergencia. El efecto que produce es que efectivamente no hay una "verdad" cerrada sobre la guerra, sino relatos posibles, recuerdos posibles, versiones.
-¿Qué cosas les interesaban a ustedes de estos testimonios sobre Malvinas?
-Lo que nos propusimos fue otorgarle espesor narrativo a una guerra sin relato, no contada, silenciada primero por los militares y luego por los sucesivos gobiernos civiles. Los veteranos fueron olvidados además por la sociedad como conjunto, una sociedad bastante ingenua por aquellos días que se dejó manipular por la campaña triunfalista de la dictadura, todo aquello de que íbamos ganando. Esa sociedad, una vez que supo la verdad, que comprendió lo indefendible de toda aquella locura, sintió, me parece, culpa, mala conciencia, no supo cómo procesar el engaño y lo envió a la papelera de reciclaje. Quedó una serie de imágenes urbanas de festivales solidarios, miles de cartas de maestras y alumnos de primaria, partes y marchas militares, el Mundial de España, flashes esencialmente divorciados del lugar donde pasaban las cosas importantes, y quedó también el estereotipo de "los chicos de la guerra" o bien "los loquitos de la guerra", pero concretamente, como decía, poca gente sabía o se había preocupado por saber qué había pasado en las islas. Una de las razones que explica el libro por lo tanto era la necesidad de reparar esa falta de relato, porque por otra parte la única forma de acortar la distancia entre la sociedad y los veteranos es precisamente el conocimiento, pues nadie puede comprender al otro si desconoce su historia.
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La tragedia llegó tras el triunfalismo del "estamos ganando".
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