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sábado,
30 de
abril de
2005 |
Editorial
Con la precariedad como signo
La penosa situación que atraviesa la Justicia en la ciudad obliga al despliegue de actitudes individuales excepcionales para enfrentar las notorias carencias infraestructurales. Lamentablemente, las deficiencias generadas por años de desidia no parecen poder ser resueltas con la celeridad necesaria.
En el transcurso de las últimas semanas, varias notas publicadas por La Capital dieron cuenta de una realidad tan alarmante como, al parecer, irreversible en lo inmediato: el patético estado de las cosas en diversos ámbitos que resultan decisivos para el bienestar y el desarrollo de una sociedad, tales como la educación y la Justicia.
En la primera de las esferas mencionadas, la situación desastrosa de los edificios de la Escuela de Enfermería y la Facultad de Humanidades —uno, virtualmente en ruinas; el otro, con severos problemas de humedad y con una venerable biblioteca erigida en hogar de ratas y murciélagos— constituye un signo del enorme deterioro sufrido a lo largo de las últimas décadas en el país por la educación pública, otrora uno de los principales motivos de orgullo que tenía la Argentina y que fue crucial para diferenciarla netamente del resto de las naciones latinoamericanas.
El virtual colapso que sufre el sistema judicial rosarino fue la nota principal de la edición del pasado domingo de este diario y el tratamiento de la noticia continuó después, incluso en esta edición. La sobrecarga de causas, un crecimiento notoriamente asimétrico entre la estructura y las demandas de la gente, magistrados al límite de su condición física y juzgados vacantes fueron parte de un panorama oscuro, apenas atenuado por la ostensible y elogiable voluntad de que hacen gala distintas individualidades.
Esta crisis, además, revive viejas asimetrías entre el norte y el sur de la provincia, que no se limitan al campo judicial. Sin embargo en este terreno cobran una enorme dimensión si se repara en que Rosario, con casi el cien por ciento más de población y de causas, apenas tiene un cincuenta por ciento más de jueces que Santa Fe.
La precariedad es, en síntesis, el signo bajo el cual se desarrollan las actividades en esferas cruciales que se hallan bajo la tutela del Estado. Notorio resulta que el desastre actual no es fruto de descuidos recientes, sino de una añeja combinación de negligencia y políticas nefastas. Quienes ostentan merced al voto de la ciudadanía la trascendental responsabilidad de gobernar y legislar deben recordar de modo permanente la grave situación que se vive, única manera de obrar día tras día con el impostergable objetivo de mejorarla.
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