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 miércoles, 20 de abril de 2005  
El sucesor
La gente vivió las emociones en la histórica plaza de San Pedro
Hubo alegría y decepción, nacionalismos exaltados, bandas musicales, confusión y repique de campanas

En la plaza de San Pedro ayer se vivieron todas las emociones.

Hubo alegría y decepciones, nacionalismos exaltados, bandas musicales, confusión, repiques de campanas, así como el silencio y la devoción de los fieles católicos al recibir la primera bendición urbi et orbi -o a la ciudad y al mundo, en latín- por parte del nuevo Pontífice Benedicto XVI, el cardenal alemán Joseph Ratzinger, de 78 años.

Y todo frente a los ojos atentos de miles de peregrinos en la plaza y trasmitido al mundo en directo por decenas de cadenas de televisión instaladas en los techos de edificios cercanos.

La jornada comenzó con malos presagios: el cielo gris, algunas gotas de lluvia y finalmente cerca del mediodía un humo claro, que se transformó en negro, saliendo de la chimenea de la Capilla Sixtina, donde desde anteayer por la tarde 115 cardenales del mundo estaban reunidos para elegir al sucesor de Juan Pablo II.

El humo negro del mediodía no disuadió a la multitud.

Por la tarde, la plaza de San Pedro estaba abarrotada. Los sitios más buscados eran cerca de las pantallas gigantes de televisión, que permanentemente enfocaban el tope de la chimenea de la Sixtina.

Curiosamente, en el centro de la plaza trabajadores usaron barandas de madera para dejar un espacio rectangular libre y al que los peregrinos no podían entrar.

El Vaticano había anunciado que para confirmar que los cardenales tenían un acuerdo, junto al humo blanco, repicarían las campanas. Pero tanto al mediodía como por la tarde las señales de humo comenzaron a salir muy cerca de dar la hora -minutos antes de las 12 del mediodía y minutos antes de 6 de la tarde- por lo que después de algunos segundos de incertidumbre sobre el color del humo, el repique solitario del campanario aumentó las expectativas.


Colapsaron los celulares
La telefonía celular colapsó y conseguir llamar dentro de la misma ciudad se hizo imposible.

Cuando en la jornada vespertina volvió a salir un humo claro, muchos dudaron. Sonó la campana y volvieron a dudar. Pero la fumarola seguía transformándose de gris a blanco y seguía saliendo incesantemente. Entonces los fieles ya no se controlaron. Se montaron sobre sillas, en los hombros de amigos, encima de las dos gigantescas fuentes de la plaza, y los gritos de "Papa", "Papa" y los aplausos no cesaban.

Pasados cinco minutos después de las 6 de la tarde (16 GMT) ya no quedaron dudas, la gigantesca campana al extremo izquierdo de la Basílica comenzó a agitarse y a sonar. Siguió así durante 15 minutos.

Y luego silencio. Algunos bajaban de sus sillas, otros se sentaban en el suelo, se tomaban fotos.

Pasó media hora y hubo inquietud entre los asistentes que, como los de un espectáculo que se retrasa, comenzaron a aplaudir para presionar el alza del telón.

Los aplausos y gritos reclamando la salida del Papa parecieron ser escuchados.

Desde el balcón principal de la Basílica el anuncio al mundo en italiano, español, francés, alemán, inglés y latín: "Habemus Papam". Se anunció el nombre del cardenal alemán Joseph Ratzinger como el nuevo Papa con el nombre de Benedicto XVI.

Los gritos de "Viva" y "Papa" no cesaban, las banderas de distintos países ondeaban sin cesar.

La banda musical de la policía italiana, con sombreros coronados con borlas rojas, avanzó por el exterior de la plaza y escoltada por la Guardia Suiza se ubicó en aquel rectángulo que estaba libre en el centro de la plaza de San Pedro. Interpretó unos compases y aguardó en silencio.

El nuevo Papa apareció en el balcón principal de la basílica con su impecable casulla blanca y capa roja. Dirigió unas breves palabras: "Después del gran Papa Juan Pablo II... los señores cardenales me han elegido".

En los dos balcones laterales los cardenales aparecieron en rojo brillante, mirando a la multitud.

El nuevo Pontífice anunció una bendición y automáticamente la población en la plaza redujo su estatura al ponerse de rodillas en silencio.

Al despedirse, Ratzinger dio las gracias y desapareció por el balcón, mientras los cardenales saludaban levemente con sus manos a la multitud que les gritaba gracias.

La banda interpretó los primeros compases del himno nacional italiano.

Miles de personas se quedaron en la plaza, otros salieron comentando las palabras de Ratzinger, algunos más satisfechos que otros por el resultado de la elección de un día. (AP)
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De la espera a los gritos de alegría.

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