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 sábado, 16 de abril de 2005  
Horrores perpetuados en la voz de los parientes

No sólo los devastaba imaginar la crueldad de los asesinatos, sino que esas muertes fueran, para ellos, un horror anunciado. "Los guardias fomentaban las peleas entre santafesinos y rosarinos. Incluso apostaban para ver quién ganaba. A mi hermano lo ponían en pabellones con santafesinos para que se peleara y perdiera la buena conducta. Estaba por salir y lo mataron de cuarenta puñaladas", decía Carina Barreto, sollozando por la muerte de su hermano Carlos Ariel, de 26 años, la trágica noche del lunes. A su lado, Lorena, mujer de su compañero de celda, refrendaba la presunción de selectividad que tuvo la masacre. "Carlos era delegado, mi marido no".

Carlos Barreto tenía un hijo de 4 años. Era de Barrio Plata, detrás de la Jefatura de Policía. Purgaba una condena de ocho años por robo calificado. Según sus familiares, pasó más de seis años en Coronda y estaba "a punto de salir". Su hermana contó que ya estaba gestionando su libertad condicional y que en una oportunidad "el alcaide le pidió 1.500 pesos para permitir que fuera trasladado".

"El no tendría que haber estado en Coronda. Lo ponían con santafesinos y los incitaban a pelear. Entonces le ponían mala conducta y no conseguía la condicional", contó Carina.

Celso Mercado hablaba de su hermano Amelio, de 25 años, padre de dos hijas, de barrio Bella Vista. Luego de recibir 13 puñaladas, su hermano fue incinerado en el fatídico pabellón 11. "Se quería rehabilitar pero no podía. Ya había estado en Coronda antes y cuando salió hacía algunas changas. Una vez consiguió un trabajo, pero se enteraron que había estado preso y lo echaron. Por eso yo le pido al ministro de Justicia (sic) que haga algo por los pibes que están adentro y no pueden hacer nada cuando salen. Los que salen de la cárcel necesitan poder trabajar".


"Odio al rosarino"
Vecino del barrio Bella Vista, Mercado también expresó su convicción de que "el santafesino -tanto en alusión a los guardas como a los presos- odia al rosarino". Y comentó que su hermano le contó unos días antes de la tragedia que "los guardias los sacaban de las celdas, les tiraban agua fría y los cagaban a golpes. Y también les mostraban la comida y no se las daban".

El hermano de Amelio negó que su hermano fuera delegado de su pabellón. Sin embargo, algunas versiones periodísticas y también los dichos de otros familiares lo sindicaron como vocero. "Era de dialogar con todos -lo describió la madre de otro preso- y en diciembre del año pasado ya lo habían apuñalado".

Juan Ramón Díaz tenía 31 años y desde los 18 vivía en la cárcel de Coronda. Pero le quedaban unos meses allí. Tanto su hermana Andrea como su madre, Mercedes, coincidieron en lo que decían todos: "Fue una entrega. Es imposible pasar del pabellón 7 al 11 sin que lo permitan los guardias. Y que un guardia sea tomado de rehén tan fácilmente y no toque timbre". Otra coincidencia destacada por las familiares es que Díaz era delegado.

Hubo otro dato que instaba a las mujeres a pensar en que Juan fue víctima de una entrega. "Días antes requisaron a los rosarinos y les sacaron las chuzas. Qué casualidad, ellos quedaron desarmados y vienen los santafesinos con lanzas y los matan. A Juan le dieron 13 puñaladas y lo mutilaron. Para colmo nos trajeron el cuerpo casi descompuesto, ni siquiera se le pudo hacer un sepelio digno".

Al contrario de lo que contaban otros familiares, Andrea afirmó que su hermano "nunca" tuvo miedo. "El se llevaba bien con todo el mundo, nunca había tenido problemas, ni un rasguño. Pero sí peleaba por sus derechos. Seguramente le rompía las bolas a alguien, era de los que molestaba. Y por eso los entregaron", afirmó la joven, que vive cerca del cementerio La Piedad.
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