| domingo, 27 de marzo de 2005 | [Nota de tapa] Una vuelta a la redonda La vida detrás de los muros de una cárcel centenaria La Unidad de Detencion numero 3 no esta muy lejos del centro de la ciudad. Pero pocos rosarinos saben como viven y que piensan quienes cumplen alli sus condenas La mayoría de los rosarinos pasan casi toda la vida circulando por las calles aledañas a la Unidad Penitenciaria Nº3, de Zeballos y Riccheri, y sólo conocen sus muros exteriores. Desde afuera la Redonda -como la bautizó la voz popular- sólo muestra sus paredes derruidas, donde la pintura no alcanza a esconder su antigüedad. Las grandes ventanas con antiquísimas rejas permiten entrever algo del interior del penal. Por las noches, las lamparitas dan una luz mortecina que multiplica el paisaje ya de por sí deprimente. Pero aunque la prisión no está demasiado lejos del centro de la ciudad lo que ocurre tras esos muros parece, a veces, un secreto bien guardado.
"Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigos de los reos detenidos en ellas", reza un fragmento del artículo Nº18 de la Constitución nacional. Actualmente Rosario tiene sólo esta cárcel de Zeballos al 2900, que ocupa un edificio con más de un siglo de antigüedad.
No hace falta entrar a la cárcel para ver cuántos años de historia convergen allí. Sólo alcanza con caminar por las veredas y observar los viejos ladrillos gastados, hundidos y decolorados, colocados en el suelo a modo de baldosas.
Las sucesivas cirugías estéticas practicadas a la entrada principal del edificio disimulan su verdadera edad. Pero basta con traspasar la primera reja para empezar a descubrir otra realidad.
Este edificio se empezó a construir en 1888 y se puso en funcionamiento en 1894. Originalmente fue la Cárcel de Encausados y Contraventores en Tránsito y la mayoría de los detenidos eran extranjeros y anarquistas.
Actualmente es un penal de mínima seguridad y los internos no son considerados "peligrosos" por las autoridades del Servicio Penitenciario Provincial. De los 328 internos, 272 están condenados y 56 procesados. El 75 por ciento de ellos tiene menos de 25 años.
Historia antigua Al llegar al primer patio de la cárcel y antes de entrar a la zona de aulas y pabellones, ya comienzan a aflorar los auténticos rasgos del edificio original. En un espacio abierto que prácticamente tiene poco menos que el largo de una cuadra -en forma paralela a calle Zeballos- se aprecian los históricos adoquines de fines del siglo XIX, similares a los que todavía perduran en el pasaje Santa Cruz (ubicado en barrio Martin).
Para ingresar al penal hay que traspasar un pasillo que es bastante ancho. Al mirar hacia arriba, se ve una especie de entretecho de chapa. Pero si se observa con más detenimiento, se descubre la verdadera historia de la Unidad III. Gigantescos ladrillos de barro, fabricados a fines del 1800 constituyen el verdadero techo abovedado, que se va deteriorando cada día, sin pausa y sin prisa. Ese entretecho de metal, sólo pretende evitar que alguna persona quede lesionada como consecuencia de los desprendimientos del revoque.
El segundo patio también tiene sus particularidades. Allí convergen las aulas donde 130 reclusos cursan la escuela primaria y otros 55 asisten a la secundaria. También hay salones en los que se desarrollan distintos talleres, como los de literatura y teatro. La decoración de ese sector estuvo a cargo de los mismos detenidos, quienes pintaron un rostro gigante de Cristo. En las paredes de los salones los internos plasmaron graffitis, triángulos, rectángulos y fórmulas matemáticas.
El piso de ese patio no puede escapar a la historia. Claro que estas baldosas no son del siglo XIX, pero sí muestran que miles y miles de pisadas las carcomieron durante más de medio siglo.
La Unidad 3 tiene nueve pabellones y celdas de autodisciplina. El pabellón Nº7 es de reciente construcción y se inauguró a fines de 2003. Ahí fueron trasladados los presos condenados por delitos sexuales. Por su seguridad, ellos están alejados del resto de la población carcelaria.
Los pabellones son especie de galpones, algunos de los cuales están subdivididos en celdas y otros no. Los que se denominan pabellones colectivos sólo tienen camas distribuidas a lo largo de toda la superficie del lugar.
En cambio, hay otros constituidos por casi medio centenar de celdas que convergen en un ámbito común. Cada celda tiene unos 4 metros de largo por 3 de ancho. En esos doce metros cuadrados conviven tres presos.
Cada preso tiene una litera de material cubierta con colchones envejecidos y delgados. En estas habitaciones los posters de Central, Ñuls, Boca, River, Colón y Unión se multiplican en las paredes, al igual que los graffitis y los dibujos. Alguna que otra foto de bellísimas chicas con ropas breves también se intercala con retratos de hijos y padres de los detenidos. Amén de ello, se ven remeras colgadas, pantalones tirados, sábanas y frazadas pendiendo de una cuerda, son parte del paisaje en cada una de las celdas.
Sólo basta con entrar a los pabellones para percibir el ambiente pesado por el aire enviciado, el olor que sueltan los calentadores a kerosene, la ropa con mugre añejada y la creolina reseca esparcida por los pisos. En definitiva, en el lugar sólo reina el olor del encierro.
"Pasé por todas las comisarías de Rosario y de Villa Gobernador Gálvez y acá estoy mejor que en cualquiera de ellas", afirma Marcelo, un joven de 22 años. No es el único interno que piensa así. Los detenidos que tienen experiencias de arrestos previos sostienen que la Unidad 3, con todos sus defectos edilicios, es "mejor que cualquier seccional".
Este penal le da la posibilidad al 60 por ciento de los detenidos de cursar sus estudios primarios y secundarios. Es más, uno se graduó en la carrera de enfermería, otro está a punto de hacerlo y hay quienes aspiran a ingresar a la Facultad de Derecho en poco tiempo más.
La gran mayoría de los detenidos tiene una actividad o un trabajo. Además de limpiar el penal, se ocupan de su mantenimiento y conservación. Hacen la comida, tienen talleres y aquellos que no asisten a ninguna de esas actividades, se dedican a la fabricación de marcos, cuadros, o hasta tallan barcos en madera. "Acá se aprende a hacer de todo", comentó Carlos, de 24 años.
Jorge Zapata tiene 61 años y es uno de los más viejos del penal. Esta es la cuarta condena que purga. El hombre está cursando la etapa final de su pena y tiene permiso de salida los domingos de 7.30 a 21.30.
"Ahora disfruto más de esas horas afuera que antes, cuando estaba libre", sostiene Zapata, encargado del mantenimiento del sistema eléctrico y telefónico de la Unidad 3. El no reniega de tener que volver al penal cada domingo a la noche.
A pesar de los muros, los detenidos no pierden la noción de lo que pasa afuera. Saben que "la calle está jodida", que "no hay laburo", que "la comida está cara" y que "la gente sigue sin darle trabajo a los ex convictos".
Por eso, algunos que ya parecen algo resignados a su actual destino, asumen que ellos están "mejor" que muchos de los que están en libertad. "Acá tenemos todos los días comida caliente y una cama bajo techo". Pero claro, inmediatamente llega la aclaración: "Estamos encerrados y no somos dueños ni siquiera de irnos a tomar una cerveza ni a la esquina".
Los presos ruegan que no llegue el verano, porque cuando las chapas de los techos del pabellón se calientan, el lugar se convierte en la sucursal del infierno. Ese horno compartido hace más difícil la convivencia entre más de medio centenar de hombres cuya edad promedio está por debajo de los 25 años.
Los ruidos también son inolvidables. Los sonidos de las trabas de las celdas, de las pesadas puertas metálicas y de llaves en los candados son parte del ambiente en la cárcel.
A lo largo de todo el perímetro del penal hay un angosto pasillo que puede observarse desde la calle. Ese espacio está custodiado por expertos: cinco perros de gran porte hacen ronda durante las 24 horas los 365 días del año. Ellos no entienden ni de feriados, ni de francos. Para ellos no existen las guardias de 24 horas por 48 de descanso como tienen los guardiacárceles. Sólo les alcanza con tener los caniles ubicados en ese mismo pasillo y algunos suculentos trozos de carne cada tanto.
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