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 sábado, 05 de marzo de 2005  
Agresivo golpe en una planta de artículos de limpieza en Batlle y Ordoñez al 3100
Se hicieron pasar por clientes y se llevaron 5.000 pesos de una fábrica
Dos hombres armados maniataron a seis personas, agredieron a un empleado y huyeron en el auto de la dueña

Dos hombres armados y a cara descubierta irrumpieron ayer poco antes del mediodía en una fábrica de artículos de limpieza de la zona sur, se apoderaron de cinco mil pesos y huyeron en el auto de la dueña de la planta. Antes de escapar, los hampones ataron de pies y manos a seis personas con precintos de plástico y le hicieron pasar un muy mal momento a uno de los empleados, al que le golpearon ferozmente y tildaron de "alcahuete de los patrones" porque no cooperaba con ellos. El vehículo sustraído fue luego encontrado en Ayacucho y Centeno.

El golpe en Fasec SRL, un local ubicado en Batlle y Ordoñez al 3100, duró entre 10 y 15 minutos. Sin embargo, para los cuatro empleados, la dueña y su madre fue una eternidad. Todo comenzó alrededor de las 11.15 de ayer cuando dos hombres llegaron hasta la puerta de ingreso a la planta y tocaron el timbre del portero eléctrico. El ardid que utilizaron los ladrones fue el de hacerse pasar por clientes. Así, a través del aparato le anunciaron al empleado que los atendió, Gustavo Giampaoli, que venían a comprar unos secadores y sopapas de goma.

A Giampaoli no le pareció para nada extraño y abrió la puerta. Uno era morocho, estaba afeitado y vestía camisa y pantalón vaquero. Al otro apenas lo alcanzó a ver: era rubio y lucía bien entrazado. El empleado no había alcanzado a colgar el tubo del portero eléctrico cuando los recién llegados ya desenfundaban sus armas. En ese momento, además del trabajador estaba Mariel Santero, la dueña de la empresa, y su madre, Beatriz.

"Nos encañonaron a los tres y nos hicieron tirar al piso boca abajo. No parecían estar nerviosos y al principio nos trataron relativamente bien, aunque fueron un poco prepotentes", rememoró el muchacho de 24 años. "Quédense piolas, todos en el piso, no queremos matar a nadie", anunció el que parecía llevar el mando.

Sin embargo, el dúo dejó en claro desde el comienzo que había llegado en búsqueda de una fuerte suma de dinero. "Queremos la plata. Sabemos que hay mucha, así que colaboren", dijeron con firmeza. Giampoli y Santero cantaron donde se encontraba una caja pequeña con llave que contenía algunos billetes e inmediatamente trataron de explicar que en la fábrica no suele haber grandes cantidades de efectivo porque siempre se manejaron con los bancos y con valores.

Por eso los maleantes abrieron el cofre y se encontraron con un fajo grande de billetes, pero todos de baja nominación. Disconformes y algo fastidiados por la probabilidad de tener que marcharse con un botín escaso, redoblaron las exigencias, al tiempo que comenzaron a revolver cajones, escritorios y todo lo que encontraron en el camino. En pleno tire y afloje, se produjo un momento de tensión: fue cuando llegaron al lugar otros dos empleados con uno de los camiones de la empresa.

Entonces los hampones se pusieron un poco nerviosos. Los choferes ingresaron al predio por un portón lateral y estacionaron al final de un inmenso galpón. En ese lugar, junto con otro empleado que estaba en la parte trasera de la fábrica y no había advertido nada de lo que estaba sucediendo, fueron controlados y conducidos con el resto de las víctimas.

A esa altura del acontecimiento, las personas atadas de pies y manos con precintos plásticos y acostados boca abajo en el piso eran seis. Para Giampaoli el momento de mayor temor se produjo cuando los delincuentes acertaron a abrir un cajón y hallaron unos cinco mil pesos.

"A ver vos, rubio -le dijeron a Giampaoli- ¿no era que no había más plata? ¿Vos sos alcahuete de los patrones?". La pregunta sonó con tal contundencia que hacía prever una represalia. Y allí mismo comenzaron a patearle todo el cuerpo. Incluso, uno llegó hasta caminar sobre su espalda. Pero la situación no pasó a mayores porque, al parecer, se terminaba el tiempo.

Antes de salir de la planta los maleantes preguntaron de quién era el Renault Twingo azul que estaba estacionado frente a la puerta. Santero entregó las llaves sin chistar y los cacos se marcharon, no sin antes desactivar con cuidado la alarma.
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El robon no duró más de 15 minutos.

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