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 domingo, 13 de febrero de 2005  
[Lecturas]
El naufragio de Pérez-Reverte
Narrativa. "Cabo trafalgar", de Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara, Buenos Aires, 2004, 269 páginas, $25.

Jorge Carrión

A juzgar por la lectura de "Cabo Trafalgar", Arturo Pérez-Reverte se cree más allá del bien, del mal y de las convenciones literarias. Según se informa en la contratapa, el libro es un encargo: "En vísperas del bicentenario de las batalla de Trafalgar (21 de octubre de 1805), Alfaguara pidió a Arturo Pérez-Reverte un relato sobre su particular visión del combate naval más famoso de la historia". Sin duda el resultado fue particular. De las muchas facetas de esa particularidad que podrían comentarse de la novela voy a centrarme en tres: la técnica, la ideológica y la documental.

Técnicamente el relato se basa en el uso constante del estilo indirecto libre. El narrador es omnisciente y se pasea como Pedro por su casa por las conciencias de los personajes y por los barcos en que navegan. Y opta por un registro coloquial para la descripción de mentalidades y situaciones: "Pero no hacen maldita falta las banderas ni las señales ni la madre que las parió", "se dirigen a sotavento, tan panchos", "menudo cachondeo de patria", "compi".

Como se puede observar, no existe una voluntad de reproducir registros propios de la época histórica retratada, sino que se opta por expresiones que, aunque en algunos casos pudieran existir a principios del siglo XIX, son sobre todo propias de nuestros días. Para ser sincero, a medida que avanzaba mi lectura de la novela, esperaba que se me revelara la identidad de un narrador que justificara esa forma de contar. Un fantasma, pensaba yo, que observa la acción desde un futuro que es nuestro presente; un novelista que descubre viejos manuscritos de un antepasado y decide reconstruir los hechos, como testigo indirecto, en clave de actualización.

Pero ninguno de esos mecanismos, más o menos habituales en los géneros que Pérez-Reverte cultiva, aparece en "Cabo Trafalgar". Y esa ausencia complica técnicamente la comprensión del artefacto literario que al fin y al cabo es la novela. Porque resulta que a quien más se parece ese narrador omnisciente que usa y abusa del estilo indirecto libre es al ser humano histórico llamado Pérez-Reverte. O al menos a la manera como esa persona se expresa en las entrevistas que concede y en los artículos de prensa que publica. Se diría que su voz pública, por tanto, no distingue ámbitos de expresión. Ese hecho, que puede no ser problemático cuando se trata de leer productos periodísticos, sí lo es en cambio cuando lo que leemos quiere ser literatura.

Las convenciones literarias, como la verosimilitud del relato histórico, según el inventor del capitán Alatriste, están para saltárselas. Por eso un personaje de su última novela puede decir lo siguiente: "Perdona, chaval, pero no hablo catalán. ¿Do yu spikin spanish?". Es tal el margen de licencia que se toma el autor que de pronto el lector tropieza con lo siguiente: "cantan La Traviata (cosa singular, por otra parte, ya que a estas alturas La Traviata todavía no la ha compuesto nadie)". Si se trata de humor, no lo comparto; pero creo que se trata más bien de un problema de adecuación: el narrador se siente tan libre que no puede evitar caer en la desmesura.

Ideológicamente el autor deja claro que la corrección política no es de su incumbencia. A los franceses los llama "franchutes" o "gabachos"; a los ingleses, "perros". En un artículo titulado "Sobre ingleses y perros" (recogido en un volumen cuyo título transparenta una actitud pública que ha devenido intraliteraria: "Con ánimo de ofender. Artículos 1998-2001") Pérez-Reverte explica el porqué de su respeto a esos "cabrones arrogantes" sobre todo como marinos y de su desprecio a la hipocresía británica y al modo cómo han subestimado o directamente insultado a los españoles durante siglos, eso sí, dejando claro que no hay motivos patrióticos en todo ello, porque la patria "me importa un huevo de pato". La corrección política no es asunto suyo, de acuerdo, pero quizá habría que dirigir la pregunta hacia la ética. Seguramente España entera, su masivo público lector, no saldría demasiado bien parada de semejante pregunta.

En algunos momentos, en que las descripciones del trajín de un barco son muy eficaces, recordé que Pérez-Reverte es lector de Melville y de la tradición anglosajona que hizo del mar su matriz narrativa. El modo como logra que el lector visualice esas escenas está a veces al nivel del conseguido por el cineasta Peter Weir en "Master and Commander", basada en la obra de Patrick O'Brian. Pero esa calidad es escasa e intermitente, pese a que la investigación que hay detrás de la novela permitiría sostenerla. El problema es que tal volumen de documentación es desperdiciado en aras de lograr, por un lado, la espectacularidad hollywoodense (la escena final es la carrera entre bombas de un marinero que trata de colgar un trapo agujereado -la bandera española- en lo alto de mástil; la novela termina con el aplauso de los ingleses cuando el español logra su objetivo); y por el otro lado, un nivel de prosa que, pese a los tecnicismos, sea entendida por un lector medio y, por tanto, más acostumbrado a leer imágenes que palabras. En ese sentido es muy ilustrativo el uso que hace Pérez-Reverte de las onomatopeyas: "una bala de cañón pasa haciendo raaaaca", "Craaaac. Cuando el mastelero de juanete mayor se va a tomar por saco".

Algún día debería estudiarse el peculiar proceso de canonización que ha protagonizado Arturo Pérez-Reverte. Evidentemente, la Real Academia Española no saldrá indemne de esas pesquisas. Porque tiene en su seno a un escritor que no está trabajando con rigor el idioma ni su tradición literaria y que, además, no apuesta por la cultura. En el mismo libro citado anteriormente hay un artículo ("Francotiradores culturales") en que Pérez-Reverte brinda una interesante definición de cultura de verdad: "la que mira hacia adelante apoyándose en lo de atrás, eslabón de una cadena magistral hecha de siglos, que transmite y genera, afinando el intelecto". Según esa definición, "Cabo Trafalgar" no es cultura.


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Pérez Reverte, fuera del rigor del idioma, su tradición y la cultura.

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