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 sábado, 12 de febrero de 2005  
Hace 60 años se rediseñaba el mapa de Europa

Chris Melzer

Hamburgo. - Tres hombres firmaron el 11 de febrero de 1945 en una ex residencia de los zares en el balneario de Yalta, en Crimea, la estrategia común con que enfrentarían la fase final de la Segunda Guerra Mundial y la reformulación del mapa europeo de posguerra. Los "tres grandes" que crearon un nuevo orden mundial que perduraría por medio siglo eran el presidente de EEUU, Franklin D. Roosevelt, el primer ministro británico, Winston Churchill, y el líder soviético José Stalin.

Churchill no había demostrado inicialmente gran voluntad de volar hasta Yalta para encontrarse con un Stalin fortalecido por la ofensiva de invierno lanzada por el Ejército Rojo contra las fuerzas nazis. "Podríamos estar buscando diez años sin encontrar un lugar tan horrendo. Sólo es un paraíso para los piojos", se quejó por telegrama a Roosevelt. Pero la conferencia se inició finalmente el 4 de febrero con el objetivo de concretar las resoluciones tomadas por las tres potencias aliadas 14 meses antes en Teherán.

Las dispar coalición evidenció pronto fisuras. Stalin pretendía incluir la mayor extensión posible de territorios bajo la hegemonía rusa, Churchill en tanto veía en el dictador soviético una nueva amenaza tras la caída de Hitler y no estaba dispuesto a ceder en nada. Roosevelt cumplió el papel de mediador entre ambos.

La Conferencia de Yalta fue, por extraño que parezca, apenas preparada con antelación. No había agenda previa ni un temario claro. Los líderes de las potencias aliadas se reunían para conversaciones más o menos formales y a veces también negociaban de modo bilateral, obviando al tercero.


La cuestión polaca
Las cuestiones más debatidas fueron las nuevas fronteras de Polonia. El gobierno polaco en el exilio en Londres formulaba exigencias a las que Stalin no pensaba siquiera acceder. Según versiones, Stalin colocó dos lápices sobre un mapa, sobre lo que habían sido las fronteras oriental y occidental de Polonia antes de la guerra. Luego desplazó a ambos lápices un poco hacia la izquierda, para agrandar el territorio soviético a costas del de Alemania. Así resolvía el problema polaco, entre los dos lápices, manteniendo su superficie, pero desplazada hacia Occidente. Que esta solución implicara a su vez el desplazamiento o incluso la muerte de millones de personas no era algo que les quitara el sueño a los protagonistas de Yalta.

La frontera polaca oriental sigue siendo hasta hoy la denominada Línea Curzon -por el ministro de Relaciones Exteriores británico George Curzon-, que había solicitado Stalin.

La Unión Soviética amplió su territorio en casi medio millón de kilómetros cuadrados de superficie que había pertenecido a Polonia, los países bálticos y Besarabia. Los polacos fueron compensados con parte del oriente de Prusia y Brandemburgo, hasta entonces pertenecientes a Alemania.

Los soviéticos pidieron además el reconocimiento del Gobierno de Lublin, instalado por sus fuerzas en Polonia. Occidente aceptó y dio luz verde a la vez a la hegemonía de Moscú sobre Europa oriental. Rumania, Bulgaria, Albania, Polonia, Hungría, Checoslovaquia y la parte de Alemania ocupada por el Ejército Rojo integraron a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial el denominado bloque soviético.

EEUU también impuso un objetivo propio, aunque más modesto. El presidente Woodrow Wilson había lanzado tras la Primera Guerra Mundial la Liga de las Naciones, que fue sin embargo un gremio débil que ni siquiera logró postergar el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Roosevelt, quien ya estaba muy enfermo, propuso en Yalta la creación de una organización sucesora de la Liga de las Naciones, estructurada de modo jerárquico y con mayor poder para incidir en la escena internacional. Churchill y Stalin estuvieron de acuerdo y medio año más tarde se creó en San Francisco la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Entre los resultados menores de la Conferencia de Yalta se cuenta el ingreso de la Unión Soviética a la guerra en el Pacífico, que debería declararse tres meses después de la capitulación de Alemania. Stalin exigió como contrapartida que se le cediera la península de Sajalín.

Además se concedió a los franceses -Charles de Gaulle nuevamente había esperado en vano una invitación a participar de las deliberaciones- una zona de ocupación en Alemania, a costa de los territorios inicialmente acordados a británicos y estadounidenses. Canadá, también integrante de la alianza contra Hitler, no recibió zona propia. Stalin argumentó que en ese caso también habría que otorgársela a los yugoslavos.

Una de las cuestiones más relevantes quedó sin resolver: el futuro de Alemania. Ya se había abandonado el denominado plan Morgenthau de convertir Alemania en un país agrario. Los rusos exigían 20.000 millones de dólares de reparaciones de guerra, el desmontaje del 80% de la industria alemana y la división de Alemania en pequeños Estados regionales.

La cuestión fue postergada para los tiempos de posguerra. Hasta entonces valdrían las palabras de Churchill: "Si Usted tiene un caballo que debe tirar de un carro, debe alimentarlo". (DPA)
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