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 sábado, 12 de febrero de 2005  
"Aprender entusiasma a cualquier niño y hace feliz a la gente"
El docente de la Universidad Nacional de Cuyo Roberto Follari dice que la escuela perdió su frescura inicial

"Aprender hace feliz a la gente". La reflexión pertenece al doctor en psicología Roberto Follari, un especialista en epistemología empeñado en afirmar que el aprendizaje es algo que entusiasma naturalmente a los niños. "Basta ver cómo sonríen cuando aprenden a caminar", pone de inmediato como ejemplo. Sin embargo, también advierte que mucho deberá cambiar la escuela para lograr que este entusiasmo inicial no se pierda.

El debate que introduce el educador se reedita cada tanto, sobre todo cuando falta poco para el reintegro a las clases. Por eso Follari, un reconocido docente e investigador de la Universidad Nacional de Cuyo (UNC), sostiene que la escuela enseña a pensar, pero de manera estructurada. También que tiene un desafío muy grande por delante: revertir su cultura en favor de los niños y jóvenes.

Además, se refirió a los aprendizajes prioritarios (ver aparte), como los necesarios para acceder luego a los demás conocimientos.

-¿Enseña a pensar la escuela?

-Sí, la escuela enseña a pensar, pero lo hace de una sola manera: estructurada. Acepta ciertos pensamientos útiles pero desecha otros, como el pensamiento divergente, no enseña formas creativas ni -por lo menos de manera eficiente- el trabajo manual. Mientras que algunas habilidades domésticas y hasta diría comerciales, que pueden ser necesarias, quedan afuera. Es decir, la escuela enseña a pensar, pero en una gama limitada de opciones.

-¿Se refiere a la escuela como institución o al trabajo de los docentes?

-Hablo de la escuela como institución. O sea, de cuáles son los saberes que Occidente considera dignos de ser tomados como base curricular. Por ejemplo, lo que hace un ama de casa, en términos de Focault, no sería considerado un saber, porque no se ha tomado una discursividad sistemática que esté legitimada profesionalmente, entonces no se considera válido. Sin embargo, cualquiera de nosotros necesita saber cocinar o arreglar una tela que se rompe, pero no lo hemos aprendido. Algunos lo aprenden afuera y otros nunca.

-Si aprender significa resolver un problema, ¿cómo se le enseña al niño a problematizar el aprendizaje si la escuela trabaja de manera estructurada?

-La escuela requiere (para trabajar) de una estructura, pero tiene que ser flexible, menos rígida y anquilosada que la que tenemos hoy. Y este no es sólo un problema de la escuela argentina. Cuando hablo de estructura me refiero al grado de conservadorismo que tiene la institución educativa. Es que lo único que se puede trabajar en ella es aquello que ha logrado un cierto grado de consenso previo, muy alto en la sociedad. Por ejemplo, enseñar educación sexual en las escuelas es necesario, pero seguramente los sectores ultraconservadores pedirán que esto quede en manos de las familias. Y lo cierto es que luego ni la escuela ni la familia se ocupan. Por eso es que la escuela sólo retoma aquellas cosas que ya tienen un consenso tan alto que no van a crear conflictos, lo cual le crea un cierto grado de anquilosamiento. Creo que sí habría que hacer simulación, incorporar las nuevas tecnologías al aula, llevar la televisión no para glorificarla sino para mostrar sus limitaciones, discutir esos juegos terribles que proponen los reality shows, la publicidad... hay mucho por hacer en este sentido. La alfabetización mediática es también una deuda de la educación argentina.

-Además de los buenos salarios, infraestructura adecuada, libros, etc, ¿qué se requiere para que el aprendizaje sea entonces posible?

-El aprendizaje es algo que a un niño lo entusiasma, sólo basta ver cómo se sonríe cuando aprende a caminar. Aprender hace feliz a la gente, es muy gozoso y marca una superación. Por supuesto, cuando este aprendizaje está sistematizado (como en la escuela) necesita de cierto esfuerzo. Sin embargo, la escuela ha perdido esa frescura inicial, que indica a alguien que lo que aprende le sirve de algo. Sucede que el modo de trabajar está tan formalizado que parece que no se aprende nada, ni que esto tiene que ver con la vida. Si se lograse mejorar el clima motivacional, hacer una ruptura menos fuerte entre la cultura cotidiana de los jóvenes y los niños y la cultura escolar, evidentemente la escuela sería atractiva. La cultura escolar debe ser reconvertida. Es un desafío fuerte, pero necesario. De lo contrario seguiremos con que se hace como que se enseña y los chicos como si les interesa.

-En estas primeras semanas del 2005 se ha retomado con fuerza una idea propuesta el año pasado: la de profundizar en aprendizajes prioritarios como en lengua y matemática. ¿Qué opina al respecto?

-Dentro de estos saberes que la escuela suele legitimar, y no sólo en la Argentina, están cierto tipo de saberes intelectuales para los que, sí es cierto, la lengua y la matemática son saberes estructurantes de los demás. Ellos determinan el acceso a los otros. Por eso, si uno no maneja la lengua no entiende la lógica de otra área, en tanto que la matemática funciona como la organizadora de las formas de observación; es decir, aprender a pensar ordenadamente requiere aprender a pensar matemáticamente.

-¿Qué lugar ocupa el conocimiento hoy en la sociedad?

-Se habla mucho de sociedad del conocimiento, pero esto tiene mucho de farsa. Si bien es verdad que hay cierto conocimiento pragmático, redituable tecnológicamente, que sí es altamente valorado, todo el resto está desvalorizado. Con lo cual estamos en una época de desprecio del conocimiento teórico, crítico, de la ciencia básica, y en una especie de apología acrítica de la ciencia aplicada y la tecnología.

-Por ejemplo las becas universitarias que establecen cierta prioridad para las carreras vinculadas con las llamadas ciencias duras.

-Así es, aunque también es verdad que en la Argentina tenemos cierto atraso. Sin embargo, es cierto además que las ciencias sociales sólo están financiando la investigación aplicable, con lo cual se está liquidando el pensamiento científico. En estas decisiones se considera -erróneamente- a lo técnico y científico como si fueran lo mismo. Y no lo son, epistemológicamente hay una ruptura entre uno y otro concepto. No hay una simple continuidad entre ciencia y tecnología. Entonces, favorecer puramente a la tecnología puede ir minando el conocimiento y la ciencia.

M.I.
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