| miércoles, 09 de febrero de 2005 | Un mal dato. Cinco encapuchados redujeron a una familia de Cabín 9 para robar el dinero de una inexistente indemnización Pasaron 5 horas de terror a manos de ladrones que saquearon su casa Un matrimonio y sus hijos fueron encerrados en un baño. Y amenazaron con matar a uno de los chicos.Les llevaron todos los electrodomésticos, comida, ropa y una bicicleta. Sufrieron 8 robos en 10 años María Laura Cicerchia / La Capital Con demasiada logística para un lugar tan humilde, cinco encapuchados asaltaron a una familia del barrio Cabín 9 sin más ingresos que un sueldo y el aporte de algunas changas. En la casa modesta que se levanta donde termina la urbanización y empieza el campo, los agresores sometieron al matrimonio y a sus cuatro hijos al suplicio de permanecer cinco horas encerrados en un baño, mientras ellos revisaban sin prisa y sin pausa cada rincón de la vivienda y hasta se daban el gusto de comer. Buscaban el dinero que el dueño de casa había cobrado hacía poco tiempo. Eran sólo 300 pesos que Epifanio Estigarribia había invertido en dos ventiladores para sus hijos. Como no consiguieron billetes, los despojaron de todo: cargaron desde electrodomésticos hasta bolsas de azúcar en un carro y desaparecieron tras cortar el cable del teléfono. Este, según denunció el jefe de la familia, fue el octavo robo que sufren en diez años.
La angustia, la bronca y la tensión por los momentos vividos se reflejaban ayer en el rostro de Epifanio, de 35 años, y de Francisca, su señora de 33. Los dos llegaron hace 10 años desde Resistencia (Chaco) con el sueño de "progresar" en la ciudad en la que él había conseguido trabajo en una empresa que realiza rellenos sanitarios. Epifanio aún conserva esa fuente de ingresos: trabaja de 19 a 7 de la mañana operando máquinas en un terreno detrás de Canal 3. Mientras tanto su mujer hace costuras y sus hijos más grandes juntan cartones en un carro, para "darse sus gustos".
Viven desde entonces en una casa baja, pintada de blanco, que se alza en el medio de un terreno de 22 metros por 19 ubicado en la esquina de Lapacho y El Chajá, de Cabín 9, en un barrio humilde que está en el límite de Rosario y Pérez. Las dos calles son de tierra y la lluvia las había vuelto ayer casi intransitables.
El terreno donde viven los Estigarribia está rodeado de rejas verdes. Pero eso no fue impedimento para que la noche del lunes cinco personas ingresaran por los fondos y sorprendieran a Epifanio cuando guardaba su vistosa moto Kymco de 150 centímetros cúbicos.
"Cuando me doy vuelta para cerrar la puerta sentí que me apoyaban un arma en las costillas. Intenté manotearla, pero otro me apuntó al pecho", contó Epifanio a La Capital en medio del desastre que quedó en su cocina. Entonces estaba acompañado de Víctor, su hijo de 15 años, a quien también le colocaron un arma en la cabeza. Los ladrones eran cinco -uno quedó siempre afuera- y en la familia sospechan que todos estaban armados. Con seguridad, alcanzaron a ver dos pistolas calibre 38 y una calibre 32.
Cuando ingresaron los desconocidos, todos con pasamontañas de lana cubriendo sus rostros, Francisca estaba mirando televisión en el living junto con Leo, su hijo de 13 años. Y en uno de los tres dormitorios dormían los nenes más chiquitos: Micaela, de 8, y Cristian, de 5. Al cabo de minutos todos los que estaban despiertos terminaron encerrados en el baño, donde permanecieron cinco horas interminables.
"Lo único que queremos es plata. No somos asesinos. No los vamos a matar", fue la carta de presentación de la banda. La cortesía no duró mucho. Aunque no los golpearon, hubo momentos de agresividad, de presión y hasta de amenazas. Al parecer, buscaban dinero de una indemnización. Pero Epifanio les dijo, según contó, que no tenía más dinero que unas monedas que se apilaban sobre la mesa. El hombre había cobrado sus vacaciones hacía pocos días, pero invirtió el dinero en dos ventiladores para las piezas de sus hijos.
"Ellos querían plata, pero nosotros no tenemos. Lo que gano lo gastamos en materiales, en comprarnos cosas, en darles a nuestros hijos lo necesario para que vivan bien. Lo invertimos todo acá", expresó el padre de familia con una tristeza que no podía disimular. Horas antes, los malhechores le habían tapado la cara con un sombrero y le habían dado la orden de no mirarlos a la cara. "Si hacen la denuncia en los medios los fusilamos", advirtieron.
Con la familia encerrada, los maleantes empezaron a revolver la casa y no perdonaron un solo cajón. Las habitaciones quedaron como si las hubiera atravesado un huracán: había restos de papel, comida, ropa tirada y arrugada y cosas desparramadas por el piso. En un momento, los ladrones quisieron comer y le reclamaron a Francisca lo que había preparado para la cena. Pero en la casa sólo habían tomado un mate cocido con leche. Así que los asaltantes prepararon algo de la infusión y la acompañaron con dulce de durazno que encontraron en la heladera.
Aunque se movían con tranquilidad, tomaron precauciones. Cerraron el portón de calle y les preguntaron a los Estigarribia a qué hora suelen acostarse. A la medianoche, como acostumbra la familia, bajaron las persianas para que los vecinos pensaran que se habían ido a dormir.
"En un momento el nene más chiquito se levantó para ir al baño y empezó a vomitar. Entonces uno de los tipos empezó a gritar: «Por favor pegale un tiro en la cabeza». Pero otro lo tranquilizó y me alcanzó un vaso de agua. Después fui a buscar a Micaela, que estaba sola en su pieza, y la traje al baño dormida", relató Francisca.
Entretanto, los ladrones iban y venían buscando plata. "Se reían, se burlaban de nosotros", contó. "Van a salir en televisión", "Miren que así como entramos (de la comisaría) salimos", "¿Cómo se compraron todo esto?", fueron algunas de las provocaciones. Cerca de las 4 de la mañana, hartos ya de dar vueltas por la casa, los delincuentes le informaron a Estigarribia que al no hallar plata deberían llevarse otras cosas de valor.
En el carro cargaron un televisor, un centro musical, los parlantes de otro, un microondas, la máquina de coser, los dos ventiladores nuevos, dos celulares, alimentos, un calentador eléctrico de comida, 15 kilos de azúcar, ropa y zapatillas. También se llevaron una bicicleta.
Antes de irse cortaron el teléfono y, con una cadena y el cable de la heladera, trabaron la puerta del baño. Epifanio tuvo que romper la cerradura para salir. Lograron reconectar el teléfono y llamaron enseguida a la subcomisaría 18ª de Pérez, donde sospechaban que los ladrones serían de la zona. "En diez años ya nos robaron ocho veces, pero esta fue la peor. No sé qué voy a hacer cuando me quede sola con los chicos en la casa", se lamentó Francisca mientras miraba el desorden a su alrededor, desconcertada, sin saber por dónde empezar. enviar nota por e-mail | | Fotos | | Epifanio no sabe por dónde empezar de nuevo. | | |