| miércoles, 09 de febrero de 2005 | ¡Dejen que el Papa renuncie, por caridad! Luis Ignacio Parada / ABC (España) Posiblemente no hay un solo católico en el mundo, ni siquiera un ser humano con un ápice de sensibilidad, cualquiera que sea su religión o incluso sin ella, que no sienta un latigazo de angustia cuando la televisión exhibe impúdicamente las imágenes de un Papa físicamente exhausto, doloridamente disminuido en sus capacidades mentales, agonizante ante los ojos del mundo.
Es un espectáculo cruel e inhumano que en nada se diferencia del gladiador en un circo romano, del púgil en un K.O. técnico, del torero mortalmente herido, aplaudidos por la multitud mientras mueren de pie para la morbosa curiosidad de las masas. Una renuncia papal no sería un hito histórico. Han renunciado en diferentes circunstancias Celestino V, Silvestre III, Benedicto IX, Gregorio VI, Gregorio XII, Pío VII y Eugenio III. ¿Qué es lo que impide que cese ese exhibicionismo?
El secretario de Estado del Vaticano dijo el lunes que hay que dejar a la conciencia del Papa la posibilidad de que renuncie. Se dirá que Juan Pablo II no lo hace por su voluntad. ¿Pero a quién se la expresa? Se dirá que no puede presentar su abdicación ante nadie. Pero puede hacerlo ante el Colegio cardenalicio aunque este no tenga poder para aceptarla o rechazarla.
El Corpus Juris Canonici dice en el párrafo 332,2 que sólo se requiere para la validez de una renuncia papal que "sea libre y se manifieste formalmente". No dice que tenga que ser aceptada por nadie. La Universi dominici gregis de 1996 establece cómo debe procederse cuando la vacante de la Sede Apostólica pudiera producirse por renuncia del Sumo Pontífice.
¿A quién beneficia la sórdida exhibición de esta agonía? ¿A la fe cristiana? ¿A la adhesión de los fieles? ¿Al proselitismo? Y aunque fuera la voluntad del propio Papa, ¿es que no hay nadie capaz de convencerlo de la inmensa dignidad que tendría un gesto que nada restaría a su grandiosa dimensión humana y apostólica? enviar nota por e-mail | | |