| domingo, 30 de enero de 2005 | Elección de vida: ¿Solos o acompañados? Vivimos en una época marcada por contrastes y cambios prácticamente inéditos para la historia de la humanidad: con los medios técnicos podemos ver televisión a través de un teléfono celular y chatear con sonido e imágenes en simultáneo con cualquier ciudad del planeta. Sin embargo, nos sentimos incomunicados y solos, añorando nostálgicamente un pasado que no conocimos más que por el relato que nos ha llegado generación tras generación, donde la palabra tenía otro valor y había tiempo para amasar el pan y blanquear la ropa al sol. El fenómeno de la globalización ha dejado al ser humano aislado y con pérdida de pertenencia y de sentido de comunidad.
Quizás uno de los males que nos afecta pueda identificarse con la soledad. Pero no es lo mismo sentirse solo que estar solo. Y estar solo no siempre está ligado a estar sin compañía. Podríamos decir que la soledad se nos aparece como un sentimiento de frustración y desesperación que trasunta un vacío de disímiles profundidades, a veces como consecuencia de la ausencia o presencia inadecuada de otro. Pero también es un elemento integrante de la constitución de cada uno.
Estar sin alguien no significa necesariamente soledad. Se puede estar sin compañía y estar íntegro conectado con los propios deseos, anhelos y proyectos. También se puede estar en soledad, sentirse dolorosamente solo estando rodeado de otros. La presencia o disponibilidad del otro es insuficiente y no satisface las necesidades de quien se siente solo. El sentirse solo, en compañía o no de otros, es una experiencia subjetiva y singular para cada ser humano.
Andrés Calamaro parece saberlo con claridad cuando interroga: "¿Sentiste alguna vez lo que es tener el corazón roto?" Y conoce también cuál es el motivo de ese estado de ánimo: "Ella no va a volver y la pena me empieza a crecer adentro; la moneda cayó por el lado de la soledad y el dolor..."
La filosofía que se ha esforzado en tratar de develar la naturaleza humana ha encontrado que el sentimiento de orfandad y desamparo es inevitable en el hombre, y la soledad configura, entonces, una categoría constitutiva del sujeto. Somos seres en relación que nos vamos construyendo a través de un originario diálogo existencial con los otros que se instaura como un entramado complejo y dinámico sobre el que fluye nuestra vida.
Así, nuestro presente va siendo el singular producto de nuestra historia relacional con los que nos vinculamos. Pero no importa cuánto necesitemos de los otros para ser quienes somos: venimos al mundo solos y nos vamos solos. Es más, uno podría llegar a afirmar que por más que transitemos largos trechos en compañía cada uno vive solo, en tanto nadie puede vivir la vida de otro.
La soledad puede analizarse como un elemento esencial constitutivo de esa misma naturaleza social y relacional. Pero en esta época nos sentimos más incomunicados que nunca. A esa percepción de incomunicación y aislamiento, de incomprensión y necesidad, de desequilibrio y descompensación la llamamos "soledad".
Muchas veces estamos rodeados de gente -a los que ni siquiera rozamos o que no nos ven ni escuchan- y podemos sentirnos solos. La superficialidad de los contactos, la fugacidad de los encuentros, la diluida ética de los compromisos hacen que en esas circunstancias podamos sentirnos más solos que si estuviéramos, efectivamente, sin compañía.
En general la historia del pensamiento no registra desprecio o angustia respecto de la soledad: ha invitado al encuentro con uno mismo en el inevitable proceso de conocimiento interior que se debe realizar si se quiere devenir en filósofo a través de un aislamiento intencional.
Unicamente quien ha podido estar solo, sin otra compañía que sí mismo, está en auténticas condiciones de poder estar con otros. Claro que este aislamiento intencional es resultado de una elección consciente y voluntaria, y por lo tanto no surge de un estado al que se ha sido sometido y que no se quiere transitar.
Quizás tendríamos que aprender a estar sin compañía y disfrutar de esos momentos tanto como disfrutamos de estar acompañados. O tal vez sólo podemos estar realmente con otros si hemos podido estar solos. Como canta la Bersuit: "Por la noche la soledad desespera; espera por ti, espera por él, espera por mí...." Podemos coincidir en que a veces el estar sin compañía hace que nos sintamos especialmente necesitados y no tengamos a quién recurrir. Y es posible que todos precisemos salir a la búsqueda de un otro que nos auxilie cuando la soledad nos desespera. Porque, como señalaba John Lennon, finalmente, todo lo que necesitamos es amor.
Alicia M. Pintus. Filósofa y educadora.
www.philosopher.tk
enviar nota por e-mail | | Fotos | | |