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 domingo, 30 de enero de 2005  
Interiores: Disfrutar

Adentro de la palabra disfrutar hay una fruta, quizás una manzana, que es la fruta bíblica de la tentación. El ser humano es un tentado por naturaleza como lo muestran las religiones que apenas consiguen contener los impulsos hacia el placer por parte de niños y adultos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, hetéros y homosexuales más todas las variantes de la sexualidad humanas configurando una diversidad difícil de abarcar.

Todos estos placeres distintos conforman a su vez mundos diferentes, incluso hasta muy diferentes, como resultaría más que evidente si se compararan el mundo de un señor heterosexual, sólidamente matrimoniado, vestido y habitado por la normalidad, por caso, de un señor travesti, vestido y habitado por la anormalidad. Pero la comparación podría arrojar más sorpresas si de pronto al asomarnos a la cabeza del "señor normal" nos encontráramos con fantasías para nada normales, y con fantasmas de los que no sabe como desprenderse. A la vez, al realizar el mismo movimiento en el interior del "señor travesti" nos podríamos sorprender con los pensamientos más grises, más comunes y hasta más sensatos.

Así las cosas, la capacidad y las posibilidades de disfrutar van ligadas en el humano en buena medida a la sexualidad y al erotismo, en tanto y en cuanto erotismo y sexualidad no son la misma cosa, fundamentalmente con respecto a su extensión, ya que la sexualidad humana va mucho más allá de la genitalidad y de la propia sexualidad anatómica que por sí sola no puede decidir el destino sexual del individuo.

Que el humano sea un tentado por naturaleza no quiere decir, sin embargo, que sea un gran disfrutador puesto que la gente no siempre se lleva bien con el placer y más de una vez en la mesa bien servida y con la cama bien tendida disfruta menos de lo esperado y sobre todo menos de lo soñado. Es que en la balanza del placer la bandeja de la satisfacción y la de la insatisfacción juegan una pulseada muy especial que, bien mirada, muestra que muchas veces hay más capacidad, por así decir, de insatisfacción que de satisfacción. Es que de la insatisfacción no se duda, en cambio resulta más fácil dudar de la satisfacción.

Muchas veces acecha en el interior humano el fantasma de lo negativo que suele ser más esperable que lo positivo. Más todavía en los momentos de gran disfrute donde alguien se encuentra rodeado de placer y felicidad, fantaseando con tener un botón pause que fije la escena en la pantalla y en la realidad, y en cambio, de pronto es sorprendido con un flash negro que le empaña u oscurece por un momento (o por más de un momento) la fiesta del placer.

Llegados a este punto es interesante fijar la atención que la palabra disfrutar contiene el prefijo "dis", generalmente usado con una función "minus", en el sentido de que de un discapacitado se dice que es un minusválido. O también tiene el sentido de separar como es el caso de discernir. Y este es precisamente el punto más difícil con el humano ya que disfrutar es uno de sus objetivos, de los propósitos y por lo tanto uno de lo sentidos fundamentales de la vida. Intención o proyecto que nada ni nadie podría osar discutir, y que sin embargo el disfrutar suele escurrirse entre las manos, o en ocasiones, ni siquiera llegar a ellas.

Es verdad que en nuestro idioma hay una gran cantidad de palabras que comienzan con el prefijo "dis" como es el caso de disposición que vendría hablar de la inclinación o de la predisposición de alguien hacia algo. En suma, de lo que se trata es de la disposición del humano a disfrutar para lo cual están los fines de semana, los feriados, los feriados largos, las vacaciones de verano e invierno, los cumpleaños, las noches o las voluptuosas siestas, y lo que sea. Todos escenarios dispuestos para disfrutar y que en un balance los resultados muchas veces no coinciden con lo que se esperaba. La pregunta elemental podría ser: ¿es fácil o difícil disfrutar? La respuesta no es elemental, ni es obvia.

De chico me contaban la fábula del "Rey perdido". Resulta que un rey separado de su escolta se pierde en medio de un frondoso y oscuro bosque. Así anda muchas horas, o días, vaya uno a saber. Finalmente, en medio de la profundidad de una noche, muerto de hambre y de frío viene a dar azarosamente con la casa del guardabosque. Al calor de la leña encendida el guardabosque le sirve un plato de sopa que además de alimentarlo le da sosiego al alma. Tiempo después, ya en palacio, el rey encarga al cocinero real que le haga la misma sopa que el guardabosque. No podía haber un encargo más difícil. El cocinero fracasó en el intento, y tras ese varios más.

Desesperado y colérico el rey hace traer a palacio al guardabosque. Ni la sopa del propio guardabosque pudo aproximarse a la sopa de esa noche, perdida para siempre en el instante mismo que terminó de beberla en aquella cabaña del disfrute. ¿Moraleja? La oficial indicaría que si alguien tiene de todo y a su disposición el disfrute puede quedar sepultado. Por el contrario alguien despojado de todo encuentra el placer en lo mínimo, es decir, la sopa en el cuento, y no en lo máximo, como podría ser una mesa tapizada de manjares reales. Puede ser, pero a condición de no celebrar la pobreza con ese argumento.

La mayor moraleja es que el humano no es el rey de la creación ni aún cuando sea efectivamente rey. Será en sus dominios pero no de sí mismo, y mucho menos podemos esperar u obligar a los otros a que nos hagan felices. El disfrute es una fruta que está en nosotros y está en los otros. Hay que comer y dejarse comer. No es ni fácil, ni difícil: es incierto. No es seguro, no se compra, pero por lo mismo es posible, y de paso nos preserva de ser un minusválido afectivo.

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