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 miércoles, 12 de enero de 2005  
candi
Charlas en elCafé del Bajo
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-Escuche Inocencio pues voy a leerle una historia que escribí sobre las cosas importantes de la vida y dónde es posible encontrarlas.

-Lo escucharé con atención.

-"Cada pequeño hecho o circunstancia cotidiana de la vida encierra un verdadero milagro y ello es así porque si la vida, ciertamente, es un milagro, ¿cómo no lo serán algunas de sus bellas consecuencias? Y sin embargo, mi querido Jacques, muy pocas veces advertimos estas cosas. ¿Me preguntas por qué los ojos del alma son incapaces de observar estos continuos y encantadores chispazos? Pues de seguro ha de ser porque nos acostumbramos tanto a ellos que a fuerza de mirarlos dejamos de verlos o porque estamos tan ensimismados con las cosas frívolas e insustanciales del mundo, tan grande es el culto que le rendimos a esas majestuosas pero huecas sacerdotisas mundanas, que no reparamos en los pequeños detalles que adornan el altar y que, sin ellos, así lo creo, el rito de la vida sería vano. ¿Que te diga a qué viene este discurso más propio del último romántico del siglo XXI que de nuestra era? Pues es que revolviendo archivos en una vieja computadora familiar que logré hacer funcionar en el laboratorio encontré una carta. Me pregunté quién de mis ancestros sería el autor, pero no pude descubrirlo. Sin embargo, advertí que en un momento de su existencia, acaso casi al final, aquel tipo supo encontrar la respuesta al gran enigma. ¿Si pudo al fin en su teorema filosófico y como conclusión alcanzar el Absoluto? No, nada de eso. Pero es seguro que el buen hombre al fin y al cabo encontró en dos pequeños pero hermosos órganos la razón de su existencia. ¿Te sorprende? Confieso que cuando terminé de leer el breve texto a mí también me pareció imposible. Sin embargo... ¿que lo lea? Sí, creo que es necesario. Presta atención Jacques, dice así: "Por un lado lo mío es inconfesable, es condenatorio, aunque por otra parte merezco la misericordia de Dios si es que existe (y necesariamente debe existir por cuanto de otro modo no podrían existir los dos bellos objetos que me han redimido de mi incertidumbre). Lo mío, insisto, es inconfesable: después de haber andado años buscando la sustancia entre textos filosóficos y teológicos, después de haber repetido una y otra vez (como el ocupante romano) ¿qué es la verdad?, vine a saber que tal verdad -o para mejor decir mi verdad- no era sino esos ojos que, aun contra tu voluntad, son el reflejo de tu alma. Ojos que se gestaron quien sabe en qué remoto tiempo, en qué sublime acto de amor y que son tan dúctiles y tienen tanta vida que pueden en un momento ser fuente de tristezas, canto de esperanza o traviesa y brillante voluptuosidad".

-Una historia romántica.

-"Merezco el mayor de los reproches, es cierto, por no haber discernido que lo trascendente no está más allá de nuestro universo inmediato, ni es infinito, ni mucho menos eterno. Lo trascendente es pequeño, con frecuencia inadvertido y precisamente su tremenda magnificencia radica en el engrandecimiento que se produce a medida que vamos descubriendo cuánto valor albergan esas pequeñas cosas, como tus ojos. Tanto valor, que uno muy bien podría decir que los ojos de quien ama son algo así como la tapa de cristal de la caja que guarda al amor.

-¡Vaya! Más romanticismo.

-"Pero merezco la misericordia de Dios o como quieras llamarle a esa fuerza ignota y poderosa que permite la vida, por haber derrochado tanto tiempo en búsquedas inútiles. Sí, así es, porque no ha sido por mi voluntad que no descubrí antes el gran enigma de la vida, sino porque el destino me puso frente a tus ojos a destiempo. A destiempo, sí, pero no tarde".

-De manera que...

-De manera que en ocasiones andamos buscando la verdad, la paz, la felicidad y el significado de la existencia en elevadas e insondables alturas, cuando en realidad se nos presentan en cosas pequeñas y a la vez inmensas: una caricia, un gesto, una palabra, una mirada. Dígame, amigo mío, ¿cuánto hace que no se detiene reflexivamente en la mirada de quien tiene enfrente? Hágalo, notará que hay allí todo un universo.

Candi II
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