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 domingo, 02 de enero de 2005  
LECTURAS
Las vidas ocultas de los habitantes de un edificio

José L. Cavazza / La Capital

La gran excusa: los vecinos del edificio Kavanagh; la cuestión central, retratar la suma de soledades. Con estos ingredientes, Esther Cross se introdujo en los pasillos y antiguos departamentos de la clásica torre porteña bajo la piel de una solterona a la que le gusta escribir y fisgonear, pero que, con sólo observar la foto de solapa, no parece ser la propia escritora de "Kavanagh".

El libro contiene un puñado de relatos que tienen en común al edificio Kavanagh y a una de sus vecinas -la narradora- y su perro Orson. Delante de los ojos de esta mujer que teclea horas y horas en su escritorio del tercer piso, desfila una legión de personajes bastante exóticos. Están los Wilkinson, que son grandes bebedores; el señor Olenski, traductor de Conrad; los Paso y los Rentzel, parejas cruzadas, y las hermanas Mc Lean, que tienen algo en común: el novio. Todos viven en el Kavanagh y conviven en asamblea involuntaria y permanente. La vida los cruza en el ascensor, en los pasillos y en situaciones difíciles, los reúne en boca de Paredes, el portero, y en los ojos de los turistas que contemplan el Kavanagh desde la plaza. Las historias levantan un edificio que funciona como un barrio en altura y descubre las grandezas y miserias de los personajes que lo conforman.

Las historias a veces despuntan y otras no. Cross describe rincones y personajes, y en algún punto empieza a brotar una pequeña historia. Otras veces queda en el intento y entonces el interés de la lectura decae notablemente. Como en aquellos cuentos protagonizados por el pobre Marcovaldo de Italo Calvino o "Un tal Lucas" de Julio Cortázar, sobresale una mirada entre cómplice e irónica, sobre todo en los primeros relatos, "Los Wilkinson" y "El traductor de Conrad". La mirada de la narradora también puede transformarse en fisgona ("A la hora señalada" y "Luminoso contrafrente") y otras, en sintéticos avances con aires de culebrón ("Las hermanas Mc Lean"). Los entrelazamientos de tramas y personajes abundan en el libro. Por ejemplo, las hermanas de la mudanza en el primer relato son las mismas de "Las hermanas Mc Lean", una de las cuales termina siendo la narradora del libro.

Esther Cross (Buenos Aires, 1961) estudió Letras y es licenciada en Psicología. Publicó las novelas "Crónica de alados y aprendices" (1992, considerada una de las revelaciones literarias del año), "La inundación" (1993, ganadora del Premio Fortabat y del Primer Premio Regional de Novela), "El banquete de la araña" (Tusquets, 1999, Tercer Premio Nacional de Novela) y el volumen de relatos "La divina proporción y otros cuentos" (1994), algunos de los cuales recibieron importantes distinciones en el país y en el extranjero. En 1988 publicó, junto a Félix della Paolera, "Bioy Casares a la hora de escribir" (Tusquets), libro de entrevistas con el gran narrador argentino. En el 2004 recibió la beca Civitella Ranieri.

En "Kavanagh", su último libro, eligió echar una mirada -real o imaginaria, poco importa- en un símbolo porteño que, en realidad, fue el primer edificio en hormigón armado y el más alto de Sudamérica al momento de su edificación (1935) en pleno barrio Retiro, con 30 pisos construidos de mayor a menor, 120 metros de altura y de estilo marcadamente racionalista. Claro que estos datos, afortunadamente, no aparecen en el libro.
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Esther Cross imagina un puñado de historias.

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