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 domingo, 26 de diciembre de 2004  
Editorial
Valorar, cuidar, confiar, esperar

La ciudad está cerrando un año excepcional, signado por el avance notorio y simultáneo en casi todos los frentes. El repunte registrado en las ventas navideñas en relación con las del año pasado, que de acuerdo con los rubros osciló entre el quince y el cuarenta por ciento, fue el último y fiel reflejo de un ciclo en extremo positivo, cuyo principal déficit radica en la presencia de notorias desigualdades sociales que sólo será posible corregir aplicando un esfuerzo sostenido a lo largo del tiempo.

Con el inolvidable pico que constituyó el Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española -momento en que Rosario brilló quizás como nunca antes-, el inminente cierre del 2004 se presenta como un momento adecuado para el balance. Y en tal sentido, debe hacerse hincapié en primera instancia -apartándose de esa característica tan argentina que constituye el rezongo- en lo valioso de lo que está sucediendo, sobre todo si se recuerda el abismo en el cual se precipitó el país a fines del 2001. Por ello, valorar es la primera consigna.

Cuidar es la segunda: la realidad marca la fragilidad de este renacimiento. Y si bien gran parte de la responsabilidad en este sentido les cabe a las dirigencias políticas -que deberán combinar honestidad con idoneidad-, de la lucidez popular también depende el futuro. El correcto ejercicio de la memoria puede ser visto como el método adecuado para mantener encendido el fuego de la recuperación.

La confianza debería agregarse a la nómina. Largos años de frustraciones colectivas han inoculado demasiado escepticismo en el tejido social de la Nación. Creer en las propias fuerzas, sin incurrir en el pecado de soberbia -también tan nuestro-, resulta un punto de partida inmejorable para encarar la ciclópea tarea que resta.

Y es aquí que entra en juego la crucial importancia de la paciencia: los frutos del trabajo, si bien ya son perceptibles, no se verán en lo inmediato. Inclusive, algunos sólo serán recogidos por las próximas generaciones, sobre todo aquellos vinculados con esa lenta siembra que caracteriza al proceso educativo. La intemperancia, el "lo quiero ya", deberán ser desterrados: tal vez, hasta convendría construir una épica cimentada en la paciencia activa.

En este terreno no existen las casualidades. Es entre todos, con todos y fundamentalmente para todos que será posible salir adelante.
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