| domingo, 26 de diciembre de 2004 | Panorama político Lifschitz y las razones de un buen gobierno Mauricio Maronna / La Capital Miguel Lifschitz es la gran revelación de la política santafesina de 2005.
Lejos de las lecturas sinuosas que pretenden hacer del intendente un subproducto del marketing político (nacidas casi todas desde operadores del propio Partido Socialista), el hombre que comanda los destinos del Palacio de los Leones supo construir legitimidad desde el mismo 11 de diciembre de 2003 sobre la base de una tríada que, ahora, lo pone como un jugador de elite en las ligas mayores: amplitud ideológica, honestidad y gestión. Para que estas virtudes resulten todavía más visibles es verdad que cuenta con una ventaja comparativa de fuste: la ausencia del PJ rosarino.
El intendente hizo una lectura correcta de los resultados electorales que le dieron la victoria gracias a la sumatoria de los sublemas que llevaban su nombre en las boletas (algún día los socialistas deberían hacerle un homenaje, aunque sea íntimo, al tantas veces demonizado sistema electoral que pasó a la historia).
El mapa poselectoral marcó un dominio casi hegemónico del peronismo en los barrios más postergados de Rosario. Aquella infografía que se publicó luego de los comicios del 7 de septiembre de 2003 fue minuciosamente repasada por Lifschitz: a medida que se dejaban atrás las seccionales del centro y macrocentro rosarino, aparecían las fisuras del socialismo.
"Yo voy a visitar casi diariamente los barrios, ahí nos falta un poco más de presencia", dijo en la Redacción de La Capital cuando la campaña electoral se cerraba. Hoy, aunque no se divulgue en las fotos ni en las gacetillas oficiales, es habitual que aparezca en algunas de las zonas más postergadas de Rosario.
Los barrios carecientes de la ciudad deben ser prioridad para la actual gestión municipal. Los beneficios de estructura que dejó el Congreso de la Lengua, el boom de consumo que se deja ver en las peatonales, en el Paseo del Siglo o en los centros de alto consumo se mixturan con la marginación extrema de numerosas familias instaladas durante el día bajo las luces de la gran ciudad con el único objetivo de conseguir alguna limosna.
Sin anteojeras La amplitud ideológica de Lifschitz calza como un guante para el momento económico que vive Rosario, imán de inversiones, acicateada por el bajo nivel de conflicto social que se registra en la ciudad. A diferencia de su antecesor, no se le caen los anillos por tener que admitir verdades que van más allá de las ideologías: hay buenas ideas de izquierda y buenas ideas de derecha.
El actual ocupante del Palacio Municipal no duda en golpear el despacho presidencial cuando las necesidades de la ciudad lo reclaman ni en tratar de despertar del letargo a algunas piezas de la administración provincial pese a su buena relación con el gobernador Jorge Obeid. Pragmático, tampoco trepida en visitar al dirigente político de la provincia con más votos propios, Carlos Reutemann, aunque se trate del eterno arruinador de fiestas socialistas.
Lifschitz, al igual que sus antecesores, Héctor Cavallero y Hermes Binner, tiene una niña bonita que es su mejor carta de presentación: el sistema de salud municipal, orgullo de los rosarinos que, en épocas de bolsillos raídos, pueden acceder a un derecho tan legítimo como olvidado por otras administraciones municipales, provinciales o nacionales. La ciudad debería sentirse orgullosa por la labor del personal que cumple funciones en todos y cada uno de sus centros sanitarios. Y no es una cuestión menor.
Pese a un perfil cuidadosamente estudiado, que combina cierta bonhomía, toma de distancia de las luchas intestinas de su partido y alejamiento de las marquesinas, es como un goleador avezado que manda a guardar cada una de las pelotas que le llegan al pie. Es un atributo y no un punto vulnerable de su personalidad: ¿qué tiene de criticable que aparezca en la portada de la revista Gente como uno de los personajes del año?
"Los socialistas tenemos este dilema: cuando hay que elegir un candidato, todos parecen flojos. Pero una vez que agarran el poder pegan el batacazo. A Miguel, ustedes (por los periodistas) ni siquiera podían pronunciarle correctamente el apellido", comentó, chispeante, un diputado provincial tras la cena de fin de año de la Fundación Libertad.
Más allá de los méritos del intendente, en política hay una máxima irrefutable: los espacios que se abandonan son muy difíciles de recuperar. Y en ese sentido, la realidad del PJ (con ausencia absoluta de renovación) es absolutamente funcional para que Rosario haya dejado de ser desde hace ya varias décadas "la capital del peronismo".
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