| domingo, 26 de diciembre de 2004 | Historia del chin chin Gabriela Gasparini Para muchos el brindis no es más que un trámite. Para otros, brindar es un arte, y para quienes siguen a rajatabla las reglas del ceremonial es una cosa bastante seria que tiene su protocolo que, dicen, es conveniente seguir. Este se refiere a la duración, a quién hay que mirar durante el discurso, que por otro lado se aconseja que sea lo más original posible, nada de andar repitiendo los decires ajenos, cómo y cuándo levantar la copa, el momento preciso en que debe llevarse a cabo, la duración conveniente, qué debe hacer el homenajeado hacia quien va dirigido, en fin, un sinnúmero de recomendaciones que no es nuestro tema. Además, la mayoría son normativas que en un festejo familiar seguramente no seguiremos, pero para la que le interese, existen.
Los orígenes de esta costumbre varían según la fuente. Hay quienes toman como brindis los rituales en los cuales los antiguos habitantes de la Mesopotamia ofrecían vino a sus dioses, pero son muchos más los que coinciden en que la tradición se remonta al siglo VI A de C. cuando los griegos la instauraron por una razón práctica. Brindaban a la salud de los invitados como una forma de asegurarles que el vino que se iba a compartir no estaba envenenado. En aquella época era muy habitual dirimir un entuerto sin importar la gravedad del mismo, envenenando la bebida del adversario. Por eso nadie quería arriesgarse a tomar hasta asegurarse de las bondades del trago que le era ofrecido. Con el fin de llevar tranquilidad a sus comensales, el anfitrión servía las copas de todos de un ánfora común, levantaba la suya en honor de los compañeros de mesa, y bebía el primer trago para demostrar que no había vertido ninguna pócima en el caldo. Luego incitaba a los presentes a imitarlo. Encantados, los romanos copiaron esta saludable práctica que más tarde adoptarían los ingleses, de hecho el término toast con el que se designa la acción en inglés viene de la costumbre que tenían los habitantes del imperio Romano de poner en el vino una rebanada de pan muy tostado, por no decir quemado para quitarle un poco la acidez y hacerlo más bebible. También debido al miedo a ser envenenados dicen que debemos la costumbre de chocar las copas. Porque cuando eran de materiales más resistentes que el cristal, se entrechocaban con la fuerza suficiente como para que el líquido saltara de una a otra de forma que si una estaba contaminada, el intercambio hiciera lo propio con la otra. Esa es una de las versiones. También está la que dice que la historia comenzó en Inglaterra, y que el sonido producido, parecido al de una campana, era para ahuyentar a los malos espíritus. La más popular asegura que es para incluir a la hora de la degustación el único sentido que queda afuera, el del oído.
Según varias fuentes nuestro "brindis" se lo debemos a los alemanes. Todo habría empezado allá por el siglo XVI con motivo de la celebración de una victoria del ejército de Carlos V que tomó Roma y sin más la saqueó, aduciendo que Dios lo había permitido por el bien de la cristiandad. Con motivo de tal victoria los mandos militares llenaron sus copas de vino, las alzaron al frente y dijeron la frase: "Ich bring dir's", yo te lo ofrezco, de donde provendría nuestro vocablo. Este hecho ha dado lugar a la tradición de brindar cuando se celebra algo.
La usanza de las proposiciones, que puede ser divertida si es corta e ingeniosa pero que en ocasiones puede volverse decididamente tediosa, fue muy festejada en la Francia pre-revolucionaria cuando era habitual que al promediar la comida, momento en el que se servían los vinos finos, el invitado que era considerado como el que más sabía apreciar tanto la bebida como la comida, ofreciera el primer brindis en honor del anfitrión. Pero después la sucesión de personajes por los que se levantaba la copa era interminable, no se podía beber nada sin proponer un brindis, que podía ser por los presentes o por sus amigos más cercanos, y como normalmente la lista no tenía fin, el aburrimiento solía invadir a los asistentes al ágape, eso si antes la cantidad de bebida ingerida entre proposición y proposición no había convertido el encuentro en una verdadera bacanal. La Revolución no sólo hizo rodar cabezas, también dio un corte definitivo a la costumbre de los brindis que recién se restauraron bien asentada la República, pero bastante más moderados. Y es que así deben ser. ¡Salud, y felicidades para todos! enviar nota por e-mail | | |