| miércoles, 22 de diciembre de 2004 | Murió el padre de Claudio Pocho Lepratti La convicción del hombre del imposible desahogo Hoy sepultarán a Orlando Lepratti junto a su hijo De alguien que pierde un hijo uno ruega una reacción. Como la que tiene, desesperado, el personaje de Nanni Moretti en el filme "La habitación del hijo", que se arrebata, agarra a trompadas las paredes, enloquece. O la protagonista de "Parece una tontería", cuento de Raymond Carver donde una madre vomita insultos terribles contra un pastelero que prepara la torta de un cumpleaños que ya no podrá celebrarse.
Orlando Lepratti nunca expuso algo parecido. Hacía tres años que este tipo siempre adusto, de pocas palabras y mirada melancólica llevaba todo adentro. En ese lapso de tiempo el padre de Pocho, masticando su desgracia sin compartirla, no paró de participar de reclamos por el esclarecimiento oficial de la represión desplegada en el diciembre trágico, que le arrancó a su hijo de 35 años. Pero nunca enfocó ese demoledor despojo como un problema individual.
Había llegado el domingo a Rosario desde Colonia Los Ceibos, el paraje entrerriano donde vivía, para el acto de conmemoración de los siete muertos civiles realizado anteayer a la mañana frente a Tribunales. Uno de los siete era su hijo. No obstante, parado en la primera línea de los manifestantes, su reclamo era colectivo: pedía la comparecencia judicial de los responsables políticos de las órdenes impartidas a las fuerzas policiales.
"Con orgullo por lo que fue mi hijo y con tristeza porque él ya no está", murmuró el lunes cuando le preguntaron con qué sensaciones transitaba el acto. Cualquier evocación de esa clase es un acontecimiento fuerte. Como lo fue la forma en que murió Pocho, con la garganta destrozada de una perdigonada de itaka, desarmado e indefenso en la terraza de la escuela Nº 756 de barrio Las Flores. Su homicidio es el único de los siete que tiene una condena: el agente Esteban Velázquez fue sentenciado a 14 años de prisión por dispararle a quemarropa.
Le tocó hablar en el acto. Y repitió lo que había dicho en el Congreso nacional, o cuando se reunió con Carlos Reutemann, o ante jueces de la provincia. "Lo que queremos es que se investigue todo. En casos claros, como el de mi hijo, encubrieron y trataron de mostrar lo contrario a lo que había pasado. Imaginen en los que están menos claros". Se refería al acto de falsedad documental que mereció el procesamiento de nueve policías de la subcomisaría 20ª inculpados de adulterar un libro de guardia y falsear actas con las que acusaron a Pocho de resistencia a la autoridad para encubrir la responsabilidad de colegas en su crimen.
Con las muestras de afecto y solidaridad de mucha gente que había conocido a su hijo, tras participar del acto de la mañana y del de la tarde frente a la sede de la Gobernación, Orlando subió a un ómnibus para retornar a su casa. Era la una de la mañana y había sido un día cargado de emociones. A las 5.30 bajó en el campo y un camionero lo acercó hasta Colonia Los Ceibos. Pararon un momento a tomar mate y el transportista lo encontró desvanecido. Había sufrido un infarto. Llegó sin vida al puesto de emergencia.
El lunes, para iniciar una entrevista, un periodista de LT2 le preguntó cómo andaba. "Aquí estamos", contestó Orlando. Aunque había tenido antecedentes cardíacos, parece claro que sus problemas del corazón no reconocían sólo origen físico. Trabajador rural, de 61 años, responsable de una liga agraria en su terruño, había sabido del apego de su hijo a la militancia social cuando ya no lo tenía y se lamentaba por eso. Lo distinguía ese laconismo campechano que nunca derivó en el desahogo violento al que tenía tanto derecho. Tal vez por eso la expresión triste que no desplazó jamás, sin embargo, la firmeza de su reclamo. Lo enterrarán hoy a las 10.30 al lado de su hijo. enviar nota por e-mail | | |