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 miércoles, 08 de diciembre de 2004  
Editorial:
El drama de la inmigración

Un reciente informe difundido por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) divulgó datos cuya asimilación produce sensaciones que oscilan entre la preocupación y el liso y llano estupor. Las cifras de latinoamericanos que residen fuera de su país de origen marcan con inigualable nitidez cuál ha sido el destino padecido por esta región del globo: más de veinte millones ha seguido el camino del exilio, de acuerdo con el dossier titulado "Panorama social de América latina 2004", divulgado por el organismo. Si se traduce ese número, puede aumentar el peso de lo que representa en sí mismo: se trata de un latinoamericano cada veinticinco o, si se prefiere el porcentaje, de un cuatro por ciento del total de la población.

A los argentinos, víctimas preferenciales del drama, no les queda demasiado espacio para las dudas. Es que por cierto no son muchos -sobre todo en los grandes centros urbanos- quienes carecen de un pariente, amistad, relación o simple conocido que viva en el exterior. Por razones que han oscilado entre la persecución política y la cruenta represión en los años setenta y ochenta, o la implementación de un modelo económico que cerró demasiados caminos en la década posterior, se volvieron muchos aquellos cuya única salida fue Ezeiza: así lo afirma un chiste popular portador de amargo escepticismo, pero que refleja con precisión un estado de ánimo colectivo.

Triste paradoja, por cierto, la de una nación que había sido polo convocante de la inmigración europea a principios del siglo veinte el expulsar setenta u ochenta años después a los nietos de esos viajeros hacia el mismo Viejo Continente que había visto partir a sus abuelos. Paradoja que puede resumirse en una sola palabra: fracaso.

El desafío del presente es revertir la situación. Recrear el espíritu de un país en el cual vivir era orgullo de quienes lo hacían, y deseo u objetivo de muchos extranjeros. Porque las potencialidades, sin duda, están: una naturaleza aún pródiga y recursos humanos que todavía resultan cualitativamente importantes, pese a las profundas huellas de las crisis sucesivas.

Este es momento de reconstrucción, de innegable aunque por ahora frágil mejoría. Consolidarla en el tiempo es clave, para evitar la ciclotimia que caracteriza a la historia contemporánea de la Argentina.

Sólo a partir de allí el futuro se vinculará con la esperanza.
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