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 miércoles, 08 de diciembre de 2004  
Reflexiones
Altalena

Jaime Katz (*)

En los pueblos y naciones no hay ángeles ni demonios. Los pueblos en todos los casos están conformados por individuos que a los ojos de "otros" pueden parecer demonios o ángeles. Cuando hay conflictos entre los pueblos, ya sea territoriales, económicos, religiosos, étnicos, etcétera, éstos se pueden dirimir por medios pacíficos u optar por los bélicos. En este último caso, generalmente se tiende a demonizar al enemigo.

La Carta de la OEA (cap. II art. 5 inc. E) expresa que la victoria no da derechos, aunque en ese mismo inciso y del mismo modo "condena las guerras de agresión", sin explicitar en qué consiste tal condena. Hay otras cartas internacionales y expresiones de naciones en ese mismo sentido. Pero se impone el doble mensaje. La doble moral. Porque pese a este criterio, Bolivia no tiene salida al mar porque la perdió en su guerra con Chile. Los límites entre Chile, Bolivia y Perú, entre otros muchos ejemplos cercanos, son resultantes de tratados que sucedieron a guerras. Y alejándonos en el planisferio, aunque acercándonos en el tiempo, las fronteras de Europa quedaron conformadas de un modo después de la Primera Guerra Mundial y de otro muy diferente después de la Segunda. El conflicto de Chechenia en Rusia, con algunas variantes, podría encuadrarse en la actualidad, dentro de ese tipo de problemas, sorprendiendo el presidente Putin al llamar causa justa a la palestina y negando la justicia de la causa chechena. Aún no sabemos cómo se habrá de dirimir el conflicto ucraniano. Llama la atención que en España se solidarizan con la causa palestina y niegan iguales derechos al pueblo vasco y a lo largo de toda América se hace oídos sordos a los reclamos de los pueblos indígenas, perdedores de todas las guerras. Todas situaciones discutibles y muy complicadas.

Arabes y judíos convivieron en paz y amistad durante centurias, pero a principios del siglo XX, surgió un grave conflicto territorial, en parte como consecuencia del despertar de los nacionalismos durante el siglo XIX, primero el judío y a posteriori el árabe; y en mayor grado, por la desafortunada política imperial desarrollada por Gran Bretaña durante el Mandato sobre Palestina.

A raíz de ese conflicto, antes de la creación del Estado de Israel, durante el citado Mandato Británico, existían entre los judíos que aspiraban a crear su Estado varios grupos de luchadores con políticas y estrategias claramente diferenciadas. El más grande de ellos era la Haganá (defensa), que respondía a la conducción oficial sionista (organización que reclamaba el derecho del pueblo judío a la liberación nacional). El segundo era el Etzel (organización militar nacional, llamada así por sus siglas en hebreo), grupo clandestino nacionalista que era comandado por Menajem Beguin y realizaba acciones agresivas y sangrientas contra ingleses y árabes. El tercero, más extremista, era el Leji (siglas hebreas de Luchadores por la Libertad de Israel).

El 29 de noviembre de 1947, las Naciones Unidas declararon la partición de la entonces Palestina y la creación de dos estados: uno judío y uno árabe (Israel y Palestina). El 14 de Mayo del año siguiente finalizaría el Mandato Británico.

Los judíos aceptaron la decisión, no así los árabes, que desde todos los estados circundantes (Egipto, Siria, Jordania, Irak y Líbano) avanzaron sobre los territorios adjudicados por la ONU a los judíos, en una guerra claramente agresiva, con la consigna de "echarlos al mar". Gritaban "Jihad" (¡Guerra Santa!), tal como contra los cristianos en Jerusalén en el Medioevo. Claro que "el medioevo" no tiene para Oriente la misma significación que para Occidente.

En medio de esa guerra, denominada por Israel "Guerra de la Independencia", nacieron las Fuerzas de Defensa de Israel (por sus siglas en hebreo Tzahal). No el 15 de mayo, cuando se declaró la independencia, sino más tarde, pues durante dos semanas, Ben Gurión, entonces primer ministro y ministro de defensa del gobierno provisional, negoció con las organizaciones armadas disidentes -el Etzel y el Leji- para que se disolvieran voluntariamente, antes que él las licenciara en la orden del establecimiento de Tzahal. Esa orden disponía la existencia de solamente una fuerza armada, subordinada al gobierno.

El barco "Altalena" (seudónimo literario de Jabotinsky, ideólogo del revisionismo judío y de los grupos radicales), con una carga de armas adquiridas por el Etzel en Europa y 900 inmigrantes, arribó a la costa israelí el 20 de junio de 1948.

Ben Gurión, exigió que las armas fueran puestas a disposición de Tzahal y el 23 de junio, luego de que fracasaran las negociaciones con los comandantes del Etzel y que el barco anclara frente al puerto de Tel Aviv, Ben Gurión dio orden de abrir fuego de artillería contra la embarcación para impedir la descarga de las armas y las municiones (a pesar de ser indispensables en ese tiempo de guerra y de escasez de provisiones adecuadas). Estalló un incendio y el barco se hundió, muriendo dieciséis personas a bordo y resultando heridas muchas más. Beguin en ese momento se hallaba en el barco y fue arrojado al mar por sus propios hombres, para evitar su muerte. El oficial encargado del operativo de la Haganá era Itzjak Rabín.

A pesar del rencor que este incidente produjo, quedó en claro que no se toleraría ninguna fuerza armada "disidente". Este hecho quedó profundamente marcado en la memoria colectiva, de tal modo que cuando Rabín fue asesinado, no faltaron miembros del extremismo israelí que aplaudieron el hecho y dieron por vengado el episodio del Altalena. Sangre por sangre, dijeron.

Sin embargo, a pesar de las minorías extremistas, la evolución de los individuos y de la sociedad israelí -y democracia mediante-, los protagonistas de estos acontecimientos, Ben Gurión, Beguin y Rabín, fueron primeros ministros del Estado de Israel. Los tres, luchadores en las guerras, optaron por la paz cuando encontraron las condiciones objetivas para concretarla. Los tres consideraron a la conquista territorial, sólo como un medio para negociar la paz. Siendo Ben Gurión primer ministro se firmaron los armisticios, Beguin, como jefe del gobierno israelí, desmanteló todas las colonias en la Península de Sinaí y firmó la paz con Sadat, presidente egipcio, restituyendo totalmente los territorios conquistados en 1967. Rabín pagó con su vida la firma de los tratados de Oslo que le valieron el premio Nobel de la Paz, recibido conjuntamente con Peres y Arafat.

Es posible que Sharón, en tiempos recientes, haya rotado de su posición inicial (rompió con la extrema derecha y apuesta al desmantelamiento de las colonias en Gaza y al diálogo con las nuevas autoridades palestinas) y una vez más veamos cómo un duro, como Beguin y Rabín, está dispuesto, tal como ya lo expresó, a hacer dolorosas concesiones a favor de la causa de la paz.

(*) Profesor en ciencias judaicas

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