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 miércoles, 08 de diciembre de 2004  
Profunda indignación

Escribo desde lo más profundo de la indignación, la misma que me fue provocada al escuchar el fallo de una jueza que dictaminó que no hay culpa para quienes por su inoperancia, falta de previsión, negligencia y un altísimo grado de estupidez terminan con la vida de un joven de apenas 14 años. En enero de 1999 salió de Córdoba capital una delegación de jugadores de fútbol, para participar en un campeonato en San Benito. Dicha delegación viajó sin médicos "para reducir costos". En medio de un partido, un jugador se descompuso -según se determinó en el juicio- por el calor imperante; fue retirado por su técnico y recostado en el banco de suplentes, donde permaneció unos 20 minutos sin reaccionar. Cuando por fin decidieron volver su atención al jugador y prestarle asistencia médica fue demasiado tarde, mi hermano murió camino al hospital, deshidratado. Ahora bien, dejando de lado si es que se puede el dolor y -¡por Dios!- la vergüenza de sentirme parte de esta especie desconsiderada, incapaz de asumir algún compromiso -con el valor que éste posee-, llego hasta hoy y escuentro que también en la Justicia se avalan, se justifican, se aprueban estos nuevos valores para el contrato, porque eso fue lo que en enero de 1999 realizamos, nosotros pusimos en manos de los "responsables" de la delegación la vida misma de mi hermano. Su función claro consistiría en protegerla y preservarla. ¿Fue esta una misión tan dificultosa? Justicia se solía definir como el arte de hacer lo justo y de "dar a cada uno lo suyo" (ars Iuris) y más tarde como la disposición firme y permanente de la voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde. ¿Es justo que se considere que no hay responsabilidad entonces en dirigentes que no cumplieron con su parte del convenio? El derecho positivo es utilizado como herramienta aleccionadora, y me pregunto: ¿cuántas vidas más se necesitan perder para que alguien diga basta? Estoy cansada de vivir en un país donde no existe el control y las reglas son avasalladas sin perjuicio alguno para quienes las profanan. La vida de mi hermano sólo será una noticia, una anécdota... otro mal fallo para muchos de los que desconocen el verdadero valor de la vida y para aquellos muchos que no lo conocieron, más nunca para quienes comprendemos el valor del uno. Es hora de exigir respeto. Respeto a la vida, a la persona, a la individualidad, y es hora ya que dejen de robarnos y arrebatarnos impunemente nuestro futuro. Quiero dejar algo claro: no es la bronca lo que me mueve a decir basta sino la indignación y la necesidad imperiosa de provocar una reacción, inteligente y hasta utópica, que haga que los argentinos exijamos que quien tenga que cumplir una función la cumpla, que quienes deban velar por nuestras vidas primero la valoren y que los medios destinados a protegernos nos protejan.

Paola Carolina Maroto, hermana de Francisco Matías Maroto


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