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 miércoles, 08 de diciembre de 2004  
La intolerancia católica

Más de 10 mil personas ya han visto las obras del artista plástico León Ferrari, en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. Algunos jerarcas de la Iglesia Católica han considerado a esta muestra como blasfema y han reclamado, abogados mediante, que sea retirada de un espacio público (el Centro Cultural Recoleta es del Gobierno porteño), a la par de iniciar acciones legales contra su autor porque "ofende la moral cristiana", y también exigen la renuncia del secretario de Cultura de la ciudad de Buenos Aires. Esta semana, un par de enardecidos y fervientes cristianos, envalentonados quizás por este reclamo sacerdotal, arremetieron contra la exposición y destrozaron algunas obras. Muchos creerán que la intolerancia de estas personas, civiles y sacerdotes, son hechos aislados. Desde antes de 1633, cuando la Iglesia condenó a Galileo Galilei por afirmar que no éramos el centro del universo, los amantes de Cristo y su Padre vienen cometiendo atrocidades que van mucho más allá de una simple repulsa artística. Mucho más que una banal diferencia de criterio o de gustos pictóricos. El siglo XV, con la formación de los tribunales inquisidores que Sixto IV concedió a los Reyes Católicos, fue el pináculo de la intolerancia de la iglesia Católica. Pero mucho más actual en el tiempo resulta el reconocimiento de Juan Pablo II cuando en 1999, en un acto de contrición, se refirió al Holocausto nazi, pidió perdón por los "errores históricos" y los crímenes cometidos en nombre de la cristiandad a lo largo de 2.000 años, y autorizó una nueva investigación por la colaboración que la Iglesia prestó a los crímenes de lesa humanidad cometidos por las tropas de Hitler. Entre otras cosas, entre 1942 y 1943, en Croacia, existían numerosos campos de exterminio creados y mantenidos por los ustashas Católicos. El más notorio de estos campos, el de Jasenovac, era manejado por frailes franciscanos. Se estima que el número de víctimas en este diminuto país fue de entre 300 mil y 600 mil personas. Según las investigaciones de John Cornwell, Eugenio Pacelli, por entonces titular del Vaticano como Pío XII, estaba en perfecto conocimiento y aprobación de los crímenes. Irónicamente, muchos aseguran que es un avance: si tardaron 200 años en reconocer que nuestros indios eran "personas" y no bestias, que se tomen sólo 60 años para reconocer los crímenes junto al nazismo es un considerable avance. Pero la sociedad actual, con todas sus complicaciones, no está para tolerar ironías que tengan que ver con vidas humanas. Si el destrozo de las obras de León Ferrari hubiera sido presenciado por fanáticos antirreligiosos, ahí mismo se hubiera desatado una gresca con desenlace insospechado. Y todo por la intolerancia. Es imprescindible que, en honor al más deteriorado de los sentidos, el sentido común, la Iglesia católica argentina repudie las actitudes hostiles de sus seguidores, retroceda en sus apreciaciones sectarias y pida perdón al artista y a la sociedad toda. No sea cuestión que haya que esperar unas cuántas décadas para remediar errores.

Lalo Puccio


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