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 lunes, 06 de diciembre de 2004  
A un paso

el mismo Marino. Entonces, ahí se desató el carnaval. Ya nada importó. La victoria velezana pasó a segundo plano, aunque muchos gritaron y se entusiasmaron en vano con un gol que le invalidaron a Estudiantes y cuyo resultado parcial le hubiese permitido a la Lepra alzarse ayer mismo con el campeonato. Pero ni siquiera esa posibilidad trunca ni que Vélez haya estirado la ventaja generó intranquilidad.

Entonces fue el tiempo del disfrute, del goce pleno. De que los hinchas cantaron, saltaran, se emocionaron hasta las lágrimas y las gargantas quedaran roncas de tanto gritar por una vuelta que se demora pero que está ahí, al alcance de la mano.

Sólo el ímpetu de los triperos y la inseguridad que mostraba el fondo leproso -que Villar siempre subsanó- pusieron un poco de zozobra en el resultado. Pero en escencia ya estaba todo dicho.

Newell's había redondeado otro triunfo con su sello, sin gastar más de la cuenta y no estando exento de algunos sofocones. Pero a nadie le importó, porque no era un partido más. Era la victoria que los colocó en la antesala de un título merecido. Por el corazón y la capacidad de los pibes nacidos en las inferiores, que siempre tienen ese plus del que habla Gallego; por la jerarquía de los consagrados, como Justo Villar -un pilar a lo largo del torneo-, Ariel Rosada y Ariel Ortega; y el Tolo con su mística ganadora y su alma leprosa, al punto que los hinchas ayer corearon su nombre por primera vez. Y con el aporte invalorable de la pasión de su gente, otro sósten insoslayable de esta notable campaña.

Con la primeras luces de la noche, la fiesta se fue mudando desde el Coloso. Primero por las avenidas de la ciudad y más tarde por las calles y los distintos rincones de Rosario. Todo, con un rasgo distintivo, el rojo y negro de un Newell's que ya se siente campeón.
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