| domingo, 05 de diciembre de 2004 | Para beber: El momento del brindis Gabriela Gasparini Llega diciembre y el espíritu festivo se apodera de nosotras. La consigna: encontrarse para brindar. Hagámoslo, porque las tardes largas invitan a salir por ahí a disfrutar de las pocas brisas frescas con que nos agasaja el verano, pero esta vez, basta de porrones y cáscaras de maníes desparramados sobre las mesas. Pensemos, por ejemplo, que somos la reencarnación de una estrella de los años glamorosos de Hollywood cuando se era bella porque natura así lo había querido y no gracias al bisturí de un virtuoso cirujano, y entonces, vestidas para matar, sentémonos a la barra de alguna de las fantásticas confiterías que pueblan la ciudad y con nuestra mejor voz pidámosle al barman: "Un Martín seco, por favor".
Desde hace un tiempo la onda tragos está pisando fuerte en nuestro país, y la carrera de bartender, como le dicen ahora, hace furor en las escuelas gastronómicas, por lo que mi elección del cóctel podría decirse que es casi elemental, pero tiene el aura que le otorgan los años de actuación en cine y televisión como no lo tienen muchos otros, aunque es cierto que bien podría haber dicho un Cosmopolitan, un Tom Collins, un Bloody Mary, también conocidos, pero no son lo mismo, en el Martini hasta es una delicia la copa donde debe servirse, y además, está esa aceituna nadando despreocupada como deseo postrero antes de ser ultimada. Es otra cosa.
Corría el año 1862 cuando un viajero cansado entró a un bar en la ciudad norteamericana de San Francisco y pidió que le sirvieran una bebida refrescante. Para satisfacer al recién llegado, el barman Jerry Thomas mezcló una medida de bitter, dos de maraschino, una onza de gin Old Tom, un vaso de vermouth, agregó hielo, batió fervorosamente y lo sirvió en una copa de cóctel con una rodaja de limón. Mientras disfrutaba la combinación de alcoholes, el parroquiano comentó que se dirigía a Martínez, un pueblo situado a unos setenta kilómetros. Fue esa confidencia la que animó a Jerry a bautizar su creación como Martini, aunque es bueno aclarar que su paternidad fue puesta en duda en variadas ocasiones y que en muchas recetas no aparecen ni el bitter ni el maraschino, pero hay tantas versiones como cantineros en el mundo. Y batido o revuelto, el Dry Martini se convirtió en el trago de gin más famoso de todos los tiempos.
Debo prevenirles a las entusiastas que con un trago nunca alcanza y que cualquiera sea el cóctel que se elija siempre vamos a querer otro. Lo que nos lleva a dos puntos, dejar el auto en el garaje y partir al festejo en taxi, y a pensar en la posible resaca del día después. Las recetas para combatirla van desde una bastante poco práctica como es ingerir pico de golondrina machacado y mezclado con mirra, propuesto por los sirios, cosa que sólo se entiende porque con semejante dolor de cabeza y con la necesidad de silencio absoluto una odia hasta los bellos pajaritos; pasando por ser atada a una hamaca estilo momia y ser dejada en soledad hasta estar listas para enfrentar nuevamente la vida, como parece que solían hacer algunas tribus sudamericanas, hasta ser envuelta y escondida detrás de una catarata método utilizado por los escoceses, lo que a nosotras nos llevaría algunas horas de viaje, por lo que debemos pensar que sería eso y no la caída de agua lo que realmente nos despejaría.
Por si alguien se anima a superar el mal trance tomando más mezclas, les reproduzco aquí una receta encontrada en un libro de cócteles que se llama algo así como "Levántame con delicadeza": hielo, jugo de medio limón, dos cucharaditas de salsa Worcestershire y soda, una vez combinado todo en un vaso, tómelo con delicadeza.
Antes de despedirme hasta la próxima quiero dejarles una reflexión para cuando armen el grupo que saldrá de festichola. Todavía sobrias tengan en cuenta un proverbio griego que dice: "Temo al hombre que bebe agua, ya que es el único que a la mañana siguiente recuerda lo que dijimos la noche anterior".
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