| domingo, 05 de diciembre de 2004 | Interiores: Sublimación Jorge Besso Es este un concepto que navega por aguas distintas con sentidos diferentes, ya que se lo usa en la química, en el psicoanálisis y muy especialmente en el arte que de un modo muy directo está vinculado a lo sublime. Una misma palabra en tres campos tan distintos hace pensar no sólo en los diferentes sentidos, sino acaso en cuál puede ser el hilo sutil que hay entre ellos.
No es que el humano sea un ser sublime, tan capaz como es de horrorizarse como de horrorizar, o de realizar obras sublimes de forma que a lo largo de la historia los humanos han conformado y configurado un ser más bien hojaldrado, con capas y láminas muy diferentes entre sí al punto que desde siempre ha resultado y sigue resultando más fácil definir y describir las patologías, que definir y describir la normalidad, más allá de que cada cual reserva una o más capas de su propio hojaldre al sentimiento, y a veces hasta la convicción de que es mucho más normal que el otro.
Ahora bien, el hilo sutil que atraviesa campos tan diferentes es un hilo transformador, ya que el arte es una operación de transformación que hace posible transformar algo abyecto en algo excelso. De modo que en la sublimación encontramos un origen químico, pues en ese campo se la usa para designar una sustancia que se obtiene, precisamente, por sublimación. Proceso que describe la combinación de elementos que en determinadas condiciones cambian de estado (como puede ser el caso de un pasaje del estado sólido al estado de vapor sin derretirse).
Pero además hay una suerte de química metafórica entre las personas, muy especialmente en el amor (aunque no solamente) con un papel decisivo pues entre dos individuos todo puede estar muy bien, en realidad parecer que está muy bien, pero si falta o falla la química, pues entonces falta todo. Es en esa química que los cuerpos se encuentran (o desencuentran) en una corriente muchas veces fluida, y a la que es muy difícil sino imposible ponerle palabras, y que sin embargo será ese flujo de algún modo químico el que nos hace hablar.
A la vez, el propio aparato psíquico es un aparato transformador y no sólo una caja registradora. Algo tan evidente como olvidado con mucha frecuencia, en tanto y en cuanto a la sociedad le interesan no sólo individuos perfectamente registrados, sino también que dichos individuos registren lo que hay que registrar como por ejemplo que el reino de los cielos será para los pobres, mientras que a los ricos, hoy tan felices, les espera el peor de los infiernos.
Por su parte, Sigmund Freud en 1905 escribía sus "Tres ensayos sobre la vida sexual", texto en el que por primera vez utiliza el término sublimación para referirse a ciertas actividades humanas (creación artística, literaria o intelectual) que teniendo un origen en impulsos sexuales, por transformación de dicha energía, se invisten objetos de alguna forma desexualizados y socialmente valorados. Es decir, la verdadera transformación es transformar una satisfacción privada en una satisfacción pública, o alguien capaz de salir del horror que le producen sus propias pesadillas al poder pintarlas, de modo que en el traslado a la tela se transforman en un espacio y en un tiempo de realización pública.
Visto de esta forma la sublimación aparece como un mecanismo, o un recurso sólo para talentosos, en suma para una clase de humanos que podríamos llamar los humanos VIP, y que por tanto viven en los espacios VIP de las sociedades. Esto es galerías de arte, teatros, óperas, conciertos, conferencias de escritores y demás espacios selectos donde los artistas, es decir los creadores (en suma los sublimadores) despliegan su obra con satisfacción incluida, y de la cual son testigos los espectadores o lectores, y de alguna manera también los sublimantes en la medida que los espectadores de arte es de suponer que tienen un nivel de elaboración mental superior al que puede portar, por caso, el vulgar espectador de una película porno que, dicho sea de paso, bien puede morir de aburrimiento en el intento, ya que dichos engendros logran el milagro de una sexualidad sin placer, y se comportan como verdaderos gimnastas sexuales que ya merecerían que la pornografía sea incluida como disciplina olímpica con los correspondientes récord que se puedan especificar y sobre todo medir.
El mérito de C. Castoriadis es haber expandido el concepto de sublimación al plantear a la susodicha sublimación como algo de todos los días y de todos los rincones, tanto los de la riqueza como los de la pobreza, al señalar algo que estaba a la vista de todo el mundo: "Hablar ya es sublimar". Una cuestión que las madres ya sabían y saben cuando sentencian que "no se habla con la boca llena". En suma que con la boca llena y plena de satisfacción nadie hablaría, pues un bebé que todos y cada uno de los días tuviera una perfecta satisfacción para qué tendría que hablar, y el llanto de la sentencia que dice que "el que no llora no mama", es un anticipo de la palabra.
Desde el placer de la leche y el pezón inicial, los humanos van transformando los placeres en sucesivas operaciones de la sublimación que permiten agregar nuevos disfrutes. Lo contrario, una excesiva fijeza en la reiteración de los mecanismos del placer puede ser un camino al aburrimiento o a la patología, o a ambas cosas. Por lo demás conviene recordar que el humano es un bicho al que le cuesta "ir directo al grano", tanto sea en la mesa del trabajo o en la cama de la satisfacción. Lo que no está nada mal, ya que en la insatisfacción presente o flotante más la capacidad de la imaginación, está la base de la creación humana en el sentido más amplio. Y ese es el lugar al que no llega el poder, y ese es el lugar desde donde siempre existe la posibilidad de transformar el poder que siempre instaura entre los humanos un orden injusto e irritante al dividirlos en dos grandes clases: los aplastantes y los aplastados.
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