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 viernes, 12 de noviembre de 2004  
Ramallo, el 2º juicio. Declaró la mujer del gerente asesinado
Flora Lacave: "Yo no escuché tiros desde adentro del auto"
Por segunda vez la mujer debió relatar ante el Tribunal la trágica secuencia que cambió su vida

Jorge Salum / La Capital

Ya lo había dicho todo, y más de una vez, pero ayer tuvo que repetirlo. Flora Lacave, la única rehen sobreviviente de la Masacre de Villa Ramallo, recordó una vez más cómo fue la pesadilla de ver morir a su esposo y de haber estado ella misma al borde de la muerte. No hubo revelaciones en su nueva declaración. Quizás la frase más trascendente haya sido aquella en la que trató de recordar si los delincuentes que iban a bordo del VW Polo de su marido dispararon o no sus armas contra la policía. "Yo no escuché tiros adentro del auto", dijo sobre eso. Y contó, una vez más, cómo se salvó de que un policía la fusilara.

Fue cuando el Volkswagen Polo se detuvo al chocar contra un árbol luego de recibir casi 50 balazos. Lacave escuchó que alguien abrió la puerta de atrás y escuchó un diálogo. "Rematá a ese hijo de", gritó alguien a pocos metros, en medio del silencio que sucedió a la balacera (la interrupción de la frase es de Flora). Casi al instante comprendió que a quien querían fusilar era a ella misma. No ocurrió porque el interlocutor de aquella voz anónima dio la orden contraria: "No tiren, que es la señora", fue la frase que probablemente le salvó la vida.

Lacave es la viuda de Carlos Chaves, el gerente de la sucursal de Villa Ramallo del Banco Nación. Fue rehen de los tres delincuentes que tomaron la entidad el 16 de septiembre de 1999 con fines de robo y, tras 20 horas de tensión intentaron huir llevando a ella, a su esposo y al contador Carlos Santillán como rehénes. El escape desencadenó una matanza hasta ahora inexplicable.

Además de Chaves y Santillán, también murió bajo las balas policiales el delincuente rosarino Javier Hernández, quien integraba a la banda de asaltantes.

La viuda de Chaves llegó caminando al Tribunal Oral Federal donde juzgan a los efectivos acusados de esos homicidios. Renqueaba, una de las secuelas de su presencia en aquel infierno. Iba con su hija Daniela y su yerno Mariano. Y en brazos de éste estaba Belén, una de sus nietas.

En la puerta confesó que estaba nerviosa. "Esperé mucho este momento pero al mismo tiempo no quería que llegara", contó frente al edificio de Oroño al 900. En el juicio a los delincuentes, hace dos años, había dicho que para ella éste era más importante. "Mi rencor es con la policía y espero el momento en que juzguen a los que mataron a Carlos", explicó entonces.

Ayer no miró ni un segundo a Oscar Parodi, el oficial de la policía bonaerense al que acusan de haber asesinado a Chaves. Pidió disculpas por si se quebraba, aunque luego sostuvo su relato con dignidad. Eso sí: lloró cuando revivió los instantes más dramáticos de su calvario.

Contó que Cristian Saldaña, el asaltante detenido con vida tras la lluvia de balas y que horas más tarde apareció misteriosamente ahorcado en la celda de una comisaría, la instruyó a ella y a Chaves para que al salir a la calle desde el interior del banco gritaran que eran rehénes. "No disparen...soy la señora del gerente", recordó haber dicho varias veces al abrir la puerta del garaje por donde el auto en el inicio de la frustrada huida. Aclaró, sin embargo, que no sabe si los policías la escucharon.

La otra estrategia de los delincuentes para evitar que los asesinaran fue abrir las ventanillas para que la policía divisara a los rehénes. "Yo lo hice, pero no sé si nos vieron", le dijo Flora a los jueces. También entregó un dato sobre el que luego nadie le pidió precisiones: dijo que apenas el auto comenzó a retroceder, empujando a una camioneta que la policía puso a modo de obstáculo, empezaron a escucharse tiros. "Eran como piedras que pegaban en el auto", ilustró. Eran las balas de los Halcones que respondieron a la orden de su jefe, Gerardo Ascacibar, de disparar a los neumáticos del vehículo.

Después sucedió lo más dramático. Cuando abrió la ventanilla donde estaba su esposo comenzaron los disparos. "No tiren, hijos de", contó que gritaron ella y Chaves (la interrupción de la frase es de Lacave). Un balazo la hirió en un dedo y ella estaba aterrada por el collar que el marido llevaba en el cuello. Era el explosivo que le habían colocado ni bien entraron al banco, la mañana del día anterior.

Lacave lloró cuando recordó la siguiente secuencia. Fue cuando escuchó a Chaves que gritaba: "Me diste, hijo de". Comprendió que lo habían herido. Dice que se tiró sobre él y tocó su rostro. "Enseguida cerró los ojos y aflojó las manos. En ese momento me di cuenta que estaba muerto", recordó ayer, casi 62 meses después, con apenas un hilo de voz.

El presidente del tribunal, Santiago Harte, quiso conocer detalles sobre los instantes previos a la salida del auto a la calle. "Cuando abrí la puerta había mucho silencio y todo estaba oscuro", contó Lacave. El magistrado también indagó sobre un ruido ("como una explosión") que la mujer dijo haber escuchado debajo del auto cuando intentaba arrancar la huida, aunque las respuestas fueron siempre imprecisas.

Al final el tribunal le mostró un video con toda la secuencia de aquel desenlace, y Harte le preguntó si vio o escuchó si los delincuentes hacían disparos desde adentro del auto. Fue cuando dijo que no los vio, algo de lo que los jueces tomaron debida nota.
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