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 domingo, 07 de noviembre de 2004  
Editorial
Los chicos de la calle

La situación de extraordinario desamparo que padecen numerosos menores que deambulan sin rumbo por la ciudad, y que muchas veces duermen a la intemperie, debe ser resuelta a la brevedad posible. Es urgente construir o poner en funcionamiento los mecanismos para protegerlos, a fin de reinsertarlos en la sociedad que los ha marginado tan brutalmente.



La profundidad y extensión de la crisis que golpeó a la Argentina, y de la cual sólo hace poco tiempo el país ha comenzado a emerger, convirtió en habituales imágenes que en el pasado hubieran constituido excepciones o sencillamente fragmentos de alguna pesadilla.

   La presencia de personas alimentándose de la basura, por ejemplo, ya no le resulta extraña a ningún habitante de las grandes ciudades, y mucho menos los grupos de menores que deambulan por las calles sin rumbo fijo, mendigando y pasando noches enteras a la intemperie.

   Ayer La Capital dio cuenta de la dramática historia de tres pequeños —dos varones y una nena— de sólo tres, cinco y seis años de edad que fueron recogidos por las fuerzas de seguridad en Santa Fe al 1600 después de haber dormido en la acera. Conviene recordar que la noche del jueves pasado se caracterizó por la temperatura inusualmente baja para esta época del año.

   Pero si no hubiera sido por la solidaria actitud de un vecino, quien llamó a los gritos a una patrulla de la Prefectura Naval que pasaba por allí tras intentar despertar a uno de los niños —que dormía a media mañana en mitad de la vereda— sin lograrlo, tal vez la intolerable situación se hubiera prolongado hasta el presente.

   Es que uno de los más indeseables efectos del desastre social que se vivió ha sido, también, el triste acostumbramiento de la gente al dolor ajeno. Tal cual lo resumió Luis Maldonado, el ocasional salvador de estos tres chicos: “¿Cómo puede ser que nadie haga nada, que todos sigan caminando cuando un niño está tirado en la calle? Esto es una barbaridad, una locura”.

   Y sin dudas que lo es. Lo único que se supo en aquel momento de los pequeños fue que eran del barrio Las Flores. Ninguno de los tres tuvo la capacidad de indicar su domicilio.

   Desvirtuando erróneas suposiciones, los informes médicos demostraron que no se hallaban narcotizados: apenas sufrían los síntomas de un principio de hipotermia y, desde luego, una pésima alimentación.

   Resulta perentorio que situaciones como la que se vivió anteayer, y que se repiten cotidianamente en Rosario, comiencen a ser solucionadas de modo sistemático, sin que se dependa de la buena voluntad de nadie. El Estado debe construir las redes de contención para que estos menores brutalmente privados de los más elementales derechos humanos se reintegren a la sociedad que los ha expulsado. Los recursos materiales para ello existen y en demasiadas ocasiones son malgastados. Es hora de darles el destino que realmente les corresponde.
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