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 domingo, 07 de noviembre de 2004  
Para beber
Historia del vidrio I

Gabriela Gasparini

Me encontré la semana pasada copa en mano y dando vueltas por la feria de sabores con mi amigo Miguel Carpi, exquisito amante y degustador de vinos, quien me inquirió amablemente sobre mi supuesta falta de atención a un tema tan importante como es el de las botellas, y del que mi ocasional acompañante es gran conocedor debido a que justamente es su metier. Yo he escrito sobre esto pero ya hace tiempo, así que su requerimiento me pareció un buen punto de partida para volver sobre el tópico. Claro que como el material a desarrollar es mucho lo haremos en más de una nota, modalidad sobre la que muy bien se expresó Stephen King al escribir un artículo sobre cine en dos entregas: "Lamento que tengan que esperar para la segunda parte. Pero si pueden aguantar que Kill Bill venga en dos partes y El señor de los Anillos en tres, creo que pueden lidiar con esto". Así sea.

Empecemos con un rápido pantallazo sobre el nacimiento del vidrio. Hemos hecho referencia en otra oportunidad a las distintas creencias sobre cómo ocurrió el mágico advenimiento de este material que deslumbraría a civilizaciones de todos los tiempos. En diferentes escritos aparece como el resultado de un accidente natural acaecido frente a los rostros azorados de unos mercaderes de Biblos, sin embargo, no es eso lo que piensan quienes se dedican a desentrañar estas historias, ellos opinan que fueron los egipcios los que supieron sacarle provecho antes que nadie a la conjunción de natrón, arena y fuego. De allí al resto del mundo hubo sólo un paso, primero Oriente, luego el imperio romano, más tarde todo el continente, y navegantes mediante, América.

El problema en esos tiempos eran las impurezas y la fragilidad del material. Fueron los venecianos quienes introdujeron el dióxido de manganeso, jabón de vidriero como decolorante y consiguieron un cristal más traslúcido y brillante, hasta que alrededor de 1450, Angelo Barovier también en la ciudad de los canales, fabricó el primer cristallo incoloro.

Pero debieron pasar todavía doscientos años de envases de peltre, cerámica, loza y alabastro que obviamente contaminaban al vino con sus componentes y pátinas, o simplemente no conseguían impedir la entrada descontrolada de oxígeno que lo descomponía, hasta que en los talleres de Sir Kenelm Digby se desarrolló la primera botella específicamente pensada para guardar el maravilloso néctar. Sus paredes eran más gruesas y su forma era la conocida como cebolla, faltaría eso sí un cierre adecuado, pero se había dado un gran paso. El problema era que este formato impedía la estiba, y además como era un trabajo artesanal, era imposible conseguir la uniformidad suficiente como para asegurar que el contenido fuera el mismo en todos los casos, lo cual llevó a tales trifurcas que el parlamento británico llegó a prohibir la venta de vinos en esas botellas para evitar peleas.

Y otra vez hubo que esperar casi cien años hasta que nuevamente los ingleses, que parece que no se resignaban a que sus vinos se atesoraran en otro lugar que no fuera un lindo envase de cristal, le dieran forma a la botella cilíndrica, precursora de las actuales, que sí permitía su guarda apilada. De ahí al cierre con corcho la distancia fue bien corta. Llas posibilidades que ofrecían estos nuevos recipientes dio nacimiento a la industria de las botellas personalizadas, escudos, iniciales y dibujos eran grabados para que engalanaran las mesas. La industria botellera había iniciado un camino que no tendría fin. Continuará.
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