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 domingo, 31 de octubre de 2004

Vivir en los márgenes
Crónicas de plástico y cartón
Al menos cuatro mil familias rosarinas viven de lo que extraen de la basura. Reciben un porcentaje ínfimo de un negocio que es redituable. Personajes e historias que a veces son soslayadas

Claudio Berón / La Capital

Es difícil no verlos por la calle, tirados sobre los contenedores de basura, agachados en las bolsitas de residuos, comiendo una factura o un sandwich viejo sobre sus rápidas, casi voladoras bicicletas. Son casi cuatro mil familias completas que sacan, en el mejor de los casos, entre ochenta y cien pesos a la semana de entre bolsas peligrosas. La paga recibida depende del barrio y de la zona que elijan para trabajar. Son cirujas, cartoneros, basureros. Son los más pobres.

Los barrios donde viven están lejos y la ciudad que duerme en el centro deja cada día, casi en la puerta de sus casillas, 50 mil kilos de desechos. La Municipalidad entierra 500 toneladas diarias de basura y gasta por mes, en contratos con empresas que entierran la basura, un millón setecientos mil dólares. Moneda verde tan alejada de los cartoneros como la ciudad dormida.

Algunas familias nacieron entre los carros, llevan años recorriendo las calles. Los horarios del trabajo son distintos. A las 7 puede verse a numerosos cartoneros por avenida Pellegrini , en el duro y anónimo oficio.Una hora después, un camión entra en el basural municipal de San Martín sur, donde esperan tres cooperativas conformadas por cinco familias cada una, que se turnan para trabajar.

El acoplado vuelca la basura. Las familias encaran la faena sobre el cartón, el plástico, los vidrios y la comida podrida. Lo que estuvo en góndolas sirve para alimentar caballos y otros animales.

Se dice que existen varias cooperativas y que los cartoneros en Rosario son muchos, y se dice la verdad, pero nadie sabe a ciencia cierta cuántas hay ni cuántos son. En San Martín sur se cuentan cuatro cooperativas, en el relleno de Gallino, de bulevar Seguí y Provincias Unidas, algunas otras.

Una encuesta municipal relevó en 2003 unas cuatro mil familias de cirujas en toda la ciudad. Sin embargo en otro estudio, hace un mes, se encontraron 700 personas viviendo de la basura sólo en un sector de la zona oeste.


La bolsa de don Pirulo
Al caer el sol ilumina los pasillos y las callecitas y pinta de naranja las ventanas de las casillas. Detrás de cada chapa hay bolsitas multicolores, papeles, cartones con tintas opacas, botellas plásticas de todas las medidas y vidrios que reflejan la mugre. Es la casa de una cartonera de la zona oeste, Cochabamba y la vía, un festival de la pobreza.

Mirta es robusta y camina con dificultad. Tiene treinta y cinco años, ya no le quedan dientes y parece mayor. Recorre clientes fijos, como vinerías y almacenes, y saca por semana un promedio de ochenta pesos. Todas las tardes, cerca de las siete, un camión la deja en Presidente Roca y San Juan para comenzar la tarea.

La acompañan Rocío y la Gabi, que empujan un carrito y son dos de sus seis hijos. "Va a ser un año ya que estoy en esto -cuenta-. Más vale salgo a cirujear y tengo mi plata. A nosotros nos trae un camión y tenemos ahí a la vuelta, por Rioja, una parada. Ellos me traen, yo recorro y nos llevan después para el barrio".

La gestión del tiempo y el trabajo es prioridad en esta economía sustentable y familiar. "Cada uno busca y después juntamos la plata, la nena mía va y vende el cartón de segunda. Todas juntamos; mayormente las cosas se la dan a Gabi, nosotros trabajamos así. Nosotros nos criamos con esto, yo de chica cirujié, cuando mi viejo vivía iba con él", dice Mirta. Cuando habla se le iluminan los ojos, y parece mentira tanta luz en una ropa tan sucia, en una manos tan negras.

"Con este trabajo puedo comprar ropa a mis hijas, a mí -agrega Mirta-. Ahora a mi nena, a la Gabi no la quisieron cambiar de turno en la escuela, yo les dije que no puedo dejar el trabajo. Así que no va a la escuela. Yo le dije: por un año que perdés no te vas a volver más burra".

Mirta y sus hijas salen a media tarde y terminan de trabajar cerca de las 23. A la mañana siguiente la mujer se levanta a las 9 y selecciona la mercadería en el fondo del rancho, después lo vende en la compraventa. Los números son claros: por cada bolsa se sacan unos 10 centavos. Don Pirulo, el administrador de la compraventa, que antes fue cooperativa, anota en una libreta los kilos diarios de mercadería. El sábado se cobra.

"Don Pirulo no se equivoca y es responsable. Mi manera de controlar es diferente a la de otros. Yo soy de pocas pulgas. Antes trabajaba en una panadería y me daban cuatro pesos por día, acá saco diez, más o menos", dice Mirta, y se ríe. Los técnicos dicen que es "la economía sustentable que más reditúa". Pero el intercambio entre los cartoneros es concreto, real y no tan próspero: tantos kilos, tantos centavos.


Cotizaciones
Pablo Javkin es abogado y joven concejal con ideas. Trabaja con las cooperativas de la zona sur. Pudo lograr un contacto con empresas que compraban en forma directa a los cartoneros su trabajo reciclado.

"No hay una decisión política de solucionar el tema. El municipio gasta fortunas y las plantas no están lo suficientemente equipadas. Con sólo tener una moledora de plásticos o una enfardadora se podría evitar al intermediario y vender en forma directa. Pero por más que presenté ordenanzas la soluciones no aparecen", se queja Javkin.

Fuera de los técnicos y de los que hacen sumas y restas en cómodos e higiénicos escritorios, ellos saben que cobran según lo que juntan. En los bolsillos rotos de los cirujas profesionales el aluminio se paga $ 2,50 el kilo; el cobre, $5.70; el nylon, $1; el bidón, $0,50; botellas plásticas, $0,25; Pvc, $1.Para los otros los números son más simples: papel de diario, $0,18; papel sucio, $0,10; cartón, $0,40.


Sin pasos en falso
Todos los conocen. Hugo padre y Hugo hijo son los que manejan el camión que para todas las noches en Sarmiento y Córdoba. Tienen la compraventa en Cochabamba al 5000. Traen a la gente, unas diez personas, a media tarde y las pasan a buscar por tres paradas a la noche: la de Falabella, la de la EPE, en Rioja y Corrientes y la esquina de San Luis y Dorrego. El galpón no es demasiado grande, allí pesan las bolsas.

Rosario está rodeada de galpones: Dorrego y Centeno, Circunvalación y 27 de Febrero, Rouillón al 4000, Travesía y Almafuerte son algunas de las direcciones. Cada cartonero vende casi siempre en el mismo lugar, los conocen y ellos también conocen.

La ley en la calle es básica y se respeta. En el centro los contenedores cansan la vista, hay dos por cuadra. Si de uno de los bordes cuelga una tela se entiende que hay alguien sobre ese volquete, o bien ya tiene dueño. Los lienzos con cartones se acopian en una esquina, en un zaguán. Cuando las luces de la calle empiezan a rebotar contra las vidrieras alguien recogerá ese botín. Es su territorio.

En la puerta del Banco Municipal, San Martín y Santa Fe, se juntan varias familias. Rubén se tira contra los contenedores antes de llegar al banco. "En mi casa todos hacemos esto, mi mujer está en el banco, cuida los lienzos. Vine del Chaco en el 93 y con esto saco unos cien o ciento veinte por semana", cuenta.

La familia es casi una unidad económica: "le vendo a mi cuñado que tiene una chata más grande, yo tengo una más chica y creo que él le vende a un papelero, si no vendo en Pérez, en Godoy al fondo".


Sobre ruedas
Entre los cartoneros que circulan por los bulevares y los que caminan los barrios hay diferencias. El centro es la crema del negocio y allí se circula siempre, todo el día, mientras que en los barrios sólo se trabaja al anochecer.

Raúl hace tres años que "está en la calle". "No sé hasta qué punto te deja plata el cartón, antes el kilo de cartón estaba a cuarenta centavos, ahora no llega a veinte".

Anda en una bicicleta vieja y su metié pasa por el papel y el cartón, no plásticos, no otra cosa. "Tengo la esquina de Corrientes y Urquiza, un edificio del que saco ocho bolsas, vivo en Doctor Riva e Italia. Salgo a juntar a las 4 y a las 7 ya tengo lo suficiente".

Raúl calza una gorrita americana y dice que antes trabajaba en ventas. "La gente junta cartón, no botellas. Encontrás de todo: plata, pulseritas oro 14, aros de plata y por ahí un par de zapatillas que las podés usar".

En otro contenedor está Juan Antonio Igrande, entrerriano, de Illeta, departamento de Diamante. "A veces salgo yo, a veces no salgo, voy el domingo porque la gente no saca la basura el sábado", dice. Está sobre un contenedor en barrio Martin, uno de los más caros de la ciudad.

"Soy de Entre Ríos, hace un año que vivo en Rosario, antes era campesino, pagan 15 pesos por día en el campo, acá saco 30 pesos pero me quedo en Rosario", agrega Igrande. Vive en Pasco y Beruti, a metros de las facultades. El hombre camina por los edificios y las caserones. Lo rodean camionetas cuatro por cuatro, y gente que "le tira" algo. Está contento.

En cambio, Julito no está muy feliz. A los 14 años, monta una bicicleta gris y vieja, sucia. "Junto 20 kilos por semana, es que tengo hermanos y mi mamá, y la abuela", dice, y busca, y mientras hurga habla despacio.

Todos se acostumbran a las luces, al asfalto. La vuelta a casa no es tarde, pero a veces "cuesta volver", confiesa Julito.


Sábados, descanso
Los caminos de la pobreza que circula por los barrios son distintos a los de los cartoneros del centro. Mientras los vecinos de Alberdi sortean con cuidado toda clase de botellas, latas y frutas podridas y resecas, el Negro y Rulo paran cada cinco metros y se bajan del carro para meter mano en las bolsas.

Del carro que cargan con bolsas sin seleccionar tira Pascual, un caballo viejo que entiende el rudo lenguaje del azote. "Somos de Empalme, él es mi sobrino", se presenta el Negro, y señala al Rulo, que sonríe mientras pela una dudosa naranja y se acomoda la galera de Central que le tapa media cara.

Ellos no seleccionan y la basura la "tiran" en Circunvalación y Sorrento.Si no se está acostumbrado, Pascual puede ser responsable de más de una hernia de disco, el traqueteo es insoportable sobre el carro con ruedas de moto.

El Negro y Rulo tienen una zona delimitada: Arroyito, Alberdi y llegan casi hasta "la Estexa", el nuevo shopping, pero más allá no van porque "te sacan el carro". Para destrabarlo tienen que pagar cien pesos y para un ciruja "es mucha plata".

Por las mismas calles que recorren ellos a caballo pasa Ezequiel y su hermano. "Hace tres año más o menos que estamos, no teníamos ropas. Ni zapatillas así que salimos a trabajar. Al centro no vamos, es muy lejos, nos cansamos. Además le damos duro toda la semana, lo único que no laburamos es los sábados, vendemos y nos vamos al baile, o a la casa de alguno", dice Ezequiel.

Son de Casiano Casas y entre los dos sacan "quince pesos por semana, lo máximo". En el barrio no hay cooperativa, venden a "un vecino que compra".

Ezequiel acusa quince años y no consigue trabajo. "Con esto me rebusco y estamos. Aparte siendo menor quién me va a dar trabajo", razona. Fue hasta quinto grado.

En la zona norte, entre las bolsas de basura y las calles arboladas, sobran chaqueños. "Hace cinco años que estamos en Rosario", cuenta Mónica, ancha y maternal mientras acuna a Luz Clara, su limpia y cuidada hija de no más de un año. Juan Carlos es su marido. "Allá, en General San Martín no hay nada. El algodón no más. Pagan dos pesos los diez kilos de algodón", dice.

Siguen, todas las tardes entre volquetes, bolsas y en la puerta de los supermercados. Para muchos es un trabajo como cualquiera. Un trabajo.

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