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 miércoles, 08 de septiembre de 2004

Reflexiones
El sueño de Tiberio Graco y la Argentina de hoy

Carlos Duclós / La Capital

En su pequeño tratado de "Historia romana, los orígenes y las conquistas del imperio", el recordado profesor Alberto Malet alude a la corrupción de las costumbres que llevaron a ese pueblo otrora grande a su debacle y perdición. El profesor narra así su visión de ese desmoronamiento social: "Esa pasión desmedida por el dinero no tardó en dar muerte a las virtudes cívicas de los antiguos romanos. Roma no fue sino un mercado electoral donde los ricos compraban electores y donde los pobres vendían sus votos". Más adelante, el autor dice que "las juntas de candidatos compraban en conjunto las corporaciones obreras o aisladamente a los ciudadanos. Además, se buscaba popularidad haciendo distribuciones de víveres al pueblo, ofreciendo juegos públicos y prestando toda clase de servicios".

Podría sospecharse que Malet escribió esta breve historia romana mientras observaba para sus futuros apuntes a la sociedad argentina de nuestros tiempos y que el relato de aquel pasado imperial fue teñido, en forma inconsciente, por sucesos de nuestros días. Pero esto no fue así, porque este hombre escribió esta historia hace ya varias décadas. De todos modos, esto no es lo trascendente, pues la esencia de la idea es rescatar una verdad que parece incontrastable e irremediable: ocurre hoy en ciertas sociedades, entre ellas la argentina, lo que ocurría hace miles de años en otras y viene a cumplirse lo que se sostiene vulgarmente: el hombre es el único animal que tropieza dos y más veces con la misma piedra. ¿Qué cosa lo impulsa a tamaña torpeza?

Roma había logrado su adelanto y grandeza merced a la observancia de las leyes y la aplicación de las virtudes en un marco distinguido por el orden y el derecho, pero en determinado momento, y por la expiración más o menos lenta y tormentosa del equilibrio social, ese desarrollo fue mermando a medida que se fueron haciendo más visibles dos clases sociales tan enfrentadas como lejos una de otra: los muy ricos y los muy pobres. La clase media romana, factor importante en las conquistas y avance de aquella sociedad, de a poco se fue transformando en apenas un recuerdo. A este mal, siguió con la misma perniciosa intensidad devastadora, la avidez de la aristocracia romana por más riquezas y un desenfado rayano en el crimen con tal de alcanzar sus necios y peligrosos propósitos. Tanto es así que cuando Tiberio Graco (advirtiendo que tal estado de cosas llevaría a Roma al desastre) quiso revertir la situación, dando a ciertos sectores de la plebe algunas tierras producto de las conquistas, esta aristocracia desenfrenada y egoísta decidió asesinarlo. Cayo, su hermano, prefirió mas tarde suicidarse antes que caer en manos de las huestes policiales de los poderosos de Roma.

La respuesta a la pregunta. ¿Qué cosa impulsa al hombre a reiterar actos que lo llevaron antaño a su perdición? Se encuentra precisamente en el asesinato de Tiberio o en tantos asesinatos que el poder concentrado pergeñó y ejecutó a lo largo de su macabra existencia. La lista de hombres que murieron a manos de la vileza por pretender una sociedad fundada en la justicia es larga y el lector conoce paradigmas. De paso, digamos que nadie se llame a engaño y que comprenda que en la Argentina cada día muere un ser humano en buena medida agobiado por la insensatez del poder y con la ilusión frustrada por no haber visto reinar a la equidad.

La causa de repetidas equivocaciones sociales que terminaron con el aplastamiento de pueblos florecientes no puede ser otra que el cultivo necio de la desaprensión y el sojuzgamiento y avasallamiento del amor. Tiberio Graco, este tribuno romano que se diferenciaba del resto de la aristocracia por sus profundos sentimientos y por su visión absoluta y certera del destino de Roma, solía decir cada vez que observaba a las clases pobres romanas que "los animales salvajes tienen una guarida y esos hombres no tienen siquiera una tumba de familia; se los llama dueños del mundo y no poseen siquiera un terrón". Con el tiempo, el Hijo del Hombre, Jesús, en una de las provincias del imperio también se quejaría de la injusta distribución de la riqueza, del tremendo egoísmo de los poderosos y de ese avasallamiento del amor que por lo general el Estado y los operadores sustentaron y sustentan como principio de toda política: "Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza."

Al fin Roma se topó con su trágico destino, un destino que Graco podía observar en sus profundas y claras reflexiones y que las tinieblas de la necedad no permitían ver en aquella aristocracia absurda que al fin sucumbió trágicamente con el mismo imperio. La historia de Roma, su gloria y su ocaso, es la historia de muchas sociedades de todos los tiempos. Es la historia de la existencia efímera, vana y frívola signada por la falta de amor en quienes deben regir los destinos de un pueblo. Aquella aristocracia romana, en su endeble y casi nula capacidad de amar, no comprendió que su sola realización no garantizaba la perennidad del imperio, ni siquiera su propia permanencia. A tanto llegó el egoísmo de ese poder que se desentendió de su propia descendencia y del destino de su propia sangre. Ello así porque, en el mejor de los casos, esa casta creyó posible que el poder podía ser dejado en herencia y aunque es cierto que muchos hijos de aristócratas vivieron de las conquistas de sus padres, no es menos cierto que al fin la sangre pudiente terminó entre las ruinas.

No podía ser de otro modo y se cumplió la inexorable ley que nadie jamás pudo burlar: el crecimiento de cualquier sociedad, por pequeña que sea, más tarde o más temprano puede terminar en catástrofe si la armonía no impera regida por el amor. Y ciertamente no puede ser considerado amor diezmar a la clase media, andar comprando votos, pactando con organizaciones sociales o distribuyendo víveres y dádivas para mantener a raya a los pobres, como se hacía en aquella Roma y como sucede en esta sociedad de nuestros días que el lector tan bien conoce y en donde el amor es un sueño lejano y al parecer utópico como el propio sueño de Graco.

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