| miércoles, 08 de septiembre de 2004 | Con permiso. Y muchas gracias Emilio se murió nomás. Como todos los que se murieron antes y como nos vamos a morir todos los que, por ahora, nos desvivimos por vivir. En eso, Emilio fue -en eso, Emilio es- igual que cualquier hombre vivo o muerto. Allanada así la redundancia -esa fatalidad biológica que lo hizo y que lo hace tan igual a todos y a cualquiera, en vida o ya difunto- quiero arrimar algún apunte, un acorde, una mirada (mejor tarde que nunca, con permiso) sobre ese hombre que, según me consta, asumió algunos hechos esenciales y se desvivió por vivir en consecuencia. Como cualquiera, como muchos, Emilio supo que la vida es cuestión de tiempo. Como pocos, creyó que hay un pasado, una historia personal en la historia colectiva; que el presente tiene mucho de metáfora, y que el futuro siempre existe aunque uno sea otra vez polvo en el polvo del planeta. Tal vez por eso, como pocos, en vez de mirar para otro lado como si la muerte no existiera, la supo cierta y se desvivió para vivir la vida. Como muchos, como casi cualquiera, Emilio supo que la tierra se pisa y se camina, que hay otros horizontes detrás del horizonte, que nada en el mundo es ancho como el mundo. Acaso por eso, como pocos, prefirió dedicarse sólo al teatro argentino. Tal vez quiso mirar cerca, aquí a la vuelta. Ese modo empecinado de ver lejos. Como tantos, como algunos
-¿como pocos?- Emilio supo que nadie vive solo. Que uno es en principio -y en fin- gente. Que como él, a muchos, a casi todos, alguna vez el amor nos atraviesa como una daga de plata; que cuando no comemos tenemos hambre; que se nos caen los dientes, que nos hacemos viejos, que trabajar es bueno y necesario, que el frío se aguanta mejor con una buena sopa, que los hijos crecen y vuelan como flechas hacia el sol, que ser pobre es ser malo, feo, sucio, bruto, vago, ladrón, preso, enfermo, contagioso y muerto en vida. Así fue que Emilio, a partir de ese módico puñado de saberes suyos, se desvivió para vivir en consecuencia. Eligió ser actor. Pudo ser uno, muchos, todos. Con él -plantado ahí como un árbol y una selva, como una voz y otra voz y aquellas voces, llano y vertical, un hombre más y uno entre todos- las candilejas establecieron su frontera ambigua. En la penumbra de la sala nos atravesó el amor con su daga de plata, cuántas noches no comimos, dónde están nuestros dientes perdidos, cuándo terminaremos de hacernos viejos, por qué, para el trabajo, no somos buenos ni somos necesarios, otra vez sopa, adónde van los hijos cuando se van, ser pobre es una mierda. Emilio, único y todos, se desmoría por vivirnos. Mi breviario dice que Emilio hizo su papel de gente, plantado como un árbol y una selva, como una voz y otra voz y aquellas voces, llano y vertical, modesto y grande, en mesas de entrecasa, en teatros de yeso y pana, en las ágoras donde el pueblo sueña y canta. Me consta porque tuve el privilegio de musicalizar la crónica "La Forestal", de Rafael Oscar Ielpi, y de llevarla a los cuatro rumbos de esta tierra con Enrique Llopis, con Néstor Zapata y con Emilio Lenski. Lo vi de pie, único y todos, cuando las candilejas establecieron su frontera ambigua. Desde el teatro La Comedia hasta calle Corrientes en Buenos Aires; desde auditorios de doscientas sillas en pequeñas poblaciones hasta presentaciones ante quince mil personas en el Monumento a la Bandera, pisamos la tierra, la caminamos y nos desmorimos juntos para que la vida viva para siempre. Vaya este apunte para Emilio, este acorde, esta mirada. Mejor tarde que nunca. Con permiso. Y muchas gracias.
Jorge Cánepa, músico enviar nota por e-mail | | |