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 miércoles, 08 de septiembre de 2004

Gracias Marcelo Bielsa

Marcelo, soy uno de los tantos hinchas de la selección nacional de fútbol y por medio de estas líneas quería simplemente agradecerte y felicitarte, porque a fuerza de trabajo, esfuerzo, sacrificio, seriedad y convicción lograste que nuestra amada selección obtuviera por primera vez en su historia olímpica la tan ansiada y anhelada medalla de oro en Atenas, cuna de los Juegos Olímpicos. Pero más allá de la importancia que significa conseguir un premio de tal relevancia, quiero hacer hincapié fundamentalmente en la manera en que se llegó a esa instancia, ya que nuestro seleccionado ganó en todos los cotejos que jugó, goleando en la mayoría de los encuentros que le tocó disputar y desplegando un fútbol realmente vistoso y contundente. Ese fútbol ofensivo que vos tanto pregonás. Como si fuera poco, Argentina tuvo un promedio de casi tres goles por partido y estableció el récord de ser el primer campeón olímpico de la historia que no recibe goles en contra. Pese a las descarnadas e impiadosas críticas que recibiste por parte de muchos hipócritas exitistas que hoy te reivindican, finalmente la justicia divina hizo que el fútbol te diera revancha. ¡Y de qué manera entraste a la historia junto a esos héroes que dejaron en cada partido desde el corazón hasta el alma con garra, sangre y sudor para rendir honor a la mística que encierra la camiseta celeste y blanca! Retomando a ciertos personajes míticos de la cultura helénica, el seleccionado argentino demostró tener la fortaleza de Hércules para llegar hasta lo último, la inteligencia de Ulises para resolver situaciones complicadas, la valentía de Aquiles para jugar siendo imbatibles, y la ambición desmesurada de Agamenón, para poder ser campeones olímpicos. Muchas gracias Marcelo. Algunos pueden seguir hablando de más, pero vos quedate tranquilo que ya entraste en la historia del fútbol argentino como el primer director técnico del seleccionado nacional en lograr una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. A palabras necias, oídos sordos.

Juan Manuel Martellotto



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