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 domingo, 29 de agosto de 2004

Panorama político
Cuando los malos son los otros

Mauricio Maronna / La Capital

Los ecos de la nueva movilización protagonizada por Juan Carlos Blumberg vuelven a mostrar la peor cara de un país atravesado por la intolerancia y la atomización.

El frívolo desvelo del gobierno por hacer de la cantidad de ciudadanos que concurrieron al acto del jueves una cuestión de Estado refleja a las claras la falta de comprensión acabada de un fenómeno que, aunque circunscripto por ahora a la Capital Federal y al conurbano bonaerense, mantiene en vilo a millones de argentinos: la inseguridad.

Antes de cualquier juicio a vuelo de pájaro sobre las formas y el decir de Blumberg todos deberían recordar desde dónde viene ese hombre ganado por las canas. El empresario textil no se convirtió en referente de un vasto sector de las capas medias por generación espontánea, sino que saltó a la escena pública tras haber sufrido la muerte de su único hijo como derivación de un secuestro. Nada más ni nada menos.

Estragado por el dolor, el padre de Axel prefirió salir del anonimato para denunciar las redes de complicidades existentes entre cierta policía y el delito, poner al descubierto la absoluta incapacidad intelectual de numerosos funcionarios y legisladores para llevar a la práctica otra cosa que no sea hablar hasta el hartazgo o hundirse en silencios huecos y, fundamentalmente, apelar a la movilización como herramienta de lucha contra el miedo.

El factor Blumberg desnudó una realidad escondida detrás de los hierros oxidados de la política: la ausencia de mérito para honrar los cargos.

De pronto, todos parecen haber olvidado que el atribulado gobernador bonaerense, Felipe Solá, lejos de haber aprendido la lección como conductor de un Estado escaldado por la violencia y la inseguridad, se atrevió a designar (cuando los secuestros se multiplicaban con la velocidad de un rayo) a un ingeniero agrónomo como ministro del área. Y así le fue.

"¿Cómo se hace para estar tanto tiempo en política?", le preguntaron alguna vez a Solá, quien, exhalando el humo de un puro cubano no trepidó en responder: "Hay que hacerse el boludo". El mandatario de la provincia que más dolores de cabeza les trae a los argentinos debería repensar su táctica de permanencia en el poder. El costo es demasiado alto.

Blumberg es hoy tapa de todos los semanarios de actualidad, se convirtió en el entrevistado top para los programas periodísticos ansiosos por trepar en las mediciones de Ibope y sufre el intento de ser coptado por franjas dirigenciales de la derecha más rancia. Parece demasiado para un hombre que todavía no pudo comenzar a elaborar el duelo por la pérdida de su hijo en la intimidad y debe tener a flor de labios, semana a semana, día tras día, una respuesta convincente sobre leyes penales, funcionarios judiciales y cursos de acción para combatir el delito.

La figura de Blumberg se sobredimensiona, satura los espacios mediáticos, ocupa los pliegues estratégicos de los puestos de venta de diarios y revistas y es tema de conversación en los bares. El crecimiento de su protagonismo, dicen los gurúes de las encuestas, guarda directa relación con el desplome de la imagen del gobierno. Y Néstor Kirchner lo sabe.

El viernes, hasta los Fernández, portadores de lengua intrépida, guardaron silencio. Mientras los funcionarios de primera línea lucubraban cuántas personas se habían movilizado y chicaneaban al empresario textil sindicándolo como "el Nito Artaza de la seguridad", el presidente y su mesa chica estaban convencidos de que la capacidad de atracción del padre de Axel había llegado a su techo.

En la opinión oficial, al "derechizar" su prédica le puso un límite al crecimiento imparable de su figura. "Calculó muy mal el efecto de sus críticas a los organismos de derechos humanos, y eso puso contentos a los pingüinos", comentó a La Capital un visitante habitual de la Casa Rosada.

El jefe del Estado, sin embargo, valoró que Blumberg no lo haya mencionado en su discurso. De haberlo hecho, la rechifla de buena parte de la concurrencia se hubiera convertido en uno de los ejes para el análisis de estos días.

"Sobre el repudio de la gente a Solá hay sentimientos encontrados. Por un lado, a Kirchner le pareció buena la reacción del gobernador de responder sobre las inexactitudes y errores groseros de Blumberg, quien reclamó por algunas medidas que llevan ya más de tres meses de aplicación. Por el otro, mientras K extiende su luna de miel con Duhalde, consideran que ante la opinión pública, Felipe y el felipismo murieron en combate el jueves por la noche. No tienen retorno", agrega la calificadísima fuente.

A partir del innegable tropiezo dialéctico de Blumberg (aseveró que los organismos defensores de derechos humanos solamente se ocupan de los derechos humanos de los delincuentes y que ninguno de ellos se acercó hasta él cuando su hijo fue secuestrado), una catarata de descalificaciones se le vino encima. "Fascista", "oligarca", "nazi", formaron parte del menú de insultos que cayó sobre su humanidad.

La politización de la violencia, en cualquiera de sus variantes, se convierte, siempre, en una llamarada que cruza la pradera seca.

Entre tantos análisis berretas del discurso de quien se convirtió en héroe accidental de la mano de una tragedia familiar, bien vale rescatar un párrafo del periodista Edi Zunino, quien pone el acento en la errónea divisoria de aguas entre la lucha por los derechos humanos bastardeados en los 70 y el combate del delito que se convirtió en prioridad por éstas épocas: "De un lado y del otro de la raya hay demasiados derechistas y progres monotemáticos y miopes interesados en reivindicarse a sí mismos, tratando de inclinar la balanza hacia uno u otro polo".

O como puntualiza el filósofo Tomás Abraham: "Hay quienes despachan a Blumberg diciendo que es de derecha. Estos ángeles de la izquierda se colocan del lado del Bien en nombre de un punto cardinal que justifica una larga lista de horrores en nuestro siglo. El mundo no se divide entre derechas e izquierdas, sino entre fascistas y republicanos democráticos. El fascismo no es sólo un régimen histórico-político, es una actitud frente a la vida".

El fárrago de palabras les ha impedido a casi todos poner el foco en la actuación de la dirigencia política, sean oficialistas u opositores. Demudados, contemplan la escena en silencio, sin saber qué decir, qué proponer, cómo convertirse en puente entre la sociedad y el poder.

¿Blumberg pone la proa hacia un destino electoral al reclamar por una urgente reforma política o se convierte, otra vez, en el mensajero de una demanda urgente? Sea cual fuere la respuesta, nuevamente la dirigencia vernácula está faltando a la cita con la historia. Parece preferir arrojar luces de bengala al mediodía.

Más allá del fragor por los adjetivos que sobrevuela en las capillas ideológicas, la mayor parte de la sociedad parece haber trazado una raya respecto a sus preocupaciones más urgentes, que van de la mano del empleo y la seguridad.

Aunque algunos quieran que Blumberg "desaparezca" de las plazas y de los alrededores del Parlamento con un pase de magia, su omnipresencia es la contrafigura de una clase dirigencial que solamente está pensando en las listas de candidatos para los comicios de 2005.

Mientras el centro del ring esté ocupado por los amantes de la intolerancia y la violencia, la humilde meta de hacer de la Argentina un país normal seguirá siendo una utopía inalcanzable. Las velas deben seguir encendidas.

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