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 domingo, 29 de agosto de 2004

Educación: Comunicación abierta

Marcela Isaías / La Capital

Decidida, la joven, que no pasaba los 16 años, se paró al frente del salón de actos de la escuela y leyó las conclusiones de su grupo: "Queremos recuperar las materias básicas como historia y matemática, también que se nos exija más a la hora de evaluar y que se le brinde capacitación a los profesores". A estas ideas se fueron sumando una a una las de los demás grupos de estudiantes. La joven y el resto de los alumnos habían sido convocados por el propio Ministerio de Educación para hacer conocer sus pareceres sobre la educación. Y es más: pidieron no sólo ser invitados "a hablar y opinar ocasionalmente", sino también a "participar plenamente en las decisiones".

La sorpresa se la llevaron los adultos presentes, a tal punto que uno de los funcionarios responsables del encuentro -denominado "Escuchando a los adolescentes"- les reconoció a los chicos haber dibujado un diagnóstico sobre la educación polimodal en un tiempo más breve y con conceptos más precisos que muchos especialistas del campo educativo; y para los cuales el Estado -vale recordarlo- invierte un considerable presupuesto.

El debate entre escolares tuvo lugar en Rosario a principios de agosto y reunió a unos cien adolescentes de distintas escuelas de la ciudad. Más allá de los motivos específicos que llevaron al encuentro (decir qué les gusta y qué les disgusta del actual sistema educativo, además de elevar propuestas de acción concreta), lo cierto es que la idea y sensación que quedó en los adultos presentes fue la convicción de escuchar a los adolescentes para saber cómo piensan, qué quieren y entender que las representaciones culturales sobre este grupo etáreo no siempre se corresponden con la realidad más difundida.

En rigor, las pocas horas de debates se encargaron de romper rápidamente con el prejuicio muy sostenido por estos días de que "a los adolescentes nada les importa" o "están en otra cosa y no quieren estudiar" y, por qué no, que todos se corresponden con el modelo superfluo que propone "Erreway".

Es que más de uno de los jóvenes que se propuso para leer los resultados del debate grupal había pedido a los propios educadores nada menos que "cumplir con lo que a ellos les reclaman" y para ser muy claros les recordaron cuestiones puntuales como "la propia asistencia a clases" y "una evaluación periódica de los procesos de enseñanza que tienen a su cargo".

También en esta visión de escuchar a los adolescentes, saber qué música les gusta, qué dicen las letras de las canciones con las que se identifican, o qué piensan de la actualidad insistió por estos días el historiador Felipe Pigna. Lo hizo ante un congreso colmado de profesores de todos los niveles, a quienes decididamente los invitó a cambiar la mirada y abrir el diálogo con sus alumnos.

Para apoyar esta idea, el conocido escritor de "Los mitos de la historia argentina" puso ejemplos concretos, desde cómo los alumnos se involucran en proyectos puntuales de estudio -como el de producir un video donde se narra la historia nacional- hasta pedir en los micros radiales en los que él participa bibliografía para leer y conocer temas puntuales del pasado.

Es verdad que la escuela polimodal o bien aquella que abarca el trabajo con adolescentes y jóvenes suele presentarse como un terreno complejo de situaciones. Sobre todo cuando mucho se ha hecho para desprestigiar a los adolescentes e instalarlos en este supuesto de que "nada les interesa", "son violentos (casi por naturaleza)" o bien que "no son como eran antes".


Lenguaje y creaciones
A propósito, en un artículo sobre la relación entre adultos y jóvenes titulado Discontinuidad e historización, Ensayos y Experiencias de Novedades Educativas, la pedagoga Sandra Carli afirma que este contacto está siempre atravesado por "la discontinuidad".

Una discontinuidad donde los jóvenes se diferencian (a través del lenguaje y sus creaciones, por ejemplo) y "marcan las fronteras de su tiempo histórico, y a la vez que señalan a los adultos las propias, proyectan sus posibilidades futuras".

"Siempre hay algo desconocido de una generación joven para la generación adulta y también en el sentido inverso", sostiene Sandra Carli. "En todo caso -agrega la educadora-, es la experiencia que enseña el tiempo y que remite al paso por las edades la que permite que eso desconocido del otro sea objeto de reconocimiento y no de confiscación".

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