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 domingo, 29 de agosto de 2004

El cazador oculto: El color de una velada perfecta

Ricardo Luque / La Capital

Nada hay mejor para el anochecer de un día agitado que una reunión de amigos, en un ambiente relajado, con buena música y bebida abundante. El consejo lo dio el siempre listo Daniel Perea, un hotelero criticón a quien sus colegas apodan secretamente Sting por sus comentarios ponzoñosos, a su regreso de su último viaje a Las Leñas. Y hubo, claro, quien le hizo caso. Por eso la degustación de Echart Cafayate que se llevó a cabo el jueves en el restó de Jorge Cura fue un éxito. Ahí se encaminaron, en prolija fila india, los chicos de la Fisherton, con Tati Rossi a la cabeza luciendo un saco y pantalón caqui, como un marine en marcha a la Guerra del Golfo. Lo seguían Marcelo Fernández, que nadie se explica que hacía ahí si no le gusta el vino, y más atrás Pico Carreras que, con un clásico saco azul y pantalón gris y un vaso de whisky en la mano, lucía igual a Isidoro Cañones en la barra de Mau Mau esperando a Cachorra. Cerraba la fila Walter Castro que, con el ceño fruncido y un grueso habano cubano entre los dientes, parecía enojado y lo estaba. "Yo no soy Salvador, yo no soy Salvador", murmuraba a cada paso sin que nadie supiera a ciencia cierta a qué se refería. ¿Delirio místico? ¿Crisis de identidad? Es difícil decirlo, sin el diagnóstico de un profesional. Ahora el que sí estaba perdido era Claudio Tedeschi, que acodado en la barra en compañía de un grandulón de grueso mostacho y aspecto de pocos amigos, miraba con esa expresión extraviada que tienen los viajeros con jet-lag. Y eso no era lo peor: ¡hubieran visto la camisa floreada con cuello mao que se había puesto! Ni la Tota Santillán se hubiera atrevido a usarla. Tendría que pedirle a Tomás Caturla, el DJ que "diseñó" la chill music del evento, que le dé una mano. El muchacho, acaso el más cool de las celebrities de la noche rosarina, nunca equivoca la etiqueta de una reunión. Para el encuentro en Taura lució un pantalón cargo negro y una remera ajustadísima ideales para perderse en Creamfields tanto como para un ataque skinhead en Berlín. Estaba bien, pero no perfecto. La perfección esa noche iba en los pies de Alicia Asanza. Las botas rosas que se había hecho traer especialmente de Buenos Aires para la velada eran inmejorables. La quinta escencia del glamour.

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