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 domingo, 22 de agosto de 2004

Reportaje. Santiago Kovadloff
"El Estado no es democrático"
El periodista y escritor cree que el país carece todavía de un proyecto nacional mientras intenta transitar hacia la reconstrucción de la identidad republicana

Orlando Verna / La Capital

El valor del tiempo en el proceso de construcción de la identidad republicana, la falta de un proyecto nacional y el tránsito del estado autoritario al democrático marcaron los ejes de discusión que el filósofo y escritor de diversos géneros periodísticos y literarios Santiago Kovadloff presentara en el auditorio de la Fundación Libertad con formato de conferencia. Antes de esa charla, denominada "Hacia la reconstrucción de los valores democráticos", el columnista del diario La Nación y miembro de la Academia Argentina de Letras le adelantó sus conclusiones a La Capital.

-¿De qué orden es esa crisis de valores?

-Hay en la Argentina una profunda pérdida del valor del tiempo, entendido como la capacidad que el individuo tiene de proyectar, programar, de esperar. Remite a la idea de construcción. Construir significa contar con tiempo, al contrario que improvisar. Las naciones que cuentan con tiempo trabajan por la construcción, las otras se debaten en la improvisación. Nuestro país no cuenta con tiempo, la temporalidad se ha desdibujado como recurso capaz de conducir el esfuerzo colectivo hacia la producción de valores estables, es decir, que tengan perdurabilidad en la vivencia de varias generaciones. Hay valores que no tienen por qué tener perdurabilidad. Por ejemplo, en la moda no es imprescindible que los valores tengan vigencia constante, pero sí en el campo de la identidad republicana. Aquí la posibilidad de sentir que se pertenece a una Nación proviene del reconocimiento que la sociedad y las generaciones tienen de advertir su propia presencia en un repertorio de valores heredados, que pueden ser modificados por cada generación, pero en función de la vigencia de esos valores.

(Había descargado su pesado sobretodo color camel y ya en su silla la primera intención de relajada racionalidad devino en las gesticulaciones de la pasión. Hurgó en su memoria:)

Por ejemplo, en nuestra historia hay varias nociones de libertad. Hacia 1814 estaba connotada por la autonomía con respecto a un poder extranjero, mientras que para 1890 la libertad estaba signada por la idea de integración: libertad para integrar a los inmigrantes. Hay valores que pueden ir modificando su sentido pero connotan siempre un esfuerzo de construcción en el tiempo. Vamos a ser independientes si, a lo largo de los años, luchamos contra quienes nos dominan, y nos emancipamos. Vamos a ser independientes si logramos que nuestra población sea el fruto, a lo largo de los años, de la relación entre ciudadanos que aquí nacen y los que llegan. Entonces el papel de la temporalidad es decisivo. Continuidad en el cambio es el rasgo distintivo de los valores perdurables. Discontinuidad por obra del cambio es un rasgo distintivo del extravío en el campo de la inmediatez, de la coyuntura y la improvisación.

-Además de ese marco de valores usted destaca la falta de un proyecto y, por sobre todo, de un proyecto nacional. ¿Con qué características?

-Los dos aspectos diferenciales del proyecto nacional son la singularidad que implica capitalizar los atributos de la identidad local y la posibilidad de entender qué papel está llamada a jugar la Nación en el marco de la interacción con el mundo. En consecuencia, el proyecto nacional existe cuando hay identidad autorreconocida e inscripción de esa identidad en el marco mundial. Es como si le dijera a usted que vamos a tocar en una orquesta pero para eso es indispensable que dominemos un instrumento, y si además sabemos integrarnos al proyecto sonoro del conjunto, es probable que logremos llamarnos solistas y miembros del conjunto. Un proyecto nacional implica entonces autoconciencia y conciencia del lugar de la Nación en el mundo. Hoy la Argentina está desdibujada en los dos órdenes. La autoconciencia es todavía traumática; por ahora la distingue la beligerancia y la fragmentación entre los sectores en lucha por el poder y el ejercicio del poder. Y la fragmentación genera rencor y divisionismo. Por su parte, en el orden internacional, la Argentina no ha sabido transitar todavía, con sentido protagónico, de la concepción productiva de provisión de recursos naturales al mundo a una nueva demanda: la del conocimiento. Por eso creo que falta un proyecto de identidad nacional.

-¿Por qué tilda a la dirigencia de ser "anémica de patriotismo"?

-Porque tiene primordialmente un sentido corporativo. La Patria se ha feudalizado. Los hombres de nuestro territorio parecen pertenecer a agremiaciones, a sindicatos, a corporaciones, aún a equipos de fútbol por el cual dan la vida. Pero el sentimiento patriótico se basa en la posibilidad de descubrir que yo no soy el otro, pero que sin el otro yo no soy nadie. El grado de interdependencia que nace de la conciencia del otro como elemento constitutivo de mi identidad da lugar a la solidaridad. Para reconocerme me miro en el prójimo que es el que me da la idea de que ambos somos de este país, de esta Nación, de esta vocación por la argentinidad.

-¿Sigue creyendo que el Estado argentino está lejos de ser un Estado democrático?

-No lo es si entendemos por Estado democrático la reconciliación entre estabilidad institucional y justicia social. Nuestro Estado no es aún democrático. Pugna por transitar de la concepción autoritaria del poder, cuyo eje es la política como sinónimo de hegemonía del poder, al Estado democrático donde la interdependencia entre las distintas instituciones del Estado, y la investidura de quien representa a esas instituciones, es más importante que la hegemonía personalizada de quien ejerce circunstancialmente un cargo.

(La alusión al histórico edificio de La Capital y a sus varias colaboraciones publicadas en este diario lo presentan como un viejo conocedor del medio periodístico. Tanto que, cuando el fotógrafo entra en la sala, le allana el trabajo y mientras reflexiona hasta posa:)

Estamos lejos de ser una nación democrática, pero tenemos a favor nuestro una creciente conciencia de las dificultades que impiden esa construcción, entre ellas la comprensión, en los últimos cinco o seis años, de la senilidad de los partidos políticos tradicionales. Y que la gente ha confundido con la necesidad de prescindir de los partidos. Es indispensable que comprendamos que sin partidos políticos no podemos construir una vida republicana asentada sobre un sistema democrático, pero sino se supera esa senilidad de los partidos tradicionales tampoco vamos a poder construir la República. Dos rasgos de esa senilidad. El radicalismo fue objeto de una expectativa pública espectacular hace 20 años y es hoy un partido debilitado, carente de representación colectiva, insularizado en su fracaso. El peronismo sigue teniendo un protagonismo, pero que ya no descansa sobre la existencia de un programa de mediano y largo plazo. El peronismo es poder pero no es proyecto. Significa que Perón tenía, mal o bien, planes quinquenales, y allí está otra vez el concepto de tiempo. Hoy el peronismo se debate entre una concepción feudalizada del poder, como en la provincia de Buenos Ares, y la búsqueda desesperada de la transversalidad.

(Esa misma concepción de senilidad hizo que hiciera pública su adhesión a la candidatura de Patricia Bullrich para jefa del Gobierno porteño el año pasado y participara de actos políticos junto a Ricardo López Murphy y Marcos Aguinis, entre otros).

-Después de 20 años, ¿está conforme con la democracia que tenemos?

-Sigue siendo el ideal, cuyos errores me parece indispensable combatir, sin renunciar a ella. La democracia no es lo que vivimos, es lo que no deberíamos dejar de vivir. Se trata de una utopía que opera sobre nosotros como ideal y moviliza todos nuestros recursos de análisis y de acción. Ser portador de un pensamiento democrático significa avaluar los acontecimientos a la luz de las demandas que hacen al perfeccionamiento de la convivencia democrática. Corremos el riego de quedar atrapados en una democracia singular, porque la retórica del discurso puede más que el ejemplo de los hechos. Vivir por una democracia significa poder reconciliar la palabra con la acción, mostrando que la acción es insuficiente pero está orientada en la dirección democrática adecuada.

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"Hay en la Argentina una profunda pérdida del valor del tiempo", dijo el pensador.

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